l gobierno de Nicolás Maduro, que tenía algo más de la mitad de los votos cuando fue elegido tras la muerte de Hugo Chávez, acaba de ser derrotado tras perder 12 por ciento de los electores y más de dos millones de votantes que antes apoyaban al chavismo. El proceso bolivariano, tan fundamental para Sudamérica, está en grave peligro.
Hasta ahora, ni el gobierno ni los defensores acríticos de los gobiernos progresistas
han hecho un balance serio de esta derrota, que se produjo cuando Maduro llamaba a infligir una derrota decisiva
a sus adversarios, ni del vergonzoso fracaso del kirchnerismo argentino, que creía ganar ya en la primera vuelta la elección de presidente. Tampoco hay un balance sobre la corrupción del Partido de los Trabajadores, que da pretextos a la extrema derecha en Brasil, ni sobre las dificultades de Evo Morales en su referendo acerca de un tercer mandato consecutivo, ni de Rafael Correa, que se enfrenta a los movimientos sociales.
Todos ellos –desde Maduro hasta sus defensores más ciegos– cuando mucho alegan que el imperialismo financia una feroz campaña de intoxicación de la opinión pública y, con sus agentes locales, quieren derribar al gobierno, y que la mayoría de los medios de información locales –y la gran prensa capitalista internacional– han conseguido confundir a las mayorías populares. Pero esos argumentos esconden que del imperialismo y de la extrema derecha no se podía esperar otra cosa y que pedirles comportamientos democráticos equivale a rogar que un cerdo vuele y, además, que no es posible disfrazar las dificultades con una vociferante retórica nacionalista burguesa, pues eso lleva a la pérdida del apoyo de vastos sectores populares chavistas o peronistas que votaron por la oposición para protestar por la pésima conducción económica, la escasez, la corrupción y el paternalismo decisionista.
Washington desempeña el papel de siempre; era necesario blindar el proceso bolivariano con una masiva participación obrera y popular y con la construcción de subjetividad anticapitalista, en vez de reprimir cualquier muestra de independencia de los trabajadores y de mantener a todo vapor la sociedad consumista cuando era evidente que eso no era sustentable. Con todos los medios en contra, Chávez tenía, sin embargo, un aplastante apoyo popular y ganaba ese sostén, pese a todas las dificultades económicas, porque ofrecía la utopía posible de la construcción de gérmenes de doble poder de los trabajadores frente al poder estatal burgués, burocrático y nacionalista y llamaba a dar un Golpe de Timón que sustituyera el poder centralizado y verticalista del Estado capitalista por el poder de la base de la revolución.
La soberbia sectaria de quienes se creen únicos poseedores de la Verdad y califican a todos sus adversarios, sin distinguir matices, como enemigos, aliados o agentes del imperialismo o antipatriotas (como hacía Cristina Fernández, como hizo Maduro o hacen Correa y el vicepresidente boliviano García Linera) lo único que consiguen es arrojar en brazos de los verdaderos enemigos proimperialistas a quienes plantean que hay otras opciones diferentes de la línea progresista
, pero no son ni nunca fueron agentes imperialistas o contrarrevolucionarios fascistas y, por lo tanto, ante el insulto y la falsedad oficiales, pierden totalmente confianza en lo que dice el gobierno y en la disposición autocrítica de los Líderes infalibles
.
Quienes acusaban de enemigos del socialismo
a los críticos desde la izquierda de la burocracia soviética y de los países socialistas
y decían que su crítica servía al imperialismo
todavía hoy no se explican por qué nadie, ni siquiera los millones de afiliados a los partidos comunistas
de esos gobiernos burocráticos, defendió esos regímenes ni tampoco porqué el estalinismo vacunó a pueblos enteros contra la palabra socialismo
.
Por el contrario, en todo defensor ciego de los gobiernos progresistas hay un practicante del culto burocrático de la supuesta infalibilidad de la conducción
que cree en el cartelito no molestar al Conductor
y alaba sin cesar las sabias
decisiones de éste sin siquiera ver las posibles consecuencias nefastas de las mismas ni sugerir algún cambio. Esos señores creen que los gobiernos y los Líderes
son los sujetos de los cambios sociales y no los trabajadores mismos. Son antisocialistas y dificultan la ardua toma de conciencia anticapitalista de las grandes masas, que son las únicas que podrán combatir contra el imperialismo y construir colectivamente las bases del socialismo, eliminando las trabas burocráticas que existen en todo proceso revolucionario.
Cristina Fernández –que debería hacer un balance político de la derrota que preparó– está muda porque no sabe qué decir, ya que ella personalmente, con sus decisiones y su política, organizó la victoria del sector burgués más ligado a las trasnacionales. Maduro, en vez de reflexionar y apelar realmente a la enseñanza de Chávez combatiendo la burocracia y la boliburguesía, se apoya en ellas y en el conservadurismo nacionalista de las fuerzas armadas (a las que el imperialismo intentará ahora dividir) y en el aparato estatal, que es capitalista y, en vez de separar la protesta popular legítima de la dirección golpista y fascista de la mayoría de la oposición, insiste en meter a todos –obreros disconformes y capitalistas contrarrevolucionarios– en un mismo saco con marca estadunidense.
El proceso bolivariano sólo podrá recuperarse si, como el gigante Anteo, al caer toma contacto con la tierra. Es posible esa recuperación y aún estamos a tiempo para el Golpe de Timón chavista, pero es necesario recuperar la credibilidad demostrando la capacidad de dar curso a la movilización y de poner orden de las masas mismas. Una lucha sólo burocrática contra la burocracia y los enemigos que la fomentan no es una solución
y sólo lleva en cambio al suicidio político.