éxico empieza un año bajo signos preocupantes, tanto en lo económico como en lo político y lo social.
En el primero de esos ámbitos, si bien es cierto que la economía estadunidense muestra signos moderados de reactivación y que la nuestra está estrechamente vinculada a la del país vecino, ello no necesariamente se traduce en un dato auspicioso para las finanzas mexicanas. Esto es así no sólo por los términos no equitativos que definen los intercambios bilaterales sino también porque un desempeño económico más dinámico en el país vecino puede significar una salida de capitales hacia el norte del río Bravo, con los consiguientes efectos negativos para México.
Por otra parte, hay factores internos por demás inquietantes: a pesar de las palabras reconfortantes de diversos funcionarios del ámbito económico y financiero, la devaluación que la moneda nacional experimentó en el curso de 2015 con respecto al dólar tendrá, de manera inevitable, un impacto en el incremento de la inflación. Por otra parte, el elevado índice de endeudamiento del sector público obliga a preguntarse hasta qué punto le será posible mantener los pagos correspondientes sin un nuevo aumento de impuestos y sin recortes adicionales al gasto público.
Las tasas de desempleo y de pobreza, por su parte, no sólo alimentan el riesgo de nuevas situaciones de ingobernabilidad, sino que prolongan la debilidad del mercado interno y dificultan, por consiguiente, el logro de las tasas de crecimiento que el país requiere, ya no para remontar los vastos rezagos sociales existentes, sino al menos para que éstos no se incrementen.
En otro ámbito, no hay a la vista una solución a la crisis de derechos humanos que vive la nación. Persiste la falta de voluntad política para poner coto a la extendida impunidad; la justicia efectiva y el esclarecimiento siguen pendientes en episodios como los de Tlatlaya, Tanhuato y Apatzingán, y la atrocidad perpetrada contra estudiantes normalistas en Iguala el 26 de septiembre de 2014 es aún, casi año y medio después, una herida abierta e irresuelta que alienta la exasperación y el escepticismo ante las autoridades. Hay dirigentes y activistas sociales que, por serlo, se encuentran en la cárcel, sin que las instancias correspondientes den muestra de corregir las injusticias correspondientes en un plazo breve. Por lo demás, la violencia delictiva mantiene a extensas regiones del país en un estado de zozobra permanente.
En este 2016 tendrán lugar varios procesos electorales para renovar autoridades estatales, y ello ocurrirá en un clima de crispación, polarización y desaliento ciudadano ante los persistentes vicios de una clase política que parece determinada a representarse a sí misma antes que a la sociedad. El descrédito no sólo deriva, por lo demás, de la crisis de representatividad, sino también de una corrupción extendida, impune y particularmente exasperante en las circunstancias de estrechez económica presentes.
En suma, el año arranca con signos poco auspiciosos y sin duda preocupantes. Cabe esperar que la institucionalidad sea capaz de voltear hacia el país agraviado, lastimado y vapuleado por los vaivenes económicos, las violaciones a los derechos humanos, el acoso de la criminalidad y la falta de interés de funcionarios y representantes ante las manifiestas carencias sociales.