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Economía Moral

Al rescate de la justicia y la igualdad. Último gran libro de Gerald A. Cohen/III

Cohen explica por qué el marxismo ha tenido que abordar la filosofía política

E

n la primera parte de la entrega anterior (29/1/15) expliqué la importancia de este libro (Rescuing Justice and Equality, RJE) de G. A. Cohen (GAC) por constituir la crítica más importante, desde la izquierda, del libro más importante de filosofía política del siglo XX. Ahora quiero explicar, antes de continuar la reseña de la Introducción de RJE, por qué un marxista como GAC dedicó tanto esfuerzo a la filosofía política que no figura usualmente en la agenda de la mayor parte de los marxistas. La explicación la da el propio Cohen en su libro If You are an Egalitarian, ¿How Come you’re so Rich? (Harvard University Press, 2000; hay edición en español con el título Si eres igualitarista ¿cómo es que eres tan rico?, Paidós). Como buen marxista (creo que lo fue a pesar de sus propias dudas y las de muchos), Cohen trata de explicar por qué en la última etapa de su vida (lo que se refleja en ambos libros y otros más) abordó temas de filosofía moral y política que los marxistas solían desdeñar. Empieza con una anécdota. Viaja, en 1964 (tenía 23 años) a Checoslovaquia a casa de su tía paterna, cuyo esposo (Norman Freed) era editor de World Marxist Review. Una noche, dice, plantee la pregunta sobre la relación entre, por un lado, la justicia y los valores morales, y del otro la práctica política comunista. Su tío político le respondió sardónicamente: No me hables de moralidad. No estoy interesado en la moral. Cohen explica que esto significaba que la moralidad es puro cuento. Ante la insistencia de Cohen, que dijo que lo que Freed hacía reflejaba un compromiso moral, éste le contestó: No tiene nada que ver con moral. Estoy luchando por mi clase. En su desprecio de la moralidad, el tío Norman estaba expresando, en forma vernácula, una venerable, profunda y desastrosamente engañosa auto-concepción marxista, dice Cohen. La razón más importante de la exclusión de las cuestiones morales es que el marxismo se presentaba a sí mismo, ante sí mismo, como la conciencia de la lucha en el mundo, y no como un conjunto de ideales propuestos al mundo para que se ajustara a ellos. El marxismo, explica, en contraposición con el socialismo utópico, era científico: se basaba en los duros hechos históricos y en el duro análisis económico. Esa autodescripción era en parte una bravata, añade, porque los valores de igualdad, comunidad y autorrealización humana eran sin duda parte integral de la estructura de creencias marxistas. Pero los marxistas no examinaban los principios de igualdad, o de hecho ningún otro valor o principio. En cambio, señala, dedicaron su energía intelectual al duro caparazón factual que rodeaba dichos valores, a las audaces tesis explicativas de la historia y del capitalismo. (Ibíd. pp.101-103). Cohen continúa:

“Pero ahora el marxismo ha perdido la mayor parte de su caparazón, su dura concha de supuestos hechos. Casi nadie lo defiende en la academia. En la medida en la que el marxismo esté vivo todavía –y se puede decir que una suerte de marxismo está vivo en, por ejemplo, el trabajo de académicos como Roemer, en Estados Unidos, y Van Parijs, en Bélgica– se presenta a sí mismo como un conjunto de valores y un conjunto de diseños para realizar dichos valores. Es ahora, por tanto, mucho menos diferente del socialismo utópico de lo que alguna vez pudo anunciar que era. Su concha está cuarteada y se derrumba, su débil panza ha quedado expuesta” (p.103)

Cohen describe cómo ha ocurrido la pérdida del caparazón factual relacionado con la igualdad. En el pasado actuaban dos tendencias irresistibles que juntas garantizaban un futuro de igualdad material. Por una parte, la ampliación de una clase social organizada (convertida en mayoría), cuya ubicación social, en el lado pobre de la desigualdad, la dirigía en su lucha a favor de la igualdad. Por el otro, el desarrollo de las fuerzas productivas llevaría a un mundo en que todos podríamos tener todo lo que quisiéramos, lo que haría desaparecer la desigualdad. Cohen dice que esto último ya no es cierto porque el planeta se ha rebelado y ha puesto límites naturales a lo que puede producirse. Por otra parte, el proletariado está dejando de ser lo que era: la mayoría explotada y carenciada de la población, lo que llevaba a que la doctrina del derecho del trabajador al fruto de su trabajo y la doctrina igualitaria, coincidieran. Pero los explotados y los carenciados han dejado de ser los mismos y han dejado de ser mayoría (incluso en el tercer mundo, donde predomina el ejército industrial de reserva). Por ello, los valores socialistas han dejado de tener un amarre en la estructura social capitalista y, por tanto, los temas de filosofía política y moral se han vuelto ahora importantes para el marxismo. En estas explicaciones de GAC hay mucho que discutir, pero mi propósito hoy es mostrar su argumentación, no valorarla. (pp.103-104)

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Portada del libro de Cohen citado en el texto

Cohen continúa argumentando que el marxismo clásico percibía que la clase obrera (CO) se caracterizaba por seis especifidades que él enlaza de la siguiente manera: 1) La CO constituía la mayoría de la sociedad; 2) producía la riqueza de la sociedad; 3) Eran las personas explotadas; 4) Eran las personas carenciadas; 5) no tenían nada que perder con la revolución cualquiera fuese su resultado; y, debido a 1), 2) y 5), la CO tenía la capacidad de (1 y 2) y el interés por (5) de cambiar la sociedad, por lo cual: 6) podía y transformaría la sociedad. Cohen bautiza cada una de estas características con una palabra: mayoría, producción, explotación, carencia, nada-que-perder y revolución. Argumenta que:

“No hay ahora ningún grupo en las sociedades industriales avanzadas que reúna las cuatro características de (1) ser los productores de los que depende la sociedad; (2) ser explotados; (3) ser (con sus familias) la mayoría social; y (4) vivir en extremo estado de necesidad. Ciertamente existen productores clave, personas explotadas y personas necesitadas, pero éstas no son ahora, ni siquiera gruesamente, como lo fueron en el pasado, designaciones coincidentes, ni mucho menos, designaciones alternativas de la gran mayoría de la población. Y como resultado, no hay ahora ningún grupo que tenga tanto (debido a su explotación y su privación) un interés irresistible en, y (debido a su productividad y su número) una capacidad inmediata para lograr una transformación socialista. Al esperar confiadamente que el proletariado se convertiría en ese grupo, el marxismo clásico no fue capaz de anticipar lo que ahora sabemos es el curso natural de la evolución social capitalista” (p.107-108; cursivas añadidas).

Cohen continúa señalando que muchos de los problemas actuales de la teoría socialista reflejan la creciente falta de coincidencia de las cuatro primeras características. “Particularmente problemática, añade, desde el punto de vista de un filósofo político socialista, es la escisión de las características de explotación y de carencia. Obliga a escoger entre el principio del derecho al producto del trabajo propio, enclavado en la doctrina de la explotación y el principio de la igualdad de beneficios y cargas que niega el derecho al producto del propio trabajo y que es requerido para defender el apoyo a personas muy carenciadas que no son productores y que, a fortiori, no son explotados. Éste es el problema normativo central que los marxistas no tuvieron que enfrentar en el pasado” (p.108).

Esta forma de plantear la crisis marxista del sujeto revolucionario y sus consecuencias, o se acepta o se refuta con el mismo rigor de su formulación.

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