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Toros

En la décima corrida, encierro de La Punta disparejo de presentación y estilo

Otorgan oreja a Manuel Escribano, que confirmó, y se niega otra a Fabián Barba

Continúa el voluntarismo de los jueces

Otra entrada virtual en la Plaza México

 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de diciembre de 2015, p. a39

¿Quién autoriza la presentación de toreros españoles en el coso de Insurgentes? ¿Tienen que pertenecer a un grupo o ser amigos de los que figuran? ¿Cuenta la empresa con veedores de toreros extranjeros que puedan gustar en México? Estas y otras preguntas se hacen los aficionados pensantes –no los que se conforman con los mismos nombres en veinte años– luego de ver la interesante tauromaquia de diestros extranjeros prácticamente desconocidos en nuestro país.

Ayer en la décima corrida de la temporada, el turno correspondió al alegre torero andaluz Manuel Escribano –31 años de edad, 11 de alternativa, 46 corridas toreadas este año y quinto lugar en el escalafón español en 2015–, quien por fin confirmó su doctorado y con el lote más manejable cortó una oreja de su segundo.

Dominador de los tres tercios aunque baja en banderillas, el sonriente Escribano veroniqueó y luego quitó por chicuelinas, banderilleó con más voluntad que tino –y aun así alguien ordenó que le tocaran una diana– y confirmó la alternativa con el abreplaza Cielo, anovillado de presencia y protestado por el escaso público, que no hizo ni un tercio de entrada, sin que la autoridad atendiera la silbatina. El torillo ocasionó otro misterioso tumbo y se cambió el tercio sin que fuera realmente picado. Llegó a la muleta débil pero claro, permitiendo a Escribano estructurar una faena por ambos lados, malograda con un pinchazo antes de la estocada, escuchando un aviso.

Con su segundo, que recibió un pujal o puyazo breve a manera de ojal, volvió a estar empeñoso con los palos y desplegó con la muleta una tauromaquia sólida y gozosa ante un toro con más temperamento y exigencia. Remató con manoletinas y dosantinas y dejó una estocada trasera y tendida, concediendo el juez Jorge Ramos una oreja entre división de opiniones. Para quienes estamos hartos de las solemnidades ventajistas de Ponces, Julis y Morantes, la labor de Escribano fue una bocanada de aire fresco.

El primer espada, Fabián Barba, sigue siendo poco valorado por las empresas y rehuido por los que figuran. Con sólo cuatro corridas toreadas en México y la de su confirmación en Madrid, llegó a la México como navaja y sin especular realizó con Cuadrado, de San Marcos, que trajo de cabeza a la cuadrilla, una faena de muy altos vuelos, rebosante de pundonor y de torería. Luego de pasar en falso dejó una casi entera.

Encastado, celoso y muy dispuesto, Fabián le dio a su segundo hasta tres largas cambiadas en los medios, luego quitó por tafalleras, capote a la espalda y gaonera a un toro que empujó en el puyazo. Al dar un pase de pecho fue cogido y suspendido una eternidad entre los pitones, llevándose un puntazo en el escroto, continuó en la cara del astado y acabó haciendo lo que quizá debió hacer al principio: doblarse con el toro y torearlo de pitón a pitón. Cobró una estocada apenas desprendida y no obstante la petición mayoritaria, el juez se puso rigorista –de Rigo, no de exigente– y la negó. Las dos vueltas que dio entre ovaciones fueron el reconocimiento unánime de la gente a su entrega.

Víctor Mora, el tercer espada –26 años, nueve de matador y siete tardes en lo que va del año– no logró imponerse a las condiciones de su lote. Su segundo, originalmente bautizado como Arte, salió con el revelador nombre de Juezpen, por órdenes de los ganaderos, sobre los que la ofendida autoridad dejará caer todo el peso de la ley, que de algo ha de servir.