El imperio de la ley
ay imágenes gravadas a fuego en la memoria colectiva. Las del poder ausente, impasible, incapaz de reaccionar, de actuar ante la violencia desatada por un hecho de terror; cuyo ejercicio de sus facultades se diluye con la visión de pasmo, de impotencia. Así, la de George W. Bush sentado en una sillita escolar de infante, con la mirada perdida, anonadado por la noticia de la destrucción de las Torres Gemelas de Manhattan.
Unos segundos bastaron para exhibir la incompetencia que llevó a declarar la guerra al terrorismo, a la visión abstracta. Una acción bélica sin final posible: ¿Qué fantasma, qué sombra incorpórea firmaría la rendición? ¿Cómo se declararían vencidos los fanatismos de la intolerancia que alcanza una victoria cada vez que siembra el terror? Ahí quedó el rostro desolador de George W. Bush. Las pantallas electrónicas lo llevaron instantáneamente a la globalidad que se ahogaba entre las ruinas del World Trade Center y la incertidumbre que mostraba inerme al país más poderoso de la Tierra.
Y del gesto infantil a la invasión de Irak, en busca de inexistentes armas de destrucción masiva
; palo de ciego que llevaría al caos en el Cercano Oriente. Y a los negocios con el petróleo como botín de guerra con el vicepresidente Richard Bruce Cheney como CEO. Se repite la imagen. Aquí en México se caricaturizó al Poder Ejecutivo, el del mando civil de las fuerzas armadas, al lanzarse Felipe Calderón a su guerra contra el crimen organizado; vestido de verde olivo, uniforme de fatiga y cachucha arrugada en espera del casco guerrero. La violencia criminal, el poderío armado del narcotráfico y los miles de millones de dólares del mercado de la droga, no sólo del tráfico al vecino del norte, sino también el de nuestro país convertido en consumidor en los vaivenes de la demanda en el primer mundo consumidor. Pero la caricatura guerrera de Calderón ocultaba la imagen del poder cedido al poderoso aliado dueño de las armas, tecnología y voluntad.
Volvió el PRI a Los Pinos en la segunda alternancia. Y el festejo de la toma de posesión se empañó con la violencia del caos anarquizante que se adueñó de las calles del viejo casco de la capital. En Palacio Nacional, los gestos de satisfacción generalizada; anticipo del Pacto por México cuyos detalles daría a conocer al otro día Enrique Peña Nieto. Sonrisas compartidas y apenas unas líneas en los medios de comunicación escrita tras el primer encuentro presidencial de Peña Nieto con el presidente Barack Obama: las agencias de seguridad de Estados Unidos de América seguirían colaborando con el gobierno mexicano, pero habría un solo conducto. La Secretaría de Gobernación, sería ventanilla única
.
Porque en la guerra de Calderón
, la DEA, otras agencias y el Departamento de Estado tenían contacto directo con los mandos del Ejército, la Marina, la policía al mando del valido de Palacio que vive ahora en Florida. Con la segunda alternancia se hicieron cambios en el gabinete presidencial. Gobernación se convirtió en una secretaría del Interior, a la manera parlamentaria; a la que se le devolvieron los dientes
que le arrancaron después de la corrupción rampante que obligó a desaparecer la temida Dirección Federal de Seguridad. Enrique Peña Nieto designó titular de Gobernación a Miguel Ángel Osorio Chong. Y puso a su cargo las instituciones y obligaciones de la seguridad nacional.
Se incluyó la seguridad pública al incorporarle la Policía Federal y formular la iniciativa de una policía nacional, como la gendarmería de Francia. La clave, insisto, estaba en la ventanilla única. Ya no podría montarse un operativo y llevarse a cabo al dar las órdenes la embajada de Estados Unidos de América. Antes y después de Wikileaks abundan los testimonios. Vendrían los tropiezos y las torpezas que empañaron los logros del Pacto y demolieron la figura presidencial de Peña Nieto. Pero en febrero de 2014 El Chapo Guzmán fue detenido en Mazatlán y encarcelado en el penal de alta seguridad del Altiplano.
El de Badirahuato se había fugado del penal de Puente Grande, Jalisco, en enero de 2001. Vicente Fox era el heraldo de una revolución como la cristera
y despachaba en Los Pinos. Hoy parece increíble que la fuga de El Chapo no generara las condenas y desatara despectivos rechazos a un gobierno incapaz de retener en la prisión al delincuente más afamado y temido en todas partes, uno por el que se ofrecieron recompensas de millones de dólares; uno, sobre todo, acusado y encarcelado con motivo del asesinato de un cardenal de la Iglesia católica, apostólica y romana, en Guadalajara, Jalisco. Nadie argumentó que sicarios de los hermanos Arellano Félix estaban ahí para matar a Joaquín Guzmán Loera y confundieron
al cardenal con el capo de Sinaloa. No hubo llamados de rebelión contra el panismo de Los Pinos.
Pero el túnel por el que se fugó El Chapo del penal del Altiplano fue la vía idónea para desahogar el disgusto y la desesperanza popular con el gobierno de Peña Nieto. A los escándalos por la cancelación del tren bala y los reportajes de la Casa Blanca, con el añadido de las acusaciones de conflicto de intereses y el inconcebible colofón de nombrar a un allegado, por lo menos un subordinado, para calificar si había o no delito que perseguir, se añadiría el alud de desatinos y desatenciones al producirse el crimen de lesa humanidad de Iguala, la muerte de normalistas y jóvenes ajenos a cualquier conflicto, la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, en cuya muerte se niegan a creer los padres. Se dejó hacer, se dejó pasar el tiempo del desgobierno de Ángel Aguirre. Y se desbordó la ira contenida, se impuso la convicción de un gobierno ausente.
Clima político para las tempestades, para los justos reclamos y los llamados a la irracional condena del Estado. ¡Fue el Estado!
se convirtió en grito de guerra. Enrique Peña Nieto estaba en Europa, en París, donde recibió el informe de la fuga. Y se produjo una de esas imágenes indelebles de las que hablábamos líneas arriba. Desolación y desconcierto que lo condujeron a sentenciar que la escapatoria del delincuente era un enorme agravio
a la nación. Agravio que desnudaba la ineficacia y la corrupción del sistema carcelario mexicano. Del sistema de justicia.
El viernes 8 de enero, el Presidente de la República anunció en esas mismas redes sociales de la desolación: Misión cumplida: lo tenemos. Quiero anunciar a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido
. Después hubo un reconocimiento al gabinete de seguridad del gobierno de la República por este importante logro a favor del estado de derecho en México
.
Nada hay que regatear a la tarea del Estado, al intenso y cuidadoso trabajo de inteligencia
. Del general Salvador Cienfuegos, el almirante Francisco Soberón, la procuradora Arely Gómez. De todos los elementos al servicio de México que cumplen su deber con valor y patriotismo. Hay que reconocer la tenacidad y seriedad de Miguel Osorio Chong. Los politiqueros pedían su relevo cuando se dio la fuga. Y ahí está el de Hidalgo: Hoy las instituciones del Estado mexicano le han cumplido a quienes se deben, a la ciudadanía
.
No hay punto final. Habrá que dar a conocer y procesar a quienes dejaron escapar a El Chapo. Pero nadie podrá decir Fue el Estado
. Ya bastantes enemigos tiene en la oligarquía que anhela borrarlo de la memoria.