trás de la alegría y la esperanza de Sergio Flores, que había triunfado y estaba listo a salir en hombros, la bronca acechaba ante la imposibilidad de triunfar de Andrés Roca Rey, el torero peruano que se estrelló con los toros de Barralba, serios de cara pero igual de débiles que el resto de la temporada. Algunos pasadores, no nobles, pero que le permitieron llegarle al tendido a Sergio Flores.
De repente, en la mitad de la faena del sexto toro ilidiable, Roca Rey decide regalar un toro levantando el dedo, el juez lo acepta...
Y como dice Federico el Grande:
En la punta de su estoque
cinco flores dejó abiertas.
La plaza al parte que la tarde,
vibraba fuerte, violenta,
y entre el olor de la sangre
iba el olor de la sierra.
Noche tímida y soñada
que me hieres de lejos
con larguísimas espadas.
Pedrosa conoce el sitio
donde la vena es más ancha
por donde brota la sangre
más caliente y encarnada.
En la quietud bruja de la noche, la luz blanca de la plaza iluminaba el regateo de que sí, que no, que quién sabe, y que no hubo toro de regalo. El torero pidió el toro, el juez se lo concedió. El juez dijo que siempre no, que la empresa decía que no. El empresario salió y dijo: no es mi problema ¿yo qué tengo que ver? Que fue el ganadero el que dijo que no, que eran sus toros. Y que el torero fue el que dijo que no. Que sí, que no, que quién sabe.
Y siguiendo con García Lorca y su obra de Marionetas: hubo un insecto que quiso ir más allá del amor, se prendió de una visión que estaba muy lejos de su vida...
Quizá leyó con mucha dificultad algún libro de versos que dejó abandonado sobre el musgo un poeta de los que van al campo y se envenenó con aquello de yo te amo mujer imposible... Inútil es decir que el enamorado bichito se murió. ¡Y es que la muerte se disfraza de amor! ¡Cuántas veces el enorme esqueleto portador de la guadaña que vemos pintado en los devocionarios toma forma de mujer para engañarnos y abrirnos la puerta de su sombra! Parece que el niño Cupido duerme muchas veces en las cuevas –plazas de toros– vacías de su calavera. ¡En cuántas antiguas historias, una flor, un beso o una mirada hacen el terrible oficio de puñal!