Sábado 13 de febrero de 2016, p. a12
Uno de los más flamantes (y flameantes) discos que ha editado la disquera alemana ECM New Series se erige como un monumento a la armonía, esa sensación de ingravidez, quietud y calma que proporciona la música que contiene.
Rothko Chapel es el título de esta obra concebida bajo una idea, un concepto y un estado del alma: el silencio.
Comienza con la imponente música ritual de Morton Feldman (1926-1987), continúa en orden progresivo retro cronológico con la bella música de John Cage (1912-1992) y tiende pliegues mágicos con la obra de Erik Satie (1926-1987).
El tiempo se detiene. Tiempo suspendido. La materia se desintegra en luz. Las ondas gravitacionales, cuya primera detección fue lograda apenas este jueves por los científicos, producen el sonido del infinito.
Como las casualidades no existen, ese sonido pervive a lo largo de esta novedad discográfica irresistible.
Este álbum fue ideado, concebido y realizado por la eminente pianista Sarah Rothenberg, ella al piano solo y como integrante del ensemble Da Camera, que dirige desde 1994 y cada año realiza una temporada con curaduría temática, como es el caso del disco que hoy nos ocupa.
Es también autora de las excelentes notas al programa, donde explica el sentido de la música que interpreta con un grado de conciencia poco usual en intérpretes que eligen repertorios de acuerdo con espectacularidad, lucimiento personal, taquilla, entre otros factores extramusicales.
Quietud, silencio y contemplación son los elementos que pueblan el disco, de acuerdo con las anotaciones de Sarah Rothenberg. Los tres autores seleccionados, añade, estiran el tiempo
en sus composiciones.
El proyecto nació en la Capilla Rothko, localizada en Houston y que a su vez surgió de un encargo de la pareja de mecenas y coleccionistas de arte Dominique y John de Menil, quienes encargaron al pintor Mark Rothko (1903-1970) una serie de óleos para ser exhibidos en esa capilla, a mediados de los años 60 del siglo pasado. El pintor respondió con 14 óleos donde, apunta Sarah Rothenberg, a diferencia de Jackson Pollock y su energía rítmica, en Rothko los colores parecen flotar, como si hubieran sido lanzados en una respiración hacia el lienzo. Ambos pintores llegan a un punto donde, dice Pollock, no hay principio ni fin
.
De manera que Sarah eligió para este disco obras que no tienen principio ni fin. Para empezar, la obra que titula el disco: Rothko Chapel, escrita por Morton Feldman bajo pedido de los mismos filántropos que habían encargado los óleos a Rothko.
Feldman parte del principio técnico conocido como Stasis, ese estado de estabilidad donde todas las fuerzas son iguales y opuestas y en consecuencia se anulan unas a otras. El resultado: una música de intensa delicadeza, sensibilidad al color y tendente a lo inmaterial e ingrávido en su cualidad ritualística, como la define Sarah, quien hace notar el uso de clusters en el coro y los efectos de desvanecimiento que hacen flotar sin pulso las notas y el todo recuerda los antiguos frisos griegos.
El sistema de vasos comunicantes que estructura el disco nos conduce en consecuencia a las cuatro partituras de Erik Satie que interpreta Sarah Rothenberg al piano. Satie, anota Sarah, también abrió una puerta a la espiritualidad moderna que mira hacia la Grecia antigua
. Y como intérprete comenta las célebres anotaciones que el humorista Satie insertaba en sus partituras, en lugar de los consabidos accelerando, rittardando, piano, forte, etcétera
: solo, por un instante, de manera de obtener una hoquedad
y luego: muy perdido
y el conocido abra la cabeza
. (Imposible dejar de citar el favorito del poeta Alberto Blanco: como un gorrión con dolor de muela
).
Esto nos conecta con la obra inicial del disco, que su autor, Morton Feldman, refiere en uno de sus procedimientos composicionales: a la hora de escribir esta obra, tuve la visión de una procesión inmóvil, como las de los frisos de los templos de la antigua Grecia
.
Los estados contemplativos que produce la escucha de este álbum nos llevan ahora a las obras de John Cage aquí incluidas. Para sorpresa de muchos que tienen a Cage como un autor de ardua escucha, suenan obras que ascienden a lo sublime, lo arcaico, lo sin tiempo, resultado del acercamiento que tuvo John Cage al budismo zen.
A las obras vocales contemplativas con título equivalente al número de voces que utiliza (Four y Five), se suma la que cierra el disco en la cúspide de lo sublime: In a Lanscape, que de hecho dijo en alguna ocasión Cage que esa obra significaba su transfiguración: cuando muera, me convertiré en paisaje
.
Estamos frente a una obra maestra de curaduría e interpretación musical. Figura en primer plano la intérprete armenia de viola Kim Kashkashian, Steven Schick en percusión y el Coro de Cámara de Houston, todos dirigidos por Robert Simpson.
Una nueva confirmación de que el maestro Manfred Eicher, fundador de la disquera ECM y que creó la subdivisión New Series para difundir la obra de Arvo Pärt y ahora de muchos creadores de vanguardia, merece el Premio Nobel de la Felicidad. Y si no existe, ya lo creamos en este momento y se lo entregamos, todos, desde aquí.
Certifica lo anterior el viejo adagio japonés: esokeniké.