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Diversas visibilidades indígenas Raúl Ortiz Contreras Candidato a doctor en Antropología, Universidad Estatal de Campinas (Unicamp)
Chego e rimo o rap guarani e kaiowa La política indigenista estatal brasileña, una de las más antiguas del continente, ha estado marcada por una profunda ambivalencia. Por un lado, bajo el alero del Servicio de Protección a los Indios y Localización de Trabajadores Nacionales (SPI) –creado en junio de 1910, y reformado en 1967 dando lugar a la Fundación Nacional del Indio (Funai), vigente hasta hoy–, comenzó a configurarse el trato oficial hacia los indios, acorde con el carácter anticlerical y positivista de la naciente República federativa. Desde esta perspectiva, la condición indígena era vista como transitoria y, por lo tanto, se pensaba que sería inevitable la conversión de los indios en proletarios y campesinos comprometidos con la nación. Por otro lado, la creación de un profundo régimen tutelar idealizado por el mariscal Cándido Rondón (primer director del SPI) comportó efectivas políticas de demarcación y protección de múltiples territorios indígenas, otorgándoles importantes espacios de autonomía y resguardo cultural, a pesar del vigoroso avance de las expediciones de expansión nacional. Lo cierto, es que entre 1910 y 1967 el SPI logró regularizar 54 reservas indígenas, abarcando casi un total de 300 mil hectáreas. La renovación de la agencia indigenista hacia finales de la década de 1960, la creación del Estatuto del Indio en 1973 y el proceso constituyente de 1988, fueron instancias que permitieron una acción indígena e indigenista comprometida, aún más, con la demarcación de sus territorios. Con una definición jurídica clara de “Tierra Indígena”, los procesos demarcatorios comenzaron a ser más eficientes, al punto que en la actualidad las tierras indígenas en Brasil suman 670 áreas, ocupando una extensión total de 112 millones de hectáreas, equivalente al 13.2 por ciento del territorio brasileño (el Instituto Socioambiental, ISA, cuenta con datos pormenorizados). Gran parte de estas tierras indígenas se encuentran en áreas de conservación ambiental, especialmente en la cuenca amazónica. Cuando contrastamos los datos territoriales con los censales, nos enfrentamos a conclusiones interesantes. El Censo de 2010 reveló que en el territorio brasileño hay en la actualidad 896 mil personas que se declaran o consideran indígenas, entre las cuales 572 mil (63.8 por ciento) viven en las áreas rurales y 517 mil (57.7 por ciento) lo hacen en territorios indígenas oficialmente reconocidos. Esto quiere decir que la población indígena representa menos del 0.4 por ciento de la población brasileña total. Muchos de estos territorios fueron demarcados en situaciones de profundos conflictos que involucraron a indígenas, terratenientes, explotadores ilegales de minas, antropólogos, organizaciones no gubernamentales, agentes estatales, entre otros, siendo quizás los casos más emblemáticos las demarcaciones del Parque Indígena de Xingú (1961), la Tierra Indígena Yanomami (1992) y la Raposa Serra do Sol (2005). Y es aquí donde la ambivalencia entre la protección y la integración ha generado diferentes maneras de relación entre la sociedad brasileña y su inmensa diversidad étnica. Al tiempo que se impregnó una tendencia de concebir a las poblaciones indígenas como entidades prístinas, pequeñas, frágiles, inexorables, distantes, nobles e íntimamente relacionadas con la naturaleza –en la medida que mantenían lo que Darcy Ribeiro llamó en su clásico Los indios y la civilización” (1982) el ethos tribal-, paralelamente otra visión fue ganando espacio entre legisladores, terratenientes, militares, políticos y en parte de la población brasileña: que el indígena representaría una amenaza en el contexto de una nación que constantemente se ha autoimaginado encaminada hacia el progreso. Frases populares como “índio bom é índio morto” (un buen indio es un indio muerto)o “muita terra para pouco índio” (mucha tierra para pocos indios) pasaron a constituir parte del repertorio folclórico de visiones intolerantes y etnocidas que en definitiva siempre han convivido –en abierto conflicto- con las dinámicas de reconocimiento étnico, y que hoy ganan presencia en conflictos como el de la construcción de la Hidroeléctrica de Belo Monte en territorios indígenas. Confinados, exotizados, integrados e indeseados, la tendencia histórica de las relaciones interétnicas en Brasil ha sido hacia la invisibilidad de los indios. En las décadas recientes, sin embargo, la visibilidad indígena se ha diversificado. Un hecho fundamental ha sido la construcción de una agencia indígena más independiente que no requiere ser representada ni por los órganos indigenistas ni por actores sucedáneos. La consolidación del asociativismo indígena como mecanismo de representación étnica y pluriétnica y el reconocimiento de la presencia indígena en áreas metropolitanas han sido igualmente motores de tales transformaciones, logrando generar conciencia sobre una voz propia que expone la riqueza de su particularidad cultural y enfrenta las injusticias que a diario continúan sufriendo millares de indígenas perseguidos, asesinados, desplazados y silenciados en el complejo campo de las relaciones interétnicas en el Brasil actual. Reconcâvo Da Bahia: Escenario Cristiane Santos Souza Doctora en Antropología y profesora adjunta del área de Antropología de la Universidad de la Integración Internacional de Lusofonía Afro-brasileira (Unilab) Traducción: Berenice Morales Aguilar
El Recôncavo da Bahia es un territorio donde la colonización y ocupación es de las más antiguas y violentas de la historia brasileña. Es una región configurada por procesos sociales de opresión y resistencia que han dejado huellas posibilitando nuevas formas de organización social y de activismo político. El Recôncavo forma un arco en torno de la Bahía de Todos los Santos, en la costa del litoral del estado, ofreciendo una diversidad de paisajes: tramos de tierra rodeados por mar, ríos, lagunas, cascadas, manglares, desembocaduras, etcétera, donde existen poblaciones y comunidades seculares: indígenas, ribereñas, pescadoras, religiosas y quilombos. En Bahia se celebran los festejos rituales de devoción a Iemanjáy diferentes santos católicos, que ocupan el imaginario de fe de las poblaciones locales y de los visitantes, quienes al mismo tiempo celebran la fuerza de lucha y resistencia de estas poblaciones. Celebraciones rituales que hasta la fecha motivan a innumerables personas a traer sus derroteros por Kirimurê –el gran mar interior de los tupinambá– en la búsqueda de trabajo y mejores condiciones de vida. Escenario de contacto, zona de frontera. Espacio por donde diferentes sujetos formaron aglomerados sociales y culturales, que optaron por construir puentes flexibles de interconexión y no delimitaron fronteras culturales fijas. El Recôncavo y su bahía en el pasado componían una de las principales zonas de plantaciones de caña de azúcar de la Colonia portuguesa, donde se explotaba el trabajo esclavo. Indígenas y africanos trabajaban distribuidos en las regiones de producción pecuaria extensiva, de corte de madera, producción de tabaco, corte de caña de azúcar y, más tarde, en la industria textil. Durante la primera mitad del siglo XX, se mantuvo parte de esa dinámica económica hasta que se observaron cambios radicales a partir de la instalación de la primera refinería de petróleo del país, la cual fue llamada Landulfo Alves en la década de 1950 y fue construida cuando todo el estado era inminentemente agrícola. Después de décadas de estancamiento económico, el estado de Bahia asumió la planificación de la región, y consideró al turismo como el sucesor casi natural a las actividades predominantemente rurales, para ocupar la atención primordial de los órganos públicos. Diversos estudios y planeamientos han sido ejecutados con la intención de incrementar las inversiones en la actividad turística, que en la región articularía el potencial náutico, paisajístico/ecológico e histórico. En los diez años recientes, los pobladores más vulnerables en la región en términos sociales, en especial de las comunidades tradicionales, han sido constantemente amenazados por nuevas inversiones de desarrollo gubernamental, como la implementación del gasoducto de Petrobras; el proyecto de construcción del puente que une la capital del estado con la isla de Itaparica, y la construcción en distintos puntos de hoteles, resorts, puertos y desembarcaderos, que ha ocurrido a pesar de le resistencia de dichas comunidades. A pesar de que estas comunidades han triunfado en algunas acciones de rechazo a la imposición de los capitales privados y estatales, prevalece la invisibilidad, el autoritarismo y la negligencia ante las demandas específicas que han sido presentadas por estas poblaciones. Las tasas de analfabetismo, por ejemplo, informan que la mayoría de los municipios del Recôncavo presentan índices que sobrepasan la media del estado. La población negra es la predominante en la región y los jóvenes hacen la mayoría. A partir de los años de 1990 presenciamos el surgimiento y la consolidación de nuevos movimientos sociales y, al mismo tiempo, el fortalecimiento de antiguas formas de actuación colectiva, como las asociaciones de pobladores y los sindicatos rurales, las colonias de pescadores y marisqueras y los trabajadores rurales sin tierra, quienes reafirman antiguas pautas, especialmente el derecho a la posesión de la tierra, a las condiciones de producción y al flujo de los excedentes. Al mismo tiempo surgieron nuevas asociaciones comunitarias, como las entidades artísticas y culturales y las organizaciones no gubernamentales ambientalistas y culturales, en el rastro de las luchas nacionales de reconocimiento identitario de territorios ancestrales y sus usos tradicionales. Fue entre los años 1990 y 2000, que en el Recôncavo y su bahía muchas de comunidades tradicionales de pescadores y marisqueras, quilombolas (comunidades afro-descendientes conformadas luego de la abolición de la esclavitud), y religiosas de matriz africana lograron conquistas sociales y por tanto visibilidad. Por medio de esos movimientos, hombres y mujeres construyeron instrumentos de reivindicación que demandaban el acceso, la calidad y expansión de infraestructura de salud y educación. El reconocimiento reivindicado por estas comunidades, la aceptación y autoestima, así como el derecho a la memoria (principalmente para las nuevas generaciones) se afirman en sus especificidades culturales y étnicas, las cuales fueron ignoradas e irrespetadas durante siglos por el Estado brasileño. En la lucha por la demarcación de sus tierras ancestrales, estos grupos han tenido participación activa en el proceso de preservación de áreas naturales fundamentales para mantener “saberes y haceres” culturales, que permiten la reproducción y sobrevivencia de la comunidad. Han contribuido incluso a la creación de “unidades de conservación ambiental”, que en algunos casos nacieron con el fin de obtener el reconocimiento, la demarcación y certificación de sus territorios tradicionales. Sin embargo, eso no ocurre sin conflictos de intereses entre los diferentes sujetos sociales involucrados. Evidentemente, en muchos casos el traslape de los territorios ambientales y étnico-culturales, ha generado nuevos desafíos y pautas en la reivindicación de estos grupos. En el caso del Recôncavo da Bahia, fueron reconocidos algunos territorios tradicionales (quilombolas, pescadores y marisqueros), así como unidades de conservación, tal como el área de Preservación ambiental de Bahía de Todos los Santos y Reservas Extractivistas (Resex). Finalmente, vale destacar los procesos de lucha en torno al reconocimiento de los saberes locales como la Samba de Roda do Recôncavo y la Capoeira, ambas declaradas patrimonio inmaterial de la humanidad.
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