La mansada fue del hierro queretano de Campo Real
Lunes 11 de enero de 2016, p. a35
–¿Usted sabe algo del ofensivo cambio de nombre a un toro en la décima corrida y de las improcedentes banderillas negras ordenadas en la undécima? –me preguntó un aficionado.
–Lo mismo que usted. Pero recuerde que en el DF ni autoridades ni empresa ni nadie dan explicación de nada en lo que a materia taurina se refiere. Y al que no le guste que no venga, pero que no moleste a los señores del poder –ironicé.
–No sé si se ha fijado –observó–, pero tras el cornadón al subalterno Mauricio Martínez Kingston han echado puros novillos, como si…
–Oiga –lo interrumpí–, hace 20 años que en la Plaza México se lidian, salvo contadas excepciones, novillos por toros y erales por novillos, por eso la empresa prohibió los exámenes post mortem, corrió a los veterinarios y la delegación Benito Juárez se sometió. Como el gobierno federal con la televisión y el radio, pues.
–¡Uh!, qué la fregada. Tons, ¿tamos jodidos?
–Usted dirá, pero en México aún hay toros bravos con edad y trapío. Que la empresa no los imponga, los figurines los eviten y los ganaderos serios no digan ni mu, ya es otra cosa –y nos despedimos.
En la decimotercera corrida de la temporada 15-16 en la Plaza México, que registró un cuarto de entrada, hicieron el paseíllo Arturo Macías (33 años de edad, 10 de alternativa y 30 corridas en 2015); Alejandro Talavante (28 años, nueve de matador y, ojo, 67 tardes), y Juan Pablo Sánchez (23, cinco y 15), para lidiar un encierro manso, soso y disparejo de la ganadería queretana Campo Real.
El tercero de la tarde fue la excepción, paliabierto, voluntarioso y noble, bautizado con el nombre de Don Beto, con 518 kilos de peso, según la antojadiza pizarra del coso y que, como todos sus hermanos y los lidiados en muchas temporadas, sólo recibió un puyazo en este escenario en la ya casi innecesaria suerte de varas. Afortunadamente, le correspondió al hidrocálido Juan Pablo Sánchez, uno de los mejores muleteros de la actualidad, con un excepcional sentido del temple y últimamente un tanto relegado por las empresas del país, en esa confusión que las hace apostar por los importados en vez de aprovechar a los nacionales, enfrentarlos y propiciar el urgente surgimiento de figuras que generen partidarios.
Fue un trasteo reposado, cadencioso y melódico por ambos lados, tanto por la muleta de Juan Pablo y su precisa colocación como por la despaciosa y clara embestida del toro. Cobró una estocada entera desprendida y se le concedió merecida oreja. A su segundo, Periquito, de 527 kilos, regordío y con cara, Sánchez dejó que lo picaran de más, mermando su recorrido. Logró algunas tandas breves, dejó una entera caída, hubo ligera petición y el juez Jesús Morales, para evitar la regañina, soltó la oreja.
Con esa cantidad de corridas toreadas, Alejandro Talavante vino a tentar de luces, sobre todo a su primero, escurrido de carnes y protestado, pero soso y pasador, al que pinchó hasta en cuatro ocasiones. Y Arturo Macías deberá revisar su tauromaquia: con el peor lote todo lo intentó y casi nada le salió, no obstante 30 tardes en 2015.