on las primarias de Michigan la competencia por las candidaturas a la presidencia de Estados Unidos (EU) entra en la definitoria fase final. Tocará, después, a estados de fuerte peso demográfico y económico mostrar sus preferencias. Algunos de los cuales asignarán todos sus delegados al ganador ( winner take all) Y, por lo que se puede adelantar a la hora de cerrar este artículo (mediodía del martes), la pelea en ese estado, con gran entramado industrial, cierra el posible resultado para los dos aspirantes: Sanders y Clinton. El efecto que pudo tener el pasado debate (domingo 6, en Flint, Michigan) entre ellos dos se verá reflejado en las votaciones de esta tarde-noche. La señora Hillary Clinton, que ha sido proclamada ganadora, desde el mero inicio de la contienda, por todo el entorno mediático, no las tiene todas consigo. El reto que representa el senador por Vermont va más allá de lo previsto por la burocracia del partido y por aquellos que han respaldado (en especial los llamados superdelegados) su tentativa de alzarse, con facilidad y certeza, con la candidatura y, como si fuera de paso, la misma presidencia.
En el transcurso de los debates, las filtraciones, críticas y ataques cruzados entre estos dos formidables rivales, las mismas personalidades se han clarificado. Ella, como cincelado perfil ya bien incrustado en el actual entramado de poder central. Él, como el cruzado por la transformación de un sistema profundamente corroído, elitista e injusto. A pesar del efecto que las posturas críticas de Sanders hacia el dominio de las élites (el uno por ciento ya famoso) han tenido en las conservadoras ofertas iniciales de Clinton, las diferencias entre los dos son todavía notables. La ex secretaria de Estado ha debido aceptar cierto corrimiento hacia la izquierda, impulsada por el inesperado y masivo movimiento popular que viene respaldando al avezado legislador. Bien puede concluirse que, en su coexistencia como senadores, han coincidido en 90 por ciento en sus votaciones para aprobar diversas leyes. Pero las diferencias también se han dado sobre asuntos por demás cruciales. Una de estas diferencias, significativa para los electores de Michigan y demás estados industriales, fue la respectiva a los tratados de libre comercio. Sanders como opositor al desmantelamiento de buena parte de la planta industrial que tales acuerdos ocasionan. Ella, como primera dama en tiempos de su respetado esposo y, después, como funcionaria con la presente administración de Obama, trasegó por medio mundo para ponderar tales convenios. Hillary empujó con fuerza la reforma energética de México que ha de beneficiar a las grandes empresas de su país: muchas de estas grandes donantes (los llamados superpac) para su campaña. Otro de los diferendos entre ellos estriba en la negativa de Sanders a avalar el masivo rescate (casi un billón de dólares) para evadir la quiebra bancaria de 2007 que originó la crisis mundial de la que todavía no se sale del todo. Clinton acusa a Sanders de que, si hubiera prevalecido su postura negativa, la industria automotriz, incluida en el aparatoso rescate, habría sucumbido y, con ella, los millones de empleos ahora a salvo. El alegato de Sanders respecto al susodicho rescate, cuyo costo para los contribuyentes fue por demás oneroso, se concentra en el terrible efecto sufrido por la clase media trabajadora de ese país y las indebidas salvaguardas para los banqueros de Wall Street, reales culpables de la crisis. Millones perdieron empleos, viviendas y futuro con posterioridad a la quiebra. Sanders, por su parte, incluye en su incisiva crítica un paquete novedoso: la educación gratuita en todos sus niveles y la seguridad social universal. Una oferta harto discutida por sus presumidos costos, que el senador arguye se solventarán con un sistema impositivo que castigará la especulación.
En resumen, las ofertas se han delineado con claridad. Una, la de Sanders, que exige terminar con la perversa hegemonía de unos cuantos sobre el pueblo estadunidense (clase media). La otra, que predica mejoras específicas al modelo prevaleciente para su continuidad. Ella se presenta como una abanderada de la lucha por el avance de la mujer y de otras minorías; (afroestadunidenses) él, por la transformación del modelo mediante el apoyo de lo que llama una revolución política. Y para concretar tal empresa ha recibido el más que entusiasta respaldo de la juventud estadunidnese. Con los jóvenes Sanders ha formado una formidable maquinaria de campaña sin comparación con otro contendiente. Clinton ha logrado ya el apoyo de más representantes a la convención demócrata que los que, hasta ahora, ha obtenido Sanders. La diferencia es todavía pequeña para declarar ganador alguno. Faltan los grandes estados como California, Nueva York, Nueva Jersey, Washington, Pensilvania, Illinois o los del cinturón agroindustrial del medio oeste, por citar algunos. Pero lo que suceda en Michigan permitirá extender una ojeada a lo que vendrá.
Clinton es la candidata que más votos ha recibido (le sigue Trump) en lo que va de primarias. Pero Sanders, según los sondeos, es quien derrotaría con mayores márgenes a los posibles rivales republicanos. El ambiente electoral se caldea y sus derivadas son, todavía flotantes.