Fin de un largo trayecto
a relación entre la capital mexicana y el resto de la nación ha sido tensa y a veces ríspida. No sólo en la etapa contemporánea, sino en el curso del siglo XIX. Durante la colonia hubo conflicto entre el gobierno local y el virrey; hay evidencia de pleitos entre el tlatoani y el jefe de la ciudad, y por supuesto los hubo y muy gruesos entre la capital azteca y sus provincias tributarias, al punto que éstas se aliaron con Cortés para destruir México Tenochtitlan y al fin hundirse todos con ella.
Los gobernantes más autoritarios (por ejemplo Porfirio Díaz y su discípulo Álvaro Obregón) apretaron el dogal. El PRI bloqueó cuanto pudo la emancipación de la capital. Era, junto con la presidencia-monárquica-temporal y el partidazo, uno de los tres pilares que sustentó el dominio priísta por 70 años. La iniciativa de reforma de Manuel Camacho (el primer regente de origen capitalino) se estrelló contra los conservadores del aquel entonces invencible. Éstos advirtieron (y con razón) que permitir a los capitalinos votar por su gobernador podría dañar la hegemonía que ejercían sobre el resto del país. En 1996 tuvieron que ceder, y al año siguiente Cuauhtémoc Cárdenas ganó la jefatura de Gobierno, abierta a la competencia por primera vez.
Por todos estos antecedentes que forman una densa capa de prejuicios, resistencias y mezquindades, completar la reforma política capitalina es muy significativo. No es poco mérito haberla conseguido y dejar atrás, como bien dice Alejandro Encinas, dos siglos de tentativas y frustraciones
. Yo coincido con el afán de desmitificar la reforma y reconocer sus limitaciones. Pero para reconocer su verdadero relieve bastaría decir que Vicente Fox no habría podido realizar sus ataques contra AMLO cuando éste era jefe de Gobierno, incluyendo el más desaforado: el desafuero. Con el texto constitucional recién aprobado se eliminan varias vías de intervención abusiva de la Federación
sobre la capital.
La novedad más importante: la realización de un Congreso Constituyente va a politizar a la ciudad y al país, aunque se restringe a la capital. Es el primero realmente importante desde 1917. Es una lástima que las resistencias priístas hubieran manchado esta decisión y que pusieran como condición sine qua non el que 40 por ciento de los diputados constituyentes fueran designados por dedazo. Bueno sería que el Presidente, el jefe de Gobierno y los representantes de las dos cámaras federales declinaran ejercer sus facultades y dejaran a la ciudadanía chilanga (la más avispada y activa de la República) decidir qué derechos se concederán a los capitalinos.
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