El personal de la terminal aérea parecía no saber qué hacer, relata un pasajero
Miércoles 23 de marzo de 2016, p. 4
Bruselas
El coronel Chuck Helms, médico de la Armada estadunidense, ya había visto una carnicería antes. Estuvo en Nueva York el 11-S y ha atendido a víctimas de trauma en todo el mundo. Así que cuando ocurrió una explosión en el aeropuerto de Bruselas, donde estaba en tránsito, se ofreció de voluntario y entró en la ensombrecida y polvorienta escena de los bombazos dirigidos ayer al corazón de Europa.
Había mucha gente tratando de ayudar: la policía, los militares
, me contó. Pero había vidrios por todos lados, así que la mayoría de los militares traían vidrio en las manos; no se daban cuenta de que estaban heridos porque intentaban asistir a las personas. Hubo un montón de torniquetes, muchas personas se los habían puesto.
Hablé con el coronel Helms en la zona de carga del aeropuerto de Zaventem, a la intemperie, adonde los pasajeros desalojados de las terminales daban vueltas, confundidos, lanzando miradas incrédulas a las ventanas destrozadas del aeropuerto y tratando de ubicar a familiares y amigos con sus teléfonos. Un hombre sentado en el piso tenía la playera manchada de sangre; otros trataban de conservar el calor luego de ser obligados a bajar de los aviones hacia el aire frío del principio de primavera. Había incredulidad ante la magnitud y audacia de los ataques, y también ante el caos y confusión del personal de seguridad y el del aeropuerto, en un país que estaba en alerta máxima ante un ataque terrorista.
Sentimos una especie de ola; se siente en todo el cuerpo, es como si está uno en el agua y alguien se tira un clavado; uno siente la ola
, dijo Andrew Brandt, ex agente del orden, procedente de Arizona, quien estaba en la Terminal B, encargada de vuelos largos. “Comenzamos a decirles a los agentes del aeropuerto lo que sentíamos, que era una explosión, pero su reacción era: ‘¿qué?’ Luego escuchamos: ‘desalojen’, y después dijeron: ‘Permanezcan donde están’. Luego otra vez ‘desalojen’, pero todo el mundo se quedó parado.”
También yo estaba en el aeropuerto esa mañana, para volar a Fráncfort por motivos de trabajo, y pasé a dos soldados en la entrada a las 7:35 de la mañana. No les había prestado mucha atención. Bruselas entró en estado de emergencia en noviembre pasado, tras los atentados en París, y la vista de soldados en las calles se volvió cotidiana.
Por un momento pensé en desayunar en el área de registro, pero decidí pasar por el puesto de seguridad hacia mi puerta en la Terminal A, breve caminata desde la sala de salidas. Cuando se produjo la explosión, media hora después, no oí ni vi nada. Pero pronto se hizo evidente que algo andaba mal: estaba terminando mi desayuno cuando un empleado del restaurante entró corriendo y nos dijo que saliéramos. La gente estaba confundida y salió de la zona de restaurantes hacia el vestíbulo, donde las personas abordan en las puertas. Entonces llegó un mensaje por los altavoces: Desalojen, desalojen: este es un aviso general para evacuar el aeropuerto
.
La confusión entre los pasajeros se tiñó de pánico cuando quedó claro que no habría evacuación. El personal parecía no saber qué hacer. Alcancé a escuchar a un empleado que, encogiéndose de hombros, decía a un pasajero: Nunca habíamos hecho una evacuación
. Otro me hizo señas de ir a una puerta que conducía al exterior y me dijo que abriría pronto, pero no fue así.
Ningún oficial de seguridad, policía o militar apareció. Otro mensaje por altavoz dijo a todo el mundo que permaneciera donde estaba. La terminal estaba cerrada por emergencia. Es el lugar más seguro
, me dijo otro empleado, mientras se filtraba la noticia de un bombazo en el área de salida.
Bruselas ha estado durante meses en alerta máxima por terrorismo, y sin embargo no parecía haber ningún plan para evacuar el aeropuerto en caso de ataque.
Después de 45 minutos llegó otro mensaje de evacuación por el sonido local. Esta vez algunos policías y un puñado de empleados del aeropuerto guiaron a los miles de pasajeros para bajar por dos escaleras eléctricas y hacia el pavimento de afuera. Caminamos al lado de aviones aún llenos de pasajeros a quienes no se había permitido desembarcar, y luego nos dijeron que esperáramos unos autobuses en una zona de carga. La gente formaba corrillos, envuelta en frazadas de aerolíneas, esperando que dijeran qué hacer. Los ancianos y niños pequeños no tenían donde sentarse, y las personas sólo miraban desconcertadas los camiones de bomberos y ambulancias que pasaban con gran escándalo de sirenas.
Podía ver el daño en el frente del aeropuerto: ventanas arrancadas en la zona por la cual había yo caminado horas antes, soldados con sus armas desenfundadas patrullando el camino. Me acerqué a un hombre sentado en el suelo con sangre en la camisa. Yassine Amrani, de 38 años, explicó que no tenía hogar y que vivía en una calle que pasa debajo del aeropuerto, pero cuando escuchó la explosión corrió al aeropuerto para tratar de ayudar. “Estaba con mis amigos y... pum, en un segundo toda la gente corría. Fui adentro y vi muertos por todos lados, y fuego. Me puse a buscar personas porque el techo se había caído sobre ellas y había que buscarlas. Una mujer tenía un bebé en brazos y se la pasaba diciendo ‘Mi bebé, mi bebé’. Le dije: ‘Tiene al bebé en sus brazos y está bien”.
Otros que habían estado en el edificio de la terminal aérea intentaban procesar lo que había sucedido, y lo cerca que estuvieron de ser atrapados en la carnicería. Yo estaba en la sala y escuché un estruendo, pensé que algo le había dado al aeropuerto
, contó Josh Balser, de Estados Unidos. “Luego nos dijeron que fuéramos al final del corredor y al rato un tipo pasó gritando: ‘Encontramos armas y municiones, todo el mundo deje sus maletas y salga.’”
La mayoría de personas siguieron las indicaciones y se encontraron temblando fuera sin abrigos, maletas ni pasaportes. Más adelante nos llevaron a un hangar, donde nos dieron agua y comida. Al fin, los pasajeros en tránsito que habían desembarcado después de vuelos prolongados, sólo para pasar las terribles horas siguientes experimentando un ataque terrorista y su secuela, pudieron descansar. Tendieron sus frazadas de aerolíneas en el piso y trataron de dormir.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya