or estos días hace 50 años muchos médicos estaban en graves problemas, sin trabajo, por haber participado en una de las movilizaciones gremiales más importantes del siglo pasado: el que llevaron a cabo 25 mil médicos que trabajaban en los hospitales públicos y algunos particulares de la ciudad de México y algunas más del país. Duró 10 meses y en él sumaron voluntades prestigiosos galenos y jóvenes recién egresados de las escuelas de medicina, además de enfermeras y auxiliares.
Iniciado el último mes del sexenio del presidente Adolfo López Mateos, el movimiento se hizo público una semana después de tomar posesión su sucesor, Gustavo Díaz Ordaz. Tres mil médicos, todos de blanco y de diferentes hospitales capitalinos, se plantaron el 8 de diciembre frente a Palacio Nacional. Una comisión fue recibida por Díaz Ordaz. Luego de escuchar sus demandas y referirles los muchos problemas que tenía el país, les prometió que sus justas peticiones serían atendidas por las instancias correspondientes. No fue así. Los funcionarios, con honrosas excepciones, eludieron resolver asuntos, tales como las pesadas cargas laborales, contratos de trabajo leoninos, bajísimos salarios, participación de los médicos internos y residentes en los planes de enseñanza y condiciones de estancia dignas en los hospitales.
Al no resolverles sus demandas, los médicos fueron cuatro veces a la huelga, sin desatender a los pacientes de los hospitales. Miles desfilaron ordenadamente por las avenidas Juárez y Madero hacia el Zócalo. Provocadores al servicio del gobierno les aventaron jitomates y los agredieron verbalmente.
El Díaz Ordaz cordial y paternal del 8 de diciembre se mostró intransigente y autoritario en las otras tres entrevistas que tuvo con la dirigencia del movimiento. Las centrales sindicales adheridas al PRI publicaron desplegados condenando a los médicos; entre otras cosas, por estar al servicio de intereses extranjeros. En el diario Novedades, Jacobo Zabludovsky, convertido ya en vocero del gobierno, los descalificó. Además, no pocos directivos de los hospitales desaprobaron el movimiento. No así el doctor Ismael Cosío Villegas, director del Hospital de Neumología. Renunció a su cargo, defendió las justas peticiones de sus colegas y criticó el trato que les daban las autoridades.
Luego de 10 meses de lucha, los médicos lograron que se reconocieran sus justas demandas. Pero a costa del despido de cientos de ellos de los hospitales públicos y hasta de la Cruz Roja. Sus dirigentes fueron amenazados, perseguidos y hasta encarcelados. Tiempos en que se reprimía con la fuerza y el delito de disolución social
la menor disidencia o protesta obrera, campesina, estudiantil o gremial en pro de mejoras económicas o de libertad sindical.
Las nuevas generaciones desconocen el papel que el movimiento médico tuvo en la vida social y la salud pública de México. Julio Scherer y Carlos Monsiváis afirman en el libro Los patriotas: de Tlatelolco a la guerra sucia (2004) que fue anuncio del hartazgo ciudadano por la concentración del poder presidencial, apuntalado por sus lacayos en el Congreso, la Suprema Corte de Justicia, las centrales sindicales controladas por el PRI y, con honrosas excepciones, los medios de comunicación. La forma en que lo reprimieron preludió la masacre de Tlatelolco.
Muchos de los despedidos fueron reinstalados cuando terminó el sexenio de Díaz Ordaz. Los líderes e ideólogos del movimiento recibieron después merecidos reconocimientos por su lucha en pro de la salud pública y el progreso de México. Larga es la lista de galenos que desafiaron al poder omnímodo y la cerrazón: Ismael Cosío Villegas, Octavio Rivas Solís, Alejandro Prado Abarca, Pablo Cruz Esparza, Norberto Treviño Zapata, Bernardo Castro Villagrán, entre otros.
Un libro, La revolución de batas blancas 50 años después, vigente, del doctor Alfredo Rustrián Azamar, recupera los momentos centrales de esa ejemplar lucha gremial. Y añade que todavía México no cuenta todavía, igual que ayer, con los servicios médicos de calidad que requiere su creciente población, mayoritariamente pobre.