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Potenciaba el conflicto y anulaba el relato, se dijo durante una jornada de más de cinco horas

Culminó el tributo al creador escénico Ludwik Margules, personaje inabarcable
 
Periódico La Jornada
Jueves 10 de marzo de 2016, p. 6

El creador escénico polaco-mexicano Ludwik Margules (1933-2006) no era condescendiente ni complaciente; enseñó a sus actores a conocerse y resignificarse de otra manera, aborrecía las ideologías a ultranza y los fanatismos, era ingenioso e irónico, de gran generosidad e intuición, sublimemente cruel.

También estimulaba la imaginación creativa de manera permanente con una ambición artística ilimitada; poseía una enorme capacidad de síntesis y análisis crítico, pensaba que las emociones complejas no tenían nombre, fue un hombre cuya personalidad es inabarcable.

Esas son algunas de las características que se expresaron durante la segunda y última jornada del homenaje que se rindió al director para conmemorar 10 años de su fallecimiento, en una sesión de más de cinco horas, realizada en el teatro Julio Castillo.

Laura Almela, Luisa Huertas, Emma Dib, Álvaro Guerrero, Rodrigo Vázquez, Miguel Flores, Hilda Valencia, Ángeles Castro, Ignacio Ortiz, Regina Quiñones, José Luis García Agraz, Mauricio Jiménez, Lorena Maza, David Olguín, Sandra Feliz, Rubén Ortiz, Juan Tovar, Angelina Muñiz-Huberman, Rodolfo Obregón, Juan Villoro, Alejandro Luna y Luz Emilia Aguilar Zinser fueron quienes participaron y compartieron anécdotas y reflexiones en torno al arte de Margules.

Contundente, tajante e irreversible

Del maestro se dijo: era un provocador de tiempo completo, aunque también solidario y tierno. No sobresentimentalizaba las escenas. Su trabajo era pulcro, profundo y preciso. Su teatro era de riesgo y búsqueda. Era ajeno a terapearse en los ensayos. Espacio, tiempo y emoción eran sus materias primas.

Fue asiduo visitante de hospitales y funerales. Lo único que prohibía a sus actores era: no he dormido, tengo sueño, estoy cansado. Era un experimentador radical: potenciaba el conflicto y anulaba el relato. Privilegiaba la emocionalidad del actor que surge de manera indirecta. Se expresaba de manera contundente, tajante e irreversible. Disfrutaba del desconcierto de las personas cuando las increpaba.

Gozaba con ser un ogro, sin embargo no lo era; odiaba el integrismo, pero gustaba de juntar los extremos.

La escritora Muñiz-Huberman recordó la entrañable amistad que mantuvo por muchos años con Margules y su familia. Leyó el texto Ludwik y las vías del tren, emotivo testimonio y semblanza de la vida y singular quehacer escénico del director de Cuarteto, que es parte del libro Arritmias, publicado por el sello Bonilla y Artigas, recientemente puesto en circulación.

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Ludwik Margules (1933-2006), en una de las imágenes del creador escénico incluidas en la exposición Ludwik Margules: procesos de creación, montada en el vestíbulo del teatro Julio CastilloFoto Carlos Ramos Mamahua

Regina Quiñones leyó un ameno escrito de Villoro, salpicado de divertidas anécdotas que retratan los intereses, las pasiones y el carácter del implacable director de teatro. Mientras, Juan Tovar evocó las obras, traducciones y colaboraciones que lo vincularon con Margules.

Complicidades y discrepancias

Para Rubén Ortiz, lo interesante del trabajo del maestro es su gran capacidad de diálogo y diagnóstico del presente histórico. Él no se conformaba con sólo señalarlo, sino que respondía al presente con rigor y astucia. Nos enseñó a poner el horizonte mucho más lejos. Su propósito fue el de formar mentes y sensibilidades muy elaboradas, incluso retorcidas, con enorme capacidad crítica, lo que hoy le falta a nuestro teatro y que deberíamos rescatar de su legado.

La conmemoración concluyó con una charla entre el reconocido escenógrafo e iluminador Alejandro Luna y Aguilar Zinser.

Luna rememoró la época en que como estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) empezaron juntos a realizar sus primeros trabajos escénicos, de un cineclub que organizaron, de las bromas que le hacían a Ludwik por cómo hablaba español, de un proyecto teatral para obreros que no fructificó, de los montajes en el teatro Cuauhtémoc, que por un tiempo tuvieron a su cargo, de las puestas en escena que montaron en el frontón cerrado de la máxima casa de estudios, así como de las vicisitudes, complicidades y errores que cometieron, fuertes conflictos y discrepancias que tuvieron durante los muchos años de trabajar juntos.

Lo quiero mucho. Nos soportábamos. Me llamaba la atención su capacidad de llevar las cosas al extremo. Empujarlas hasta lo imposible. Aprendimos uno del otro, la manera de cuestionar todo, expresó Alejandro Luna.