ese a todo, en las elecciones parlamentarias venezolanas de este domingo estaré junto a los trabajadores de Venezuela en la defensa angustiada pero decidida de lo que queda del proceso chavista y en su lucha contra todos los enemigos mortales que, desde el exterior y en el país mismo, acechan la revolución bolivariana y la independencia misma del país.
Desde el caracazo, esa explosión de odio popular contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y sus agentes locales, los trabajadores y los pobres de Venezuela comenzaron a construir las bases de una alternativa. Ellos adoptaron al grupo de jóvenes oficiales nacionalistas que se alzaron contra los gobiernos de la oligarquía, apoyaron y rescataron después a Hugo Chávez, entonces derrotado, preso y en peligro de muerte, aplastando el golpe oligárquico-imperialista. Apoyaron posteriormente al comandante en su evolución desde un humanismo cristiano a una lucha confusa por la construcción de un socialismo democrático y antiburocrático, apoyado en la movilización de los sectores populares y en la intervención de éstos en la adopción de las decisiones políticas.
La lucha de Chávez contra la boliburguesía –ese sector de prevaricadores y corruptos aprovechadores bolivarianos
del poder estatal presente en el gobierno chavista– y contra la burocracia contó también con su apoyo y su entusiasmo. Los trabajadores y los pobres de Venezuela sentían y comprendían, en efecto, que Chávez aunque los hacía depender del gobierno estaba con ellos. Por eso toleraban sus errores al ver sus esfuerzos por vencer los obstáculos resultantes tanto del atraso y de la dependencia del país como de la ideología capitalista que permitían a las clases dominantes antichavistas lograr apoyo de masas, obstáculos que pesan también en las fuerzas armadas y en el gobierno.
La muerte de Hugo Chávez, que trataba de apoyarse en su base de masas con las misiones y las comunas para derrotar a la oposición de derecha y contrarrestar en el gobierno mismo a la burocracia y la boliburguesía, fue un duro golpe al proceso revolucionario democrático. Chávez había cometido errores en su avance a tientas hacia el socialismo y se había apoyado en muchos asesores funestos formados en el nacionalismo reaccionario o en el estalinismo. Sobre todo, como militar, no creía en la independencia política de los trabajadores sino en el decisionismo y verticalismo paternalista (como la creación desde el Estado del Partido Socialista Unido de Venezuela –PSUV–, sin programa ni preparación ideológica y teórica previa o la sumisión de los sindicatos a militares o gobernadores). Pero, desde su poder bonapartista, se apoyaba en los sectores socialmente más radicales para frenar no sólo la contrarrevolución y el imperialismo sino también al ala conservadora de las fuerzas armadas y del gobierno. Las masas chavistas veían sus errores pero sentían que podían impulsarlo y que él estaba de su mismo lado, aunque a su modo y con sus límites paternalistas y decisionistas.
Nicolás Maduro, elegido sucesor por Chávez debido a su lealtad, no tiene en cambio ni el prestigio ni la capacidad y tampoco el interés intelectual que tenía su mentor. También es más conservador y mucho menos flexible. Por eso pasó a depender rápidamente del apoyo de la burocracia estatal y, sobre todo, de las fuerzas armadas, sectores a los que intentó depurar para que dependiesen más de la Presidencia.
En su bonapartismo no se apoya en los trabajadores sino en el nacionalismo y la subordinación del aparato estatal. Sectores sindicales enteros pasan por eso a la oposición, a la que Maduro acusa de ser toda ella antipatriótica y proimperialista, ignorando que media Venezuela –que vota contra el PSUV– no puede haber sido comprada por la CIA. En vez de separar el voto democrático o de protesta por la situación económica de la utilización de esa protesta por los jefes opositores proimperialistas, une a todos contra el gobierno.
Eso ha hecho que, desde el punto de vista electoral, Venezuela esté dividida en dos partes casi iguales y que la mayoría dependa de un puñado de votos. La situación económica es muy grave, debido principalmente a la caída del precio del barril de petróleo. En efecto, en 2015 el presupuesto oficial se basó en el cálculo para 2015 de 60 dólares por barril, y para 2016, en 40 pero está en 40.53 dólares. Así no hubo ni hay margen para importar alimentos, productos de primera necesidad e insumos, ni para subsidiar a Cuba y a los países del ALBA o para los planes de Unasur.
Venezuela debe vivir de sus recursos. Hay por eso sectores que confían en la inversión imperialista y del FMI y otros que buscan un cambio de fondo en la economía que el gobierno no prepara porque se limita a poner parches al funcionamiento del capitalismo de Estado venezolano y a exigir ingenuamente a la gran burguesía que se guíe por el interés nacional y no por el afán de lucro.
En esta situación, en la que el gobierno carece de un plan nacional anticapitalista que pueda movilizar a los trabajadores, y éstos tampoco tienen una alternativa que proponer ni fuerza independiente, medran los jefes reaccionarios de la oposición que sí tienen un programa: someterse a Estados Unidos y al capital financiero internacional. La revolución que no se profundiza se estanca y retrocede. El aparato del Estado no puede ser nunca el protagonista de un cambio anticapitalista.
Las elecciones son parlamentarias. Si el gobierno de Maduro pierde deberá discutir cada medida con la oposición de derecha. ¿Pesarán en tal caso las fuerzas armadas, creando un bonapartismo militar, por fuerza en crisis permanente? ¿O habrá en cambio un nuevo salto hacia adelante, la vuelta de timón que reclamaba Chávez?
Vencer a la derecha proimperialista y las trabas de la boliburguesía y de la burocracia conservadora y sin ideas dependerá en gran parte de los sectores más pobres de Venezuela. A ellos va mi voto y mi esperanza.