l centro de la ciudad de México es un verdadero carnaval en la escena con la que empieza Spectre, la más reciente película de la serie de James Bond. Un carnaval de la muerte, eso sí; vistoso, sin duda. Hasta piensa uno que la ciudad amerita una celebración de muertos ese tipo, posmoderna. Aspiraciones, cuando menos modernas, las tiene: una Santa Fe que no deja de hincharse, nuevos rascacielos en la avenida Reforma, doble y triples pisos para los autos y hasta el megaproyecto del Corredor Cultural (por supuesto) Chapultepec Zona Rosa, ahora sometido a una flamante consulta ciudadana.
A esa escena inicial sigue una enorme explosión en el mismo Centro, donde se confunden la calle de Tacuba y el Zócalo, cuando se descubre la trama del grupo criminal Spectre. No puede evitarse un sentido de ironía al sobreponer ese dinámico pedazo del filme a la violencia que persiste en el país y sin efectos especiales. Por lo demás, no queda claro qué ganó la ciudad con esas escenas de carnaval y violencia. Tal vez podrá así atraerse alguna nueva inversión o corrientes de turistas extranjeros.
Spectre se desliga en unos pocos minutos del escenario mexicano y plantea asuntos que son, por analogía, de actualidad. Se trata de una forma de terrorismo practicado por una organización criminal con enormes recursos de todo tipo que penetra las instituciones de seguridad del Estado, nada menos que el MI6 del Reino Unido. Spectre, con su consejo de administración, quiere dominar el mundo alentando la pugna entre las grandes potencias. Para eso usa todo un arsenal de medios criminales, todos ellos reconocibles más o menos en los conflictos actuales.
El agente infiltrado es Denbigh, el nuevo director del Servicio Secreto de Inteligencia, convencido de que el antiguo sistema de espías doble cero
, del cual Bond es miembro destacado, es ya inútil. Ahora se trata de aplicar un sofisticado esquema tecnológico de vigilancia llamado Nueve Ojos para el control total sobre la sociedad.
El gobierno francés declaró la guerra total contra el terrorismo. La alianza se está armando, sin contundencia todavía, con socios incómodos, sin una estrategia clara, sin compromisos definitivos. Los que querían echar fuera al gobierno sirio ahora no pueden prescindir de él.
Se ha destacado ya el hecho de que si la guerra es la continuación de la política por otros medios (Von Clausewitz), en este episodio no están claramente definidos los objetivos políticos, los que están más allá de la guerra y que conforman el escenario más amplio del terrorismo que se combate.
Septiembre de 2001 alteró las condiciones de la guerra con uno de sus focos en el Medio Oriente. ISIS ha descolocado a los gobiernos de Estados Unidos y Europa porque no se constriñe a las concepciones predominantes de la llamada yihad mundial, son otras sus pretensiones políticas y territoriales. Se ha desatado un conflicto a gran escala.
Tony Blair reconoció abiertamente que en su alianza con Bush se equivocaron al admitir que Irak tenía armas de destrucción masiva, pero que no se arrepiente de la decisión de invadir Irak y despojar al dictador; todo esto demasiado tarde y políticamente inoportuno. Bush padre, que antes guerreó contra Irak para defender a Kuwait, reniega ahora públicamente de su aliado Dick Cheney y del pobre servicio que dio a su hijo como vicepresidente. La historia, primero como tragedia y luego como farsa, como suele ocurrir.
Una de las vertientes de este conflicto y de su doble impacto sobre París, en enero y noviembre de este año, es su derivación policiaca y el dilema impuesto desde el Estado entre la seguridad y la libertad de los ciudadanos. Dilema complicado, sin duda.
Los expertos en seguridad pública y en el terrorismo proponen abiertamente redoblar los efectivos para combatir los embates que van a repetirse. Bruselas, capital de la Unión Europea, fue virtualmente cerrada varios días por amenazas de actos terroristas.
Abogan por un sistema integral de información policiaca sobre las redes que cometen los ataques; por una prevención del tráfico de armas, que es un sistema muy eficiente que rebasa los sistemas de control. Piden coordinar todos los servicios de seguridad. Entre ellos, especialmente, los que tienen que ver con la libre circulación de los terroristas, cuya logística se centra precisamente en Bélgica. Quieren una policía europea, más concentrada que la Interpol, que comunique todos los elementos de información, un órgano unificado con agentes que compartan los medios disponibles in situ.
Bernard Godard, un experto jefe policial francés (originario de Marruecos), señala que los policías saben que hacen su trabajo, pero ataja diciendo que a menos que se multipliquen las decisiones estúpidas desde el poder político no se plantean que no puedan derrotar a la amenaza actual. Nada que añadir a esta declaración.
La extrema derecha en Estados Unidos y Europa puede cosechar mucho de este embrollo. Una de las víctimas del control sobre la sociedad para prevenir el terror será sin duda el margen de acción de los ciudadanos. Trump quiere un registro de los musulmanes, no ha dicho si deberán portar una media luna amarilla en la solapa. Spectre tiene muchas caras.
Dorothy siempre tiene razón: Totó, me parece que ya no estamos en Kansas
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