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Ver día anteriorDomingo 13 de marzo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Por los caminos del sur...
P

or más que lo queramos el tiempo ido no volverá. No hay refugio para la nostalgia; quien la busque sólo encontrará melancolía. Así en la política como en la economía y todo ese vasto espacio que tiene que ver con las relaciones individuales y colectivas cotidianas que dan sentido a una noción de sociedad civil que no se reduzca a los intercambios mercantiles o las confrontaciones de clase en torno a la producción y la distribución del producto.

Sin embargo, estas esferas no están hoy bien delimitadas, si es que alguna vez lo estuvieron. La informalidad laboral y productiva que arrincona los negocios, la innovación y el propio fisco son también irresponsabilidad interpersonal y política que contamina al conjunto de las actividades y visiones del Estado. Los salarios, los precios y buena parte de las ganancias pasan así por el entramado espeso de la irregularidad legal e institucional y son condicionados por ella de múltiples formas. De aquí su creciente importancia para el cálculo mercantil, pero sobre todo para la previsión del poder y de la lucha por conservarlo o adquirirlo.

Quizás aquí, en la informalidad pastosa, extendida y profunda que embarga a la sociedad toda, podamos encontrar las claves para entender y superar la precoz decadencia del verbo y el quehacer democráticos, así como el pesado fardo que ha inmovilizado a un aparato económico cuya apertura al exterior y hacia dentro, en favor de mayor competencia, menos monopolio y menos abuso corporativo, fue vista en su momento como la llave para entrar por la puerta grande al mundo de la nueva modernidad. Como nos fue prometido por la globalización y el orden planetario que acompañaría el fin de la guerra fría y el inicio de la era del mercado mundial unificado y la democracia representativa global.

No hubo tal. Hoy el mundo y nosotros sufrimos una pesada y enigmática crisis, pero a la vez, es indudable que la sociedad se movió, y mucho, al ritmo de dicha apertura y permitió por un momento imaginar que el conjunto, aunque desigualmente, sería capaz de acomodarse a las coordenadas emanadas del formidable cambio del mundo que se asomaba a través de las primeras grandes crisis financieras de la globalización que por estos lares inauguramos, por si hiciera falta, dos veces: cuando estalló la crisis de la deuda externa en 1981 y cuando se derramó el volcán de lava del apalancamiento apresurado, se cometió el error de diciembre y el edificio financiero de papel, ideado para pasar el trámite de la aprobación del TLCAN, se rompió sin compasión sobre sus propios autores.

Se han acumulado muchas y a veces implacables dudas con saber si algo, al menos, hemos aprendido de tantos y tan duros descalabros; todas o casi, vuelven a la memoria cada vez que los banqueros y sus inefables dirigentes se reúnen en Acapulco para contar sus cuitas y cantar sus glorias, hoy presentadas como proezas por su entusiasta presidente. Qué bueno que el crédito crezca y se diversifique; mejor que esté pensado y dirigido a las capas de consumidores y productores que más lo requieren, y no, como ha sucedido antes, a quienes tienen y de sobra con qué pasar y gozar la vida.

Sin duda alguna, también es de celebrar que la banca de desarrollo haya despertado de su largo sueño y se aboque a promover, y no sólo a descontar y jugar al factoraje. Pero falta lo más mejor, y de eso no parece muy dispuesto a hablar el jubiloso señor Robles Miaja; sigue faltando que este subconjunto privilegiado y sus pastores del sector público financiero afronten el reto siempre pospuesto de la desigualdad flagrante y grosera. Que inscriban su credo y su verbo en la perspectiva que abre el reclamo del desarrollo que se deja sentir cada vez que protesta una mujer mal pagada y precariamente empleada o cuando un pequeño o mediano empresario se topa con el muro de las comisiones de apertura, los aseguramientos, los pagos adelantados y las tasas de interés compuesto.

Nada de esto se corrige con limosnas ni a cuentagotas, sino mediante una política de financiamiento expresamente vinculada y sometida a los criterios de evaluación y restricciones de una visión de desarrollo que rompa con la modorra del corto plazo y se adentre en los territorios de la invención del futuro, lo cual no ha habido hace mucho, tal vez nunca, en la banca privada, con las excepciones del caso, y que se desbalagó de los corredores del poder público hacendario hace ya mucho, hasta convertir este extravío en toda una cultura de la conducción financiera y la concepción del papel de la macroeconomía.

De esto también debería hablarse en Acapulco, entre porra y porra, para darle al autohomenaje bancario un poco de sabor a pueblo y tierra…Por los caminos del sur.