El hijo errante
narrativa tsotsil de Mikel Ruiz
Hiladora chamula, Chiapas. Foto: Teúl Moyrón C. |
Antonio Guzmán Gómez
Mikel Ruiz, Ch’ayemal nich’nabiletik/Los hijos errantes (CELALI/CONECULTA, Chiapas, 2014)
Los hijos errantes trata temas en los que muchos jóvenes actuales se reconocen, se sienten identificados. A diferencia de los escritores indigenistas, en estos cuentos se revelan los conflictos y contradicciones sociales desde el interior de los personajes, el problema de la identidad desata la trama en los relatos. Mikel Ruiz no es el primer escritor tsotsil que aborda el tema desde el interior de una comunidad, ya el libro de cuentos de Nicolás Huet, La última muerte (2001), con una estructura lineal, logra un buen tratamiento de la tradición oral; en este caso, en localidades de Huixtán. En cambio, Mikel Ruiz se aleja de la tradición oral, aborda el conflicto de identidad desde el interior del mundo tsotsil a través de Ignacio, uno de los personajes principales de Los hijos errantes, quien pertenece al paraje de Chicumtantic, de San Juan Chamula.
El tema que aborda es actual en las comunidades indígenas: las contradicciones con la identidad, el alcoholismo, la violencia hacia las mujeres, la pornografía en el contexto indígena, los asesinatos a machetazos que se daban mucho anteriormente; ahora se prende fuego a los cuerpos humanos usando gasolina. La forma literaria de abordar los problemas en un paraje rompe con la idea romántica del indígena como un ser noble dentro de su propio paraíso. Los protagonistas en los cuentos de Mikel Ruiz son los indígenas mismos, sin la intervención de ningún kaxlan. Son dueños de su propia vida, de su propia historia, con todas sus contradicciones como seres humanos. Desde este punto de vista, el tratamiento de los personajes está bien definido, cada uno de ellos tiene volumen, una historia personal, una psicología dentro del drama que justifica sus acciones.
Los hijos errantes es una obra que se inscribe en la narrativa posmoderna, pues tiene una estructura compleja y acciones intrincadas, varios puntos de vista, y fragmentaciones temporales. A pesar de este artificio los cuentos se leen en una tarde. Es decir, hace ver simple lo que es complejo y viceversa. Los cinco cuentos pueden leerse de manera independiente, pero en su conjunto se lee como una novela corta. En los dos primeros cuentos, Mikel tiende dos líneas de argumentación bien equilibradas que aluden a "La noche boca arriba" de Julio Cortázar o, "El otro" de Borges.
En el primer cuento de este libro, “Jna’oj ti xava’iune/ Sé que me oyes”, se tienden las dos líneas, y en el segundo, “Ta k’atinbak/ Al k’atinbak”, es donde puede verse con mayor claridad por la forma en que van desarrollándose las acciones de la trama, el entrecruzamiento de los puntos de vista. En éste último, el foco narrativo se centra primero en Ignacio Ts’unun, quien se levanta del camastro para descolgar un machete y su mecapal. Se prepara para asesinar a Pedro Ton hasta dejarlo colgado en la rama de un árbol de roble. Esta línea argumentativa se narra en omnisciente. De manera simultánea Ruiz tiende la segunda línea, donde aparece Salvador, que se da cuenta que algo raro está pasando, hasta descubrir la muerte de Pedro a quien encuentra colgado en el árbol de roble. Esta parte del personaje de Salvador se narra en primera persona, sin que el omnisciente desaparezca.
Al final del cuento Ignacio escucha cómo le narran su propio asesinato. Salvador no sabe que el que mató a Pedro Ton es Ignacio y se lo está contando. El vaso comunicante de las dos líneas es la muerte de Pedro Ton. Cada línea está bien delimitada y no llega a confundirse en la trama del cuento. No pesa una sobre la otra. Al contrario, se complementan.
En los tres cuentos que siguen: “Ch’ayel/Extravío”, “Ch’ayemal nich’nabiletik/Los hijos errantes” y “Lajebal vob/Canción de muertos”, Mikel Ruiz tiende un solo hilo argumentativo, el narrador es omnisciente, utiliza algunas veces el flashback para justificar las acciones de los personajes.
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En su brevedad, estos cuentos son complejos. Gracias a la unidad en cada cuento, a la verticalidad en sus argumentos, su ritmo dinámico y la justificación de las acciones dentro de la lógica de cada relato, la tensión se mantiene con el tono alto de principio a fin.
Y si se quiere leer como novela corta, cada cuento sería un capítulo. En los primeros tres relatos, Mikel suelta los hilos narrativos y en el cuarto y quinto cuento, los cierra perfectamente obteniendo una. Vemos la evolución psicológica de Ignacio Ts’unun como personaje principal, donde nos muestra desde su interior las contradicciones que causan los problemas de la subjetividad.
La técnica narrativa denota un compromiso estético, literario, estructural. Hay una búsqueda constante y una conciencia estética de la literatura. Ya bien dice el escritor chiapaneco Alejandro Aldana Sellshopp en la introducción que Los hijos errantes es Literatura sin adjetivos.