l 14 de enero de este año murió de cáncer la politóloga e historiadora Ellen Meiksins Wood. De origen letón, nació en Estados Unidos y vivió tanto ahí como en Canadá y Gran Bretaña. Fue una de las marxistas más lúcidas y reconocidas de la segunda mitad del siglo pasado. Su esposo, fallecido en 2003, fue también coautor de Meiksins y se llamaba Neal Wood.
Meiksins Wood colaboró muy de cerca con Monthly Review y New Left Review, y en 1988 ganó el premio Isaac Deutscher con su libro The Retreat from Class: a New ‘True’ Socialism, publicado en su segunda edición por Verso, la editora de libros asociada a New Left Review.
Uno de sus mayores intereses, a mi manera de ver, fue vincular la dinámica política de cada época a la estructura de las clases sociales, es decir, la relación entre economía y política como explicación de la lucha de clases y como meollo de la dominación, en particular en las sociedades capitalistas. Junto con Robert Brenner (editor de la revista Against the Current), fundó una corriente dentro del marxismo que fue denominada marxismo político
, y que podría conceptualizarse como reafirmación de la inexistente autonomía entre política y economía, entre ciencia y práctica y entre concepto e historia. Una de sus aportaciones, a mi juicio muy importante, fue el desenmascaramiento de las corrientes de izquierda que soslayaban y soslayan todavía el importante papel que juegan las clases sociales en la intención de los cambios necesarios para combatir el capitalismo. Su crítica a los que denominó posmarxistas
(entre ellos a Ernesto Laclau) fue muy importante al revelar que estas nuevas izquierdas, estos nuevos revisionistas, en realidad no iban (no van) contra el capitalismo, sino que, en última instancia, lo fortalecen al encubrir sus contradicciones y al darlo por imperecedero, como diciendo, de manera semejante a la señora Thatcher, que no hay alternativa y ni modo.
En su libro Democracia contra el capitalismo (publicado en México por Siglo XXI y el CEIICH-UNAM en 2000), dijo: “Si hay algo que une a los diversos ‘nuevos revisionismos’, desde las teorías ‘posmodernistas’ y ‘posmarxistas’ más absurdas hasta los activismos de los ‘nuevos movimientos sociales’, es su hincapié en la diversidad, la ‘diferencia’, el pluralismo”. La nueva izquierda de nuestro tiempo (y no la de los años 60 del siglo pasado) magnifica la importancia de las diferencias en la pluralidad propia de la sociedad civil, pero no podría magnificar por igual las diferencias de clases sociales. No podría hacer esto porque, a pesar de sus prejuicios, sus intelectuales no son tan ignorantes como para no saber que las diferencias de clase son las únicas que no son admisibles en un concepto social y económico de democracia (con la posible excepción de muy pocos países, sobre todo escandinavos), ni para no entender que la asociación por identidades de clase es precisamente lo que menos conviene al capital, como se demuestra por el empeño que éste ha puesto en destruir las formas de organización de clase. Las diferencias y, por lo tanto, las identidades en la pluralidad de la sociedad civil, para los posmarxistas son de género, de sexualidad, étnicas, culturales, religiosas, raciales, etcétera. Y si bien argumentan que es deseable que existan estas diferencias-identidades tanto en el capitalismo como en un posible sistema socialista, no se les ocurre (¿será?) que mientras la democracia liberal justifica estas diferencias al esgrimir el argumento de la igualdad de los ciudadanos, el capital que se ampara en la democracia liberal se beneficia de tales diferencias-identidades, salvo de una: la diferencia de clases y la no pertinencia de que se dé como identidad, pues es la única identidad que puede atentar contra los intereses del capital.
Meiksins Wood explicaba que el fin de cualquiera de las diferencias que defienden los posmarxistas no afecta sustancial y directamente al capital; sin embargo –añadía–, el fin de las diferencias de clases supone, indudablemente, el fin del capitalismo. El capitalismo acepta, en última instancia, la igualdad entre el hombre y la mujer, la igualdad racial, pero no aceptará nunca otro tipo de igualdades, la de clases en primer lugar. La desaparición de las desigualdades es por definición incompatible con el capitalismo. Que se acepte la desaparición de algunas desigualdades no quiere decir que se acepten todas. El capital no sólo genera desigualdad, sino que ésta le conviene siempre, como también la diferencia, la pluralidad y, por lo mismo, conceptos tales como sociedad civil
sin diferenciación de clases sociales y de intereses contrapuestos.
Para muchos movimientos sociales, y más en la actualidad, la defensa de la diversidad y de la pluralidad existente en la llamada sociedad civil
es su fuerza, pero soslayan que luchar contra la concentración de la riqueza, la proliferación de la pobreza y la destrucción de nuestro planeta no equivale a luchar contra el capitalismo ni contra la pobreza, sino contra los grandes capitales y para que la pobreza no continúe multiplicándose. La lucha de clases, que Meiksins Wood defendía como concepto y como estrategia, ha sido prácticamente borrada de dichos movimientos sociales y, desde luego, de los partidos políticos, que hace 40 años todavía la incluían en su discurso y ahora no.
Al final de su libro aquí citado decía, como conclusión y advertencia: “lo que estamos obligados a aprender de nuestra actual condición económica y política es que un capitalismo humano, ‘social’, auténticamente democrático y equitativo, es una utopía más ilusoria que el socialismo”. Pienso que tenía razón, pero aun así habría que buscar opciones al margen de las utopías.