pesar de su prudencia secular, el Banco de México es contundente: el crecimiento de la economía tendrá que seguir esperando y este año nos ofrece menos consuelo y más penuria. Y que lo demás lo invente Francisco. Si las exportaciones no jalan lo que se esperaba, entonces todo o casi todo depende del mercado interno. Si éste no crece lo suficiente, porque los salarios apenas lo hacen y el empleo se aloja en la informalidad, entonces no se puede esperar que la economía en su conjunto crezca como debería hacerlo, dadas las necesidades de empleo y excedentes que tiene la sociedad para atender su salud, educar a los niños y jóvenes y ahorrar para su senectud.
Tiempo fuera: aquí no hay ciencia ni enigmas abrumadores; se trata de una regla simple de tres que hasta el gober de Banxico y el habitante de los aposentos donde Juárez pernoctaba luego de cruzar la Puerta Mariana entienden. Si el consumo y la demanda no se mueven, tampoco lo hará el conjunto del aparato productivo y la tendencia al estancamiento estabilizador se mantendrá como espada de Damocles.
No somos muy distintos del resto del mundo, aunque haya en todo esto tasas y tasas de crecimiento que atender. Pero no será consuelo para nadie, mucho menos para el joven que pierde su empleo o no encuentra dónde ocuparse, saber que a los cariocas, argentinos o venezolanos les va igual o peor que a nosotros. El mal de muchos desde hace tiempo ya no es consuelo de nadie.
Las razones de tanto rezago y pasmo en el desempeño económico se discuten a diario en los corredores del poder político, económico y financiero, pero ninguna de ellas, por separado o juntas, ofrecen ruta alguna para salir del laberinto. Ariadna está escondida.
Anclados como estamos a seguir el rumbo de una asociación cada vez más intensa y extensa con la política y la economía estadunidenses, sin criterios y condiciones que atiendan a nuestras necesidades de desarrollo y bienestar, y sin disposición al riesgo en materia de opciones o alternativas fincadas en las fuerzas y potencialidades internas, el futuro inmediato de la economía nacional y de la sociedad en su mayoría no puede ser sino el de más de lo mismo, el país de nunca jamás
del que se burlaba el amigo Armando Labra. Es decir, un no futuro cuya estabilidad se sustenta en la aceptación del presente continuo que, como penitencia inapelable, nos asestara la receta neoliberal adoptada por las élites con un extraño sentido de pertenencia
, como alguna vez dijera el economista colombiano José Antonio Ocampo.
¿Tiene salida este enredo? No si se sigue apostando a la redención o el rescate externos. La lección debería ser clara y recitada antes del almuerzo en las calles de Condesa y Moneda, donde se alojan los zares del manejo de la moneda y la finanza pública. No hay porvenir basado en las exportaciones sin un mercado interno robusto, sustentado en la industrialización diversificada que, a su vez, depende de una política industrial tan osada y audaz como se pueda o imagine.
De aquí la necesidad de inventar y empezar a trazar un nuevo curso de desarrollo centrado en el bienestar y la superación de la desigualdad como lo planteamos de nuevo los miembros del Nuevo Curso de Desarrollo que tiene su sede en la UNAM (véase Más allá de la crisis, el reclamo del desarrollo, publicado por el Fondo de Cultura Económica y la UNAM en diciembre de 2015).
Y no habrá nada de esto, o muy poco, si el ingreso y la riqueza siguen tan concentrados como hasta ahora, los salarios medios tan bajos como hasta ahora y los recursos del Estado para crear bienes públicos indispensables tan magros como hasta hoy.
Tampoco aquí hay ciencia: falta voluntad, decisión y dirección; desde arriba hasta debajo de nuestro multifamiliar gigantesco pero apeñuscado y trabado. El que lo destrabe será un gran prestidigitador… o un mago.