Apoteósico cierre de temporada en la Plaza México, con mansos de Teófilo Gómez
Lunes 22 de febrero de 2016, p. a35
Vuelta la mula al trigo o, si se prefiere, a los desalmados carteles de cuatro toreros y ocho toros que, para culminar la vigésimasegunda temporada grande de ensayo y error del Cecetla en la Plaza México
, tuvo a bien confeccionar la alelada empresa, no tanto en reparo a la enésima e impune sucesión de errores, abusos y descomedimientos a lo largo del serial, sino para complacer a la afición de perdición –que diría Carolco– con un cartel a la altura de su sensibilidad y formación taurina.
Ante más de tres cuartos de entrada, en la segunda mejor asistencia del serial, hicieron el paseíllo el rejoneador navarro Pablo Hermoso de Mendoza –Alevoso, lo rebautizaron algunos suspicaces por sus reiterados abusos–, el valenciano Enrique Ponce –Hamponce, le pusieron los hartados por tantas ventajas–, el potosino Fermín Rivera y el queretano Octavio García El Payo, aquejado hace tiempo de dolencias renales e intestinales a consecuencia de cornadas, por lo que en vez de someterse a una cirugía sigue vistiéndose de luces a riesgo de agravar su cuadro. Los enemigos –es un decir– fueron de los hierros de Los Encinos, para el de a caballo, y de Teófilo Gómez –¡ah!, cómo saben de toros los antitaurinos– para los de a pie. Cuatro horas de paciencia y emoción emergente bastaron para comprobar los niveles de incompetencia de promotores y de cuantos pagaron por gritar ole a lo que fuera.
Con su escogido lote, Hermoso ha estado muy bien; es decir, como acostumbra, en coba mayor pero lucido con un mansurrón que reaccionó en los rejones de castigo, luego en tres banderillas cortas
de unos 40 cm de largo y dos pinchazos, pues el torito no dio para más. Pero con su segundo, ¡ah!, su segundo, de nombre Tejocote, no confundir con Tecojote, fue la apoteosis, luego de alcanzar en tablas el toro al caballo consiguió quiebros a larga distancia –¡salud, Ramón Serrano!–, giros espectaculares que provocaron el alarido, un par de banderillas a dos manos –¡salud Ciclón!– y el rejón de muerte en lo alto que hizo doblar sin puntilla, lo que bastó para que el juez Jesús Chocho Morales otorgara dos orejas ¡y rabo!, que a él nadie lo ha rebautizado ni puesto a descansar
, para éxtasis de la ocasional asistencia, que culminó otra temporada como la villamelonada manda, no como el arte de la lidia exige.
Megatelas ante megamansos
El incumplido Enrique Ponce, que aquí no vino en noviembre porque seguía indispuesto, desplegó toda la tarde su falsa estética capotera –megatelas a megadistancia ante megamansos, el primero doblando las manos, el segundo soso y repetidor, y el otro de El Payo, pasador y voluntarioso, claro y sin codicia, con el que desplegó una compostura sin bravura en el julismo más decadente–, oyó un aviso en su primero, toreó a larga distancia a su noblote segundo –cabía otro toro entre ambos–, al que dejó escuadrados de pecho, poncinas genuflexas, pinchazo y tres cuartos trasero, sonoros oles cuando desplegó el capote para iniciar la vuelta e indebido arrastre lento al mansote. Al cierraplaza de El Payo, más efectismo y posturismo para una oreja pueblerina tras estocada defectuosa y salir en hombros con Hermoso, como debe ser, que la indiada está para acompañar no para figurar.
Con toros bobos y medio pasadores, la sólida tauromaquia de Fermín Rivera y su limitada expresión difícilmente pueden lucir, por lo que con trabajos le cortó la oreja a su primero después de vistosa labor capotera, mientras pasaba inédito con la mesa con cuernos, que fue su segundo. Y El Payo, decidido y expresivo, pero menguado de facultades, por lo que debe atenderse ya y no firmar temerarios contratos, entre vómitos toreó muy bien de muleta a su primero antes de irse a la enfermería. No, pos gracias.