ecuerdo muy bien cómo surgió el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), en aquellos tiempos en que don Jesús Reyes Heroles era secretario de Educación Pública.
Fue una tarde en que se le puso al tanto de la gran cantidad de investigadores de tiempo completo
adscritos a diversas instituciones gubernamentales, como era el caso del INAH, que investigar era lo que menos hacían.
La fórmula fue sencilla: para no violar acuerdos establecidos previamente con los respectivos sindicatos, se aumentarían los salarios únicamente conforme a lo establecido, lo cual estaba muy por debajo del incremento del costo de la vida en aquellos años de hiperinflación. De esta manera acabarían buscándose otras fuentes de subsistencia. Mas para salvar a quienes sí trabajaban debidamente y pudieran seguir con sus tareas, se les daría una compensación reglamentada por sus pares, según parámetros establecidos por la autoridad.
A don Jesús le importaba un cacahuate si se alborotaba la gallera. Entre otras cosas, porque la Constitución le impedía entonces ser presidente debido a que uno de sus progenitores no había nacido en México. Pero su lamentable fallecimiento prematuro torció el objetivo. Quien lo sucedió sí tenía aspiraciones y no quería ruido, de modo que los holgazanes sí tuvieron incrementos por encima de los convenios y fue lo suficiente para sobrevivir mucho tiempo más… hasta la fecha.
Recuerdo que al principio se quería privilegiar la investigación y no la enseñanza, pero con el tiempo la cosa cambió. Ahora no tan sólo se permite una buena carga docente, sino que incluso se exige. El argumento principal es que los reputados como investigadores nacionales
han gozado de su compensación para investigar y adquirir nuevos conocimientos y muchos, incluso, se han capacitado gracias a becas específicas para ello. La docencia significa así una forma de retribuir a la sociedad las ventajas y privilegios para el estudio que ésta le ha proporcionado.
Asimismo, cabe reconocer que, haciéndola de profe, el investigador mismo se enriquece mediante la obligada relación con gente joven y de sus conocimientos puntuales con el panorama general de lo que se sabe de su materia, lo cual constituye una sana forma de reflexión: una suerte de hermenéutica, que viene a ser una de las operaciones fundamentales del proceso de investigación.
Sin embargo, llama la atención el cabal menosprecio que en el SNI prevalece sobre los textos de divulgación que pueden equivaler a la enseñanza. El investigador sintetiza lo que ha investigado y lo dispone de manera asequible para que esté al alcance de gente no especializada.
Un esfuerzo así debería ser el corolario del más sesudo proceso de investigación, en vez de que los resultados muchas veces no trasciendan el carácter de artículos dictaminados que acumulan su difícil comprensión en revistas especializadas de corto tiraje y menos lectores.
Quede claro que no estoy en contra de la comunicación entre expertos. Lo que no me acaba de convencer es que solamente hasta aquí llegue el investigador, y que cuando quiera alcanzar una difusión mayor simple y sencillamente se menosprecie lo que hace e incluso se le ridiculice. De esta manera aseguramos que los trabajos de divulgación difícilmente dispongan de la base científica de una investigación formal.