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Nuestramérica en la encrucijada Armando Bartra Los gobiernos nacionales no tienen un poder ilimitado […] están constreñidos por […] el sistema mundo […] No obstante pueden hacer algo para aliviar las penurias, [lo que] es un avance, no un retroceso […] Pero si un movimiento va a ser un participante serio […] debe involucrarse en la transición a un sistema mundo alternativo. Es sólo cuando […] aprenden a combinar medidas de corto plazo que “minimizan las penurias” con esfuerzos de mediano plazo por […] un nuevo sistema, que podemos tener esperanza de arribar al resultado que deseamos. Por tres lustros, Nuestramérica ha sido un caldero social donde se cocinan cambios justicieros y libertarios. No revoluciones al modo de las del siglo XX, sino mudanzas emancipadoras de nuevo tipo impulsadas por una combinación de movimientos sociales y triunfos comiciales, que permitieron tanto rupturas drásticas con el orden anterior, como cambios graduales y acumulativos gestores de una nueva correlación de fuerzas y una inédita direccionalidad en el curso histórico subcontinental. Viraje con alzas, bajas y quiebres regresivos previsibles cuando la transición se opera con democracia y pluralismo político y no con dictaduras revolucionarias. Los triunfos de la derecha en las elecciones presidenciales de Argentina y en las legislativas de Venezuela son descalabros preocupantes que, sin embargo, no cancelan de un golpe comicial la fuerte inserción social de la izquierda en esos países. Los ríos profundos del llamado “ciclo progresista” no se han secado, siguen fluyendo y de lo que se trata es de alimentarlos. Y lo primero es ponderar los muchos y sorprendentes cambios hasta hoy operados. Reinventando la revolución Me aproximaré por Bolivia a las mudanzas sociales nuestramericanas, porque conozco un poco mejor sus experiencias que las de otros países. Y lo primero es decir que el pueblo boliviano reinventó la revolución. En unos cuantos años de intenso activismo, los revolucionarios de ese país mediterráneo rehicieron el paradigma revolucionario, rediseñaron la revolución.
En el despegue del tercer milenio los pueblos andinos y amazónicos de Bolivia ensayaron una vía inédita, un curso de transformaciones nunca antes recorrido. Concibieron y realizaron una revolución nueva, un vuelco social que se aparta de la canónica revolución francesa de 1789, cuyo modelo siguieron con más o menos apego todas las revoluciones del siglo XX: derrocamiento violento del gobierno, expropiaciones y ejecuciones perentorias, dictadura revolucionaria y largos años de penuria si no es que de hambrunas y mortandad. En vez de esto la revolución boliviana resultó de una feliz y comparativamente incruenta combinación de movimientos sociales y triunfos comiciales, operada concertadamente por organizaciones populares y partidos políticos. Y pudo consolidarse porque, a diferencia –por por ejemplo- de la Unidad Popular chilena en 1970, en Bolivia antes de triunfar en las elecciones ganaron reiteradamente las calles, o sea que antes de tomar el poder arriba tomaron el poder abajo. Pero no sólo la revolución se hizo Estado emergente, es decir poder político, poder social y poder moral, combinando las acciones colectivas de masas con la concurrencia ciudadana a las urnas, también se ha mantenido en el gobierno ganando reiteradamente las elecciones. Ratificación comicial que hace de la boliviana una inédita revolución inobjetablemente democrática y políticamente pluralista, donde el proyecto revolucionario es sin duda hegemónico, pero las oposiciones también gobiernan al participar en minoría de los poderes Ejecutivo y Legislativo.
En cuanto al Estado, los bolivianos no lo refundaron simplemente porque en Bolivia no existía ni había existido un verdadero Estado nacional. Así las cosas, tuvieron que fundarlo, edificarlo desde sus cimientos. Y ya puestos a hacer, se les ocurrió diseñar un Estado que no tiene paralelo en Nuestramérica ni en el mundo, un “Estado plurinacional comunitario”. Presididos e impulsados por el primer gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) se gestaron un amplio Pacto de Unidad en que convergieron todas las fuerzas políticas y sociales, un plural Proceso Constituyente y finalmente una nueva Constitución que, entre otras cosas, reconoce los derechos políticos y sociales de una treintena de pueblos originarios. Logros de sociedad y gobierno que cambiaron radicalmente el rostro político de Bolivia, un país nuevo que hoy garantiza la autonomía de todas las etnias, desde las que agrupan a millones de personas hasta las que no llegan a la decena de integrantes. En lo tocante a la economía, la que ha venido tejiendo la revolución boliviana es, por mandato constitucional, una quimera. Una abigarrada combinación de las más divergentes lógicas productivas. “Economía plural” en que coexisten y se entreveran empresas privadas, empresas públicas y emprendimientos sociales tanto familiares, como comunitarios y cooperativos. Todo bajo la conducción del Estado revolucionario cuyo encargo es erigir un paradójico “socialismo comunitario”.
Y digo paradójico, porque antes se pensaba que el socialismo tenía como punto de partida al capitalismo, sistema que debía negar y superar, y a su vez el capitalismo suponía la previa disolución de la comunidad. Comunidad que en Bolivia persiste y, gracias a la revolución, se fortalece pues el Ayllu –la comunidad andina- es el cimiento del inédito orden al que esos pueblos quieren arribar. Por si fuera poco, la boliviana ha sido una revolución de bienestar. No sólo del “buen vivir” como paradigma y aspiración, sino del bienestar aquí y ahora. Una revolución que desde el principio se tradujo en mejores condiciones de vida y trabajo para las mayorías populares. Incremento del empleo, elevación de los ingresos y mayor cobertura y calidad de los servicios, que sacaron a muchos de la pobreza extrema. Hecho sin precedentes, el milagro histórico que representa una revolución de bienestar, y no de penuria como las de antes, fue posible porque el gobierno revolucionario supo aprovechar la coyuntura de altos precios de las materias primas y los productos primarios. Bonanza resultante de la combinación de una crisis civilizatoria de escasez, con progresivo agotamiento del petróleo y otros minerales y un aumento de la demanda resultante de la sostenida expansión de la economía mundial. Oportunidad excepcional que se hizo efectiva gracias a la decisión revolucionaria de rescatar la soberanía cedida a las trasnacionales, recuperando el control de los recursos naturales y de sus rentas. Lo que dio al gobierno la holgura económica necesaria para trabajar por la equidad e impulsar una generosa revolución de bienestar.
Los pueblos bolivianos están haciendo camino al andar. Reinventaron la revolución, fundaron un nuevo Estado, han ido cambiando de carril la economía y lo están logrando sin penurias y con pluralismo político. Un milagro no caído del cielo sino hecho a mano y con mucho esfuerzo. Así contado, parece fácil. No lo ha sido. Y será más complicado ahora en que la economía mundial se estanca, caen los precios de las materias primas, refluyen los capitales y se elevan las tasas de interés, imponiendo severas restricciones a las economías emergentes, que de ahora en adelante tendrán que moverse en escenarios de estrechez. No terminó el “ciclo progresista”, como celebran algunos y lamentan otros, pero sí cambió de signo el ciclo económico. Lo que a su vez demanda cambiar el modelo inicial cuya palanca era la recuperación, inversión y redistribución de las rentas. Ahora más que antes, de lo que se trata es de depender cada vez menos de la puesta en valor de los recursos naturales y más del trabajo de los bolivianos y las bolivianas. Y en el difícil tránsito, pasar de la bonanza a la austeridad sin que mermen demasiado el respaldo y la energía social que han hecho posible la revolución. Este es el desafío. Documenta el tamaño del reto la constatable pérdida de respaldo que padecen las izquierdas cuando –como ha sucedido recientemente en Venezuela, Argentina y Brasil- al frenarse la economía se estanca o deteriora del nivel de vida de la gente. Lo que indica que la ideología no lo es todo y que, si bien no es lo único ni lo principal, pues cuentan, y mucho, la dignidad, la soberanía y las libertades, el bienestar de la población ha sido y es un pilar importante de las recientes revoluciones conosureñas.
La aventura pos-neoliberal Bolivia no es la excepción sino sólo un ejemplo. La mayor parte de los países del cono sur ha emprendido, cada uno a su modo, la apasionante aventura pos-neoliberal. Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay eligieron gobiernos de izquierda. Y aquí empleo “izquierda” en términos relativos: no una sustancia sino un lugar en espectro político de los contendientes. Gobiernos pos-neoliberales también llamados “progresistas” que resultaron del hartazgo y repudio de los pueblos al capitalismo desmecatado y canalla que se impuso en el último tercio del siglo XX. El saldo primero y mayor del vuelco es la dignidad, la autoestima que hoy tienen los hombres y las mujeres del subcontinente, el segundo es que el latinoamericanismo dejó de ser una fórmula vaga para convertirse en una pujante realidad manifiesta en que nos conocemos mejor y nos queremos más, pero también en debutantes instancias multinacionales como Alba, Mercosur, Celac, Unasur, Petrocaribe, entre otras. Rechazar las tóxicas recetas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, y hacerlo en países como los nuestros, atrapados por una economía globalizada, en que siguen imperando las trasnacionales y el capital financiero especulativo, no es fácil. Y menos cuando las oligarquías locales y el imperio presionan por todos los medios, golpismo incluido, para evitar que nos salgamos del redil.
Ser oposición política o social es sencillo, todo consiste en señalar y combatir los males sistémicos que nos agobian. Ser gobierno es mucho más enredado. Simplificando, podríamos decir que la tarea de la oposición de izquierda es ir cambiando a favor del pueblo la correlación de fuerzas, mientras que un gobierno de izquierda debe en principio asumir la correlación de fuerzas de la que ha surgido y de donde viene su mandato. El gobierno tiene más recursos institucionales pero menos margen de maniobra, en cambio la oposición tiene menos aparatos institucionales pero mayor libertad de acción. Así el que la oposición devenga gobierno no debiera cancelar la movilización social. No sólo para apoyar al gobierno progresista sino para cuestionarlo y empujarlo desde abajo. A esto el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, lo llama “tensiones creativas de la revolución”. Aunque a veces no son tan creativas. Sea porque los gobiernos progresistas pierden impulso o extravían el rumbo, sea porque las oposiciones sociales y políticas se dejan arrastrar por el inmediatismo y los particularismos, lo que eventualmente las lleva a fortalecer movimientos de derecha. Una derecha latinoamericana que –atención- está descubriendo que también los movimientos sociales pueden ser su arma.
En esta coyuntura, algunos temas polémicos cobran visibilidad al ser retomados por expertos y analistas. Uno es el del llamado “extractivismo”, término con el que se estigmatiza a las políticas de Estado que, además de ocasionar deterioro socio ambiental, conducen a una excesiva e insostenible dependencia económica respecto de las exportaciones primarias. Otro tema sensible es la dificultad de conciliar los derechos autonómicos de los pueblos originarios con el interés nacional presuntamente representado por el Estado. Son estas, sin duda, cuestiones importantes, pero pienso que la forma más productiva de debatirlas es ubicándolas en su contexto, pues transformar toda discrepancia en una cuestión “de principios”, como acostumbran cierta academia y algunas ONGs que hacen de esas batallas su razón de ser, no favorece el diálogo ni ayuda a encontrar puntos de coincidencia. Un ejemplo: en Argentina el gobierno de Cristina Fernández dio la batalla contra la poderosa oligarquía del campo para incrementar la renta agrícola captada por el Estado y destinada a servicios públicos y otros gastos sociales. Su política fue acusada por cierta izquierda de extractivista por lo primero y clientelar por lo segundo. Ahora los voceros del presidente Mauricio Macri anuncian que se cancelarán o reducirán las retenciones agrícolas estatales, merma que obligará a aumentar los precios de los servicios públicos y deteriorará el nivel de vida de los argentinos. ¿De verdad es tan malo recuperar y redistribuir las rentas? ¿De veras todos los gobiernos no pos-capitalistas son iguales?
Pero en el terreno de las ideas de izquierda, el problema mayor que yo encuentro es que una parte del pensamiento crítico sigue mirando con ojos del siglo XX los procesos ocurridos en el cono sur en el arranque del siglo XXI. Sigue pensando en una revolución y un socialismo que quedaron atrás, y es incapaz de percibir las vertiginosas y felicísimas novedades revolucionarias que nos trajo el tercer milenio. En 1998 Venezuela dio la señal de salida y años después, al encabezar con Lula, Kirchner y Evo la derrota del Alca e inaugurar los tiempos del Alba, Hugo Chávez devino el padre fundador de la nueva América bolivariana. Emblema de la indianidad empoderada, Evo Morales es artífice del primer Estado plurinacional comunitario del continente y del mundo. La nueva Constitución de Ecuador le mueve el piso a la teoría jurídica liberal, reconociendo los derechos de la Pachamama. Los gobiernos del brasileño Partido de los Trabajadores redujeron dramáticamente la desigualdad social en uno de los países más desiguales del planeta. Los Kirchner llevaron a la Argentina del “corralito” y el “¡que se vayan todos!” a la tenaz reconstrucción tanto de la economía como de la dignidad nacional. Y los gobiernos de izquierda ganaron elecciones una y otra vez. ¿Fin del “ciclo progresista”? Dignidad, soberanía, libertades, reconocimiento de derechos, democracia, pluralismo y participación son dimensiones sociopolíticas del viraje en curso. Viraje que en el ámbito económico se tradujo en recuperación soberana de los recursos naturales y redistribución democrática de una parte de sus rentas, aprovechando para ello la fase expansiva global y la apreciación de las materias primas. De estos logros y de los factores que los posibilitaron, lo que sin duda terminó con la caída de las commoditie, es el ciclo económico anterior y el modelo de desarrollo en él sustentado, no necesariamente el ciclo político social. Dimensiones macroeconómica y sociopolítica que están relacionadas, pues, como dije antes, la legitimidad de los gobiernos de izquierda depende en parte del bienestar y la inclusión social que han propiciado, pero que no deben confundirse. Como tampoco deben confundirse los descalabros o derrotas electorales de la izquierda, con cambios equivalentes en la correlación de fuerzas. A fines de 2015, en Argentina la derecha de Cambiemos le ganó las elecciones al Frente para la Victoria, mientras que en Venezuela el Gran Polo Patriótico impulsado por el Partido Socialista Unificado perdió la mayoría legislativa frente a la Mesa de Unidad Democrática, en tanto que en Brasil los conservadores capitalizan el desgaste del gobierno de Dilma Rousseff y lo mismo sucede en Ecuador con la oposición a algunas propuestas del gobierno de Correa. Paradójicamente estos retrocesos de la izquierda gobernante son, en parte, resultado de sus avances, pues la mayor base social de las fuerzas conservadoras son las clases medias, robustecidas por los gobiernos y las políticas que hoy combaten.
Pero este eventual vuelco en las mayorías electorales no debe confundirse con un vuelco proporcional en la hegemonía que durante varios lustros fueron construyendo los gobiernos de izquierda y los movimientos sociales, a veces antisistémicos, que los llevaron al poder. El rechazo al neoliberalismo, el derecho de los pueblos a gobernarse y el valor de las libertades políticas y de la justicia social redistributiva se han vuelto gramsciano sentido común, tan así que la derecha tiene que retomarlas, así sea de dientes para afuera, si quiere avanzar electoralmente. En Argentina Macri la tiene cuesta arriba pues, además de enfrenar un Legislativo en contra, no le será fácil desmontar lo construido por el kirchnerismo. Y una cosa es ganarle la mayoría legislativa al chavismo palanqueándose en el impacto social que tiene la caída del petróleo y otra suponer que en Venezuela se ha diluido el protagonismo popular de los tres lustros recientes. En Ecuador Correa ha dejado claro que ya no piensa reelegirse de manera consecutiva, lo que no significa que Alianza País deje de gobernar. Nadie debiera sobreestimar los módicos retrocesos electorales del boliviano Movimiento al Socialismo. Y tampoco debiera darse por muerto en Brasil al Partido de los Trabajadores y al propio Lula da Silva. La revolución caló en las conciencias, en las prácticas sociales y en las instituciones y estas son sus mayores trincheras. Para remontar las dificultades que provienen del ciclo económico regresivo, es necesario un cambio drástico en el modelo de desarrollo, que del énfasis en la actividad primario exportadora habrá de transitar a una economía de la transformación sustentada no tanto en los recursos naturales de la región como en el trabajo de sus pobladores. En esto coincidimos casi todos los analistas de izquierda. La diferencia está en que para algunos se trata de rectificar el que consideran grave error extractivista, mientras que para otros como yo, la recuperación soberana de los recursos naturales y redistribución de una parte de las rentas por ellos generadas fueron decisiones éticamente necesarias, políticamente adecuadas y económicamente pertinentes que por un rato hicieron posible la continuidad y estabilización de las mudanzas pos-neoliberales del subcontinente.
Decisión virtuosa pero necesariamente transitoria e insostenible en el mediano plazo, la cual ciertamente debilitó las políticas paralelas de fomento productivo que, habiéndose planteado desde el principio, tuvieron sin embargo que competir con la lógica del mercado que convoca a maximizar los resultados económicos inmediatos provenientes de las rentas, y con la lógica político electoral (¿clientelar?) que convoca a privilegiar los avances también inmediatos en bienestar por sobre la sostenibilidad estratégica de los mismos. Se los dijo Raúl Castro en una reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) celebrada en 2014: “Hemos padecido el problema de no haber traducido los periodos de altos precios de los productos naturales que se exportan, en procesos de desarrollo de largo plazo”. Lo padeció Cuba, lo padece gravemente Venezuela, lo padecen en mayor o menor grado todos los países que viraron a la izquierda. Y es que en la medida en que se mueven en medio de una economía de mercado y gobiernan en el marco incierto de la pluralidad política, el cambio de pista esbozado es de extrema dificultad. Pero no hay de otra. La nueva fase de la revolución nuestramericana pasa por la conversión del modelo económico. Lo que supone, también, modificaciones sustantivas a la estrategia, las tácticas y el dispositivo político social, pues no es lo mismo gobernar continuadamente en condiciones de bonanza que hacerlo en un marco de carencias, restricciones y por tanto crecientes oposiciones. Fuerzas de derecha que eventualmente ganarán elecciones, no sólo porque el imperialismo y las oligarquías juegan sucio, también porque de eso trata el pluralismo democrático. Un sistema político donde la capacidad de recuperar en subsecuentes elecciones lo circunstancialmente perdido en unos comicios depende de la habilidad política que se tenga para asumir eventuales derrotas en las urnas sin por ello desfondarse. Para no retroceder hay que avanzar Atrevámonos a ser optimistas. En el tercer milenio América Latina es un pasmoso laboratorio de innovación social en donde todos los días se reinventa el futuro. Ha habido tropiezos y habrá fracasos pero creo que en perspectiva vamos de gane.
Estoy convencido de que, pese a la ofensiva de la derecha y a que el contexto macroeconómico es desfavorable, el proyecto libertario y justiciero seguirá calando en las conciencias, las prácticas y las instituciones como lo ha hecho en los pasados tres o cuatro lustros, de modo que la izquierda continuará gobernado donde ya lo hace o cuando menos siendo socialmente imbatible donde haya perdido provisionalmente la mayoría. Confío también en que gobiernos y pueblos serán capaces de radicalizar los cambios socioeconómicos, transitando de forma paulatina del modelo primario exportador redistributivo sustentado en la puesta en valor de los recursos naturales a otro sustentado en el trabajo, la productividad y el mercado interno. Pero mi apuesta mayor no es tanto que en el cono sur se conserve en lo fundamental lo ganado como que el ciclo progresista se amplíe y que la izquierda avance todavía más. Y ese avance tendrá que ser sobre todo en Colombia y en México, dos grandes países del subcontinente hoy gobernados por la derecha neoliberal, pero donde el descontento es grande y se aprecian progresos políticos y sociales de las izquierdas. En Colombia son muy alentadores los acuerdos de paz con la guerrilla, que la coyuntura obligó a firmar a un gobierno tan de derecha como el de Santos, y paralelamente movimientos sociales como los dos Paros Nacionales Agrarios que ponen dentro de sus fronteras, y no en La Habana, el debate sobre el futuro del país. En México el crimen de Iguala rompió el dique liberando la soterrada indignación popular, de modo que va quedando atrás el pasmo en que nos sumió el retorno del PRI a la Presidencia, y a la mitad del sexenio el gobierno de Peña Nieto está profundamente desacreditado y por momentos peligrosamente acorralado. Y si Colombia y México se suman pronto al frente progresista, el efecto será continental, en todas partes se fortalecerá la izquierda y el ciclo de cambios será imparable. Y no estoy pensando sólo en las posibilidades de ampliar el bloque económico sino, y sobre todo, en el vuelco en la correlación de fuerzas continental que supondría el que dos grandes países se añadieran a la convergencia. Para nosotros, asumir el papel geoestratégico que nos tocó es un desafío y una gran responsabilidad. Responsabilidad grande porque hoy luchamos por nuestra propia emancipación pero también por hacer la parte que nos toca en la emancipación del subcontinente. La ventaja es que ya no estamos solos, pues nos vamos integrando a un potente movimiento multinacional, poco a poco vamos formando parte del generoso, multicolor y carnavalesco otromundismo nuestramericano. * Pese a que en años recientes los mayores protagonistas del cambio fueron los gobiernos de avanzada y no los movimientos sociales que lo dinamizaron al principio, la izquierda escéptica sostiene que en tres lustros nada memorable hicieron las administraciones disque progresistas del cono sur. Contradictoriamente sostiene también que lo que hicieron fue insuficiente y por añadidura pronostica que ya no lo harán más pues su ciclo terminó. Mensaje que, amén de incoherente, es extremadamente desalentador para los mexicanos y en general los que aún estamos en esta orilla y cuando nos animemos a tirarnos al agua nos costará más cruzar porque hay viento en contra. Por suerte el balance es erróneo y el pesimismo infundado. Lo que ha venido ocurriendo en la orilla de enfrente bien vale un chapuzón.
Como se ha visto en mi reseña, son abundantes los saldos positivos del viraje subcontinental, y lejos de cerrarse, el ciclo progresista continúa. Nuestros hermanos del cono sur nos aguardan. No los hagamos esperar. Posdata “No puedo hablar mucho porque a las 12 de la noche me convierto en calabaza”, dijo Cristina Fernández ante cientos de miles que la despedían. Y sí, a las 12 de la noche del 9 de diciembre de 2015 la presidenta de Argentina se bajó de la carroza gubernamental para reincorporarse a la calabaza plebeya. No lo dijo con amargura, cólera o derrotismo, pues la mujer que junto con su esposo Néstor Kirchner más coadyuvó a que ese país conosureño recuperara la dignidad, sabe bien que “el lugar natural del militante no es siempre el gobierno sino… el pueblo”. Y además tiene una convicción, una seguridad que debiéramos compartir quienes a veces nos sentimos tentados a confundir fracasos electorales con fines de ciclo y derrotas definitivas. “Estoy convencida –dijo– de que la gente va a defender cada uno de los derechos adquiridos”. No podía haberse despedido mejor. ¡Salud Cristina!
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