l presidente Enrique Peña Nieto (EPN) dijo que el año pasado México tuvo la inflación más baja en la historia, al alcanzar 2.13 por ciento, en beneficio de las familias mexicanas, ya que el precio de los principales productos y servicios prácticamente no está aumentando
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He aquí el complemento técnico
de Carstens, que reproduzco en extenso, a lo dicho por EPN: “Mantener una inflación baja y estable –con la multitud de beneficios que ello conlleva para el bienestar económico, para la planeación a largo plazo del crecimiento y desarrollo del país, de las inversiones y de la formación de patrimonios de individuos, familias y empresas–, requiere de una vigilancia constante y minuciosa de los indicadores económicos y del entorno interno y externo, así como de decisiones de política monetaria oportunas y asertivas que respondan sin dilación ante cualquier factor que ponga en riesgo la estabilidad general de precios”.
Más allá de la alusión gratuita a la multitud de beneficios para el bienestar económico, la planeación del crecimiento y el desarrollo, de las inversiones y la formación de patrimonios de familias y empresas, que nada tienen que ver con las realidades mexicanas, la celebración triunfalista por el algo más de 2 por ciento de inflación en 2015, resulta poco prudente, por decir lo menos.
No pocas voces, de calibre mayor, han sopesado una realidad de la aldea planetaria que puede encaminarse con mayor velocidad hacia la deflación durante 2016. No sería superfluo que los responsables de la conducción de la economía mexicana al menos se preguntaran si la baja en el índice de precios al consumidor tiene que ver o no con la tendencia a la deflación que se observa en diversas economías. Sobra decir que economistas y empresarios temen mucho más a la deflación que a la inflación: ahí está Japón con más de una década de parálisis deflacionista.
La posibilidad sugerida por Krugman hace cuatro años, examinada ya en su libro El retorno de la economía de la depresión (1999) sobre la estancada economía japonesa, en las últimas semanas se ha convertido en el centro de un debate económico mundial. El temor de que Alemania y Estados Unidos sigan el camino de Japón preocupa seriamente a Washington y a Europa.
Todos los horrores que a las mayorías de México ocurren en materia económica –como los que suceden a la aldea entera– no son resultado de misteriosas fuerzas indescifrables e inaprensibles llamadas los mercados
, sino resultado de decisiones de humanos, por mejor decir, de decisiones políticas de las fuerzas dominantes.
A estas alturas parece que todo mundo (metido en el análisis de la economía mundial) sabe cuáles son las fuerzas políticas dominantes de la aldea.
Podemos todos tener la seguridad de que el debate sobre la crisis iniciada en 2008 continuará indefinidamente, que no habrá nunca una conclusión única, sino un abanico amplio de posiciones harto distintas, pero es muy probable que se halle un alto grado de consenso en el papel preponderante de Wall Street y de los financieros del orbe, como detonantes de la crisis, y como brutal sobredeterminante
(como decíamos antes) de la misma. Muchos miembros de esta casta espantosa perdieron hasta la camisa (empezando por Lehman Brothers), pero han sido miembros de esta misma casta los que no cesan de enriquecerse sin descaso y son también los constructores principales del famosísimo 1%.
En octubre pasado tuvo lugar un debate entre Hillary Clinton y Bernie Sanders sobre la ignominia financiera que recorre la aldea arrasando pueblos y países enteros desde 2008. Sanders se centró en la reimplantación de la Ley Glass-Steagall, que separó los bancos comerciales de los bancos de inversión y sus tejemanejes de bandoleros. Esta ley fue una de las decisiones más certeras para salir de la crisis de los años treinta, y sirvió a la expansión capitalista hasta 1970 en que fue revocada, junto con la inhumación del sistema surgido de Bretton Woods, por decisión del gobierno de Nixon.
Según Krugman, la revocación de la Ley Glass-Steagall fue un error, pero no fue lo que provocó la crisis financiera, que “más bien se debió a bancos ‘en la sombra’, como Lehman Brothers, que no reciben depósitos, pero pueden causar estragos si quiebran”. Clinton ha presentado un plan para controlar los bancos en la sombra; de momento, Sanders no lo ha hecho. Krugman ha levantado la mano a Clinton en este debate. En mi opinión nada impediría llevar a cabo las dos cosas. Nada, digo, teóricamente, porque en los hechos ahí está Wall Street para impedirlo.
De acuerdo con Krugman, tiempo hubo en que Wall Street y los demócratas se llevaban bien. Robert Rubin, de Goldman Sachs, era la autoridad económica más influyente del equipo de Bill Clinton; los grandes bancos accedían con gran facilidad al mundo político, y el sector, en general, conseguía lo que quería, incluida la eliminación de la Ley Glass-Steagall. Pero con la crisis financiera de 2008, todo cambió. Wall Street se toma en serio las promesas demócratas de reprimir enérgicamente los excesos de los banqueros.
Son muchísimos más los peligros que correrá la aldea durante 2016. Pero ese choque de trenes es suficiente para crear un tsunami mundial. Parece que los mecanismos de relojería fina de los que habla Carstens para defender a la economía mexicana no serán muy efectivos.