Hay material para Alexievich
n Los hombres de zinc, la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich describe la crueldad, el sufrimiento y los costos humanos (12 mil muertos, 50 mil heridos) que marcaron la presencia del ejército de la Unión Soviética en Afganistán. Primera periodista en ganar el Nobel de Literatura, califica de absurda esa invasión y cómo lo que comenzó con la llegada de un millar de agentes soviéticos a ese país, en 1979, desató una cruenta guerra alentada por Estados Unidos con armas, dinero y expertos. Los costos económicos, sociales y políticos de lo que terminó estrepitosamente en una humillante retirada en 1989 influyeron en el fin de la gran potencia socialista.
Estados Unidos invadiría en 2001 Afganistán para luchar contra el monstruo fundamentalista que había creado: Al Qaeda y sus aliados talibanes. Fracasó en ese intento luego de enormes costos en hombres, armas y dólares. En su afán de combatir a la antigua URSS, de paso sembró la semilla de los atentados del 11 de septiembre. Olvidó la historia: Afganistán nunca ha sido dominado por ninguna potencia.
En cambio, los señores de las tribus, los talibanes, imponen allí las leyes derivadas de la interpretación radical del Corán. Cientos de niños son vendidos para ser entrenados suicidas y así alcanzar la gloria eterna. A Zekirya, de 12 años, que escapó de un campo de entrenamiento para futuros mártires, lo vendieron sus padres a un comandante talibán por 100 dólares. Destinado a cometer un atentado suicida, no quiso terminar su vida hecho pedazos. Logró escapar y contar su historia. El gobierno afgano sabe de estas ventas y del entrenamiento de niños y adolescentes suicidas, pero no logra detener dicha práctica.
También las mujeres sufren la interpretación de la ley coránica extrema: en la provincia de Ghor las propias fuerzas de seguridad del gobierno capturaron a una joven de 25 años y sus cuatro hijos, y la entregaron al talibán, que la sentenció a muerte por lapidación, acusada de adulterio. En la misma provincia lapidaron a Rokhshana, joven de 19 años, por la misma razón. Las autoridades prometieron arrestar a los responsables de estas dos lapidaciones, pero sus autores siguen libres. Dicha provincia está gobernada por Sima Joyenda, una de las pocas mujeres afganas con un alto cargo gubernamental. Sin embargo, favorece la ley islámica del talibán.
Desde 1976, el código penal afgano prohíbe la muerte por adulterio, aunque establece duras penas de prisión para los que lo cometan. Tampoco contempla la lapidación como recurso para administrar justicia, pero el gobierno no ha podido acabar con tan horrenda práctica. Si la Nobel volviera a Afganistán, tendría material suficiente para escribir varios libros sobre la violencia que allí se ejerce contra las mujeres.