19 de diciembre de 2015     Número 99

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Campamentos sin tierra, barracas
y personas: un lenguaje contemporáneo
de demanda social colectiva

Nashieli Rangel Loera Profesora del Departamento de Antropología del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas e investigadora del Centro de Estudios Rurales, Universidad Estatal de Campinas (IFCH-Unicamp)


Campamento en el municipio de Marabá Paulista. Foto tomada en enero de 2013
FOTO: Nashieli Rangel Loera

Durante los 12 años recientes me he dedicado al estudio de la dinámica y las formas de acción de uno de los movimientos sociales más importantes de América Latina, el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra, MST), que surgió en el sur de Brasil a finales de los años 1970 y se consolidó cuando terminó la dictadura militar, a mediados de la década de 1980. Desde entonces, las ocupaciones de tierras y el montaje de campamentos en los terrenos ocupados han sido la marca del Movimiento.

La dinámica y configuración social de los Campamentossin Tierra en el estado de São Paulo es una temática que se inscribe en las preocupaciones etnográficas y teóricas más amplias sobre las formas y lenguajes de reivindicaciones colectivas contemporáneas en Brasil.

En los campamentos organizados por el MST, la circulación de personas y objetos materiales e inmateriales es fundamental para la reproducción social y física tanto de los campamentos como del Movimiento. Es esa circulación de personas y cosas, así como la constitución de relaciones de obligación y mutualidad, lo que torna la vida posible en estos lugares, donde muchas veces hay que esperar entre cuatro y cinco años o más para que el Estado brasileño expropie los terrenos y genere un proyecto de asentamiento.

La circulación de personas en los Campamentos sin Tierra está relacionada principalmente con dos categorías de acampados: los moradores, que son los que viven durante la semana en los campamentos, y los andorinhas (golondrinas), que están solamente los fines de semana o a cada 15 días en los campamentos. Estas categorías, así como otras designaciones nativas, son una puerta de entrada para la comprensión de los modos de vida. Por medio de ellas es posible identificar modos de circulación de personas, barracas y otros bienes materiales e inmateriales de ese mundo social, que forman parte de los mecanismos sociales que mantienen y dan continuidad a los campamentos.

Para quien no está familiarizado con la problemática del MST en Brasil, en su mayoría sigue un mismo modelo de organización social: Los acampados se instalan a la orilla de las tierras que están siendo reivindicadas y posteriormente son montadas las denominadas barracas de lona. Este es un elemento de extrema importancia, ya que es el que marca la presencia en el campamento y funciona como una especie de inscripción (tanto el movimiento que organiza el campamento como el Estado tomarán en cuenta como candidato a la reforma agraria al que mantenga una barraca en un campamento). El hecho de montar una barraca e instalar un campamento es un acto simbólico, es una forma de “decir” que esa es la tierra o espacio físico que se pretende, conformando un lenguaje social de demanda colectiva.

En los años recientes hubo cambios significativos en la organización social de los Campamentos sin Tierra. Hace diez años, la gente debía vivir permanentemente en el campamento para aspirar a tener una tierra y hoy es posible hacerlo por medio del establecimiento de una barraca.

Los campamentos se han ido instalando en las proximidades de los pequeños poblados al dentro del estado de São Paulo (anteriormente se encontraban en localidades más distantes), lo que ha generado la atracción de la población local que vive en esos poblados. Es de esta manera que se establece una barraca para comenzar a mantenerlo y circular diariamente o con más frecuencia por el campamento. Se entiende que en diferentes escalas, ya sea en esa circulación más extensa en el tiempo y el espacio en el mundo de las ocupaciones de tierra, o en la circulación cotidiana de las personas dentro de los campamentos, la barraca se ha convertido en un elemento central para la comprensión de la dinámica y constitución social de los espacios durante la demanda por la tierra. La barraca puede ser vendida, cambiada, prestada, recuperada o cuidada, convirtiéndose en un bien valorizado y disputado en ese mundo social. La barraca también aparece como objeto central en las conversaciones, historias y acontecimientos narrados sobre el campamento o las personas. La barraca también simboliza una posibilidad, una apuesta y es la referencia de un cambio en la vida de la gente. Tener una barraca significa ser candidato a la reforma agraria y a un pedazo de tierra, abriendo la posibilidad de un futuro diferente: La barraca es un devenir.

La circulación de barracas, objetos y personas nos permiten percibir diferenciaciones sociales y modos específicos de organización social en el mundo de los campamentos sin tierra. Finalmente, es posible decir que las categorías no son fijas sino porosas, por lo que en los campamentos de São Paulo, hay quien es un poco morador y un poco golondrina. Por esa razón, se hace fundamental el análisis de esa fluidez de la vida social, la cual se ve reflejada en la materialidad de las cosas y de las barracas, donde se observan agencias y relaciones. Cuando hablamos de barracas estamos hablando también de circulación de bienes materiales e inmateriales como cuidados, atención, favores, afectos, parte fundamental de la configuración y reproducción social de los campamentos y del MST.


Ocupación, campamento y asentamiento:
el MST y la reforma agraria

Marcos Paulo Campos Estudiante de doctorado del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (IESP/UERJ)  Traducción: Jimena de Garay Hernández

El Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) surge en el contexto de la redemocratización y su formación puede ser comprendida como una respuesta popular, organizada como movimiento social, a la política de modernización de la producción agrícola impetrada por los militares.

Según Porto-Gonçalves (2005), el MST se presenta como una síntesis creativa de experiencias emancipadoras tejidas en la historia brasileña reciente. Bajo el régimen militar ocurrieron dos procesos fundantes del MST: la modernización conservadora de la agricultura y la aproximación de los elementos de la ideología socialista con la teología cristiana.

El primero se refiere al fenómeno económico que profundizó la expropiación de los trabajadores del campo, no más necesarios para los grandes cultivos debido a la mecanización de las técnicas agrícolas, y produjo la figura del “sin tierra” a gran escala. El segundo corresponde al conjunto de significados que forjó la organización política del contingente de población rural desocupada por el latifundio mecanizado y que, por sus propias características, tenía dificultad de ser representado por el movimiento sindical; se trata de la Teología de la Liberación (TdL), una corriente teológica de las Iglesias cristianas, de orientación progresista, que fomentó la acción de la Comisión Pastoral de Tierra (CPT), principal entidad de apoyo al surgimiento del MST en el medio rural brasileño.

Para establecer un marco histórico del surgimiento del MST, Fernandes (2000) apunta el encuentro ocurrido en Cascavel, en el estado de Paraná, en 1984. Participaron en él más de cien trabajadores rurales venidos de 13 estados, principalmente del sur, sureste y centro-oeste. La movilización fue realizada por la CPT y contó con apoyo de obispos y padres católicos ligados a la corriente progresista, pastores luteranos, sindicatos de trabajadores rurales, intelectuales y partidos políticos, sobre todo el Partido de los Trabajadores (PT). Vale resaltar aquello que Fernandes considera la fase de gestación del MST, o sea la ocurrencia de diversas luchas y enfrentamientos anteriores al encuentro de Cascavel que movilizaron contingentes sociales de población sin tierra en la lucha contra el latifundio, inclusive antes de la formación del MST.


FOTO: Circuito Fora do Eixo

Después de tres días de debates, se acordó que el MST debía ser construido por los propios trabajadores sin tierra, independientemente de la Iglesia Católica, de los sindicatos y de los partidos políticos; debía estar abierto a toda la familia, y ser un movimiento de masas. Fueron definidos cuatro objetivos de la lucha del Movimiento, a saber: 1. Luchar por la reforma agraria; 2. Luchar por una sociedad justa; 3. Luchar por el fin del capitalismo; y 4. Garantizar que la tierra sea de quien la trabaja y quien viva de ella. Desde entonces, el MST actúa en la lucha por la tierra y ha sido el responsable del impulso de la cuestión agraria en el debate público y de la realización de la reforma agraria a partir de ocupaciones y campamentos. Además, el Movimiento expandió su acción a una escala nacional: está presente en 22 de las 27 unidades de la federación brasileña.

Actualmente, las ocupaciones de tierras improductivas por familias de trabajadores sin tierra organizadas por el MST son la forma de comunicar al Estado la demanda por reforma agraria. Durante las negociaciones, la forma de campamento se configuró como el medio para mantener a las personas en la tierra reivindicada para desapropiación. Además, después del posible despojo, son establecidos asentamientos donde la combinación de una propiedad común, parcelas familiares y asociaciones constituye comunidades rurales basadas en la vivienda y el trabajo. La acción del MST, así como de los sindicatos y de otros movimientos sociales rurales en las décadas recientes, no se da en dirección a la formación de pequeños productores rurales independientes, sino en la perspectiva de construir una comunidad de interconocimiento, propiedad y trabajo colectivos, asociativista y viable en el mercado interno de la agricultura familiar. Eso es comprensible, ya que si se observan “la situación presente y pretérita de las familias asentadas, al margen de la fuerte heterogeneidad entre los proyectos y la precariedad de la infraestructura prevaleciente en buena parte de los mismos, podrá fácilmente ser constatada una mejoría en sus condiciones de vida” (Leite, 2006). Los asentamientos rurales son la expresión contemporánea de la reforma agraria en Brasil que no ocurriría sin la lucha social en el campo.

Insurgencia popular y la crisis
estructural del capitalismo:
la experiencia del MST

Marildo Menegat Profesor de la Universidad Federal Fluminense, Río de Janeiro (UFF-RJ) 
Traducción: Andrea Santos Baca


Las tentativas de la sociología por encuadrar conceptualmente movimientos sociales como el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST) hace mucho tiempo que mostraron su debilidad. Por un lado, la simple definición de éste como un movimiento de campesinos tropieza con dos fenómenos que deslegitiman el uso, sin mediaciones, de esta categoría para clasificar su base social.

El primer fenómeno se refiere a las grandes transformaciones en la división social del trabajo ocurridas en las cuatro décadas recientes, cuando la internacionalización impuesta del capital en la sociedad brasileña trastocó completamente la frontera entre el campo y la ciudad. El sentido clásico en que el término campesinado era utilizado aún en los años 1950 no encuentra más correspondencias empíricas en estas nuevas condiciones. Los diferentes y combinados grados de asalarización temporal o las actividades mercantiles ligadas a los servicios, por ejemplo, que estas poblaciones están obligadas a mantener para sobrevivir hacen del antiguo modo de vida, que por este término era conocido, una mera referencia del pasado.

El segundo fenómeno tiene que ver con la propia base social militante del MST. En general, a partir de los años 1990, principalmente después de 1994-95, esta base pasó a agruparse en las periferias urbanas. ¿Cómo explicar, entonces, que el mayor movimiento de campesinos de América Latina contemporánea no está formado predominantemente por campesinos, a pesar de luchar por una redistribución de la propiedad de la tierra? Es una paradoja que nos obliga a buscar otras perspectivas conceptuales y teóricas para entender lo que hay de nuevo en la realidad.

La hipótesis que presento aquí debe ser explicada a partir de dos movimientos históricos –uno de mediana y otro de corta duración- de la sociedad brasileña. El primero corresponde al agotamiento del proceso de modernización del país, que colapsa en los años 1980 constreñido por un endeudamiento externo impagable sin recurrir a infames sacrificios humanos. Desde este periodo, la sociedad brasileña se equilibra y desmorona al mismo tiempo sobre una asustadora regresión social. La economía no consigue más los niveles de crecimiento elevado de las décadas anteriores.

Esta situación de estagnación económica por casi una década (1985-94), con inflación alta, erosionó el esfuerzo anterior de industrialización. En la medida que el proceso de desindustrialización avanzaba, el número de desempleados se fue transformando en una calamidad social. En este mismo proceso, la agricultura y la minería pasaron a ocupar cada vez más la centralidad que antes era de la industria. ¡Un impresionante proceso de re-primarización de una ex economía industrial!

El segundo movimiento histórico fue la coyuntura de los años 1990, en la que el desempleo en masa, junto con la creciente presión ejercida por grandes empresas de reforestación, minería o agronegocio por ocupar las tierras legalmente en manos del Estado, pero ocupadas por décadas por campesinos desplazados de otras regiones, obligó el encuentro del MST –que había sido fundado en 1984 como una idílica tentativa de retomar las luchas campesinas de los años inmediatamente anteriores al golpe militar de 1964- con estas masas urbanas desesperadas. Cabe decir que la desesperación iba unida a un crecimiento exponencial de la violencia urbana, que llevó el número de asesinatos a 27 por cada cien mil habitantes (un cuadro de guerra civil que aún perdura).

¿Cómo el MST reunió a esa masa urbana? Por medio de un eficiente trabajo de base en las periferias, en las que se movilizaban familias enteras para realizar campamentos y posteriores ocupaciones de propiedades agrarias improductivas. En tiempos de barbarie, la vuelta al campo se convierte en una real alternativa de vida. Desde 1997 este proceso creció mucho, al punto de que el número de familias movilizadas al mismo tiempo y en todo el territorio nacional llegó en 2002 (vísperas de la posesión del presidente Luiz Inácio Lula da Silva) a 230 mil. Si multiplicamos cada familia por el número promedio de miembros, cinco, resulta que teníamos una masa de un millón de personas movilizadas.

Este parece ser un nuevo modelo de insurgencia popular, resultado del encuentro de masas urbanas desempleadas con los últimos resquicios del éxodo rural, propio de estos tiempos de regresión a la barbarie, en los cuales la ciudad no es más aquel centro de atracción, frente a un campo “atrasado”, sino el eje propulsor mismo de la barbarie. Esta coalición, sin embargo, fue posteriormente desmovilizada por las políticas “de emergencia” de gestión de la barbarie implementadas por el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT); las cuales, como el programa Bolsa Familia, buscaban reducir los impactos de la desagregación social producida por la crisis, y aunque pensadas como medidas temporales de emergencia, tienden a permanecer vigentes por tiempo indefinido. Ahora que la crisis mundial se profundiza, tal vez estas experiencias vuelvan a suceder y ello nos exija, esta vez, nuevos referenciales críticos para pensarlas y potenciarlas.

 
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