En la Plaza México, otra corrida semiparada, débil y sosa, ahora de Barralva
Sin histrionismo, Federico Pizarro y Diego Urdiales poco lucieron ante reses sin fondo
Lunes 30 de noviembre de 2015, p. a51
Allá por 1985 el escrupuloso criador de reses bravas don Álvaro Espinosa me comentaba que tras haberle comprado unas vacas al entonces ganadero Manolo Martínez éste le advirtió: “Te vas a arrepentir de llevarte estas vacas porque van a traer ‘aperreados’ a los toreros, el público no va a entender a los toros y todo va a resultar poco comercial, es decir, poco propicio para el toreo moderno”. Oiga, me parece que no es cuestión de épocas diferentes sino de información deficiente, ¿por lo que cómo va a exigir un público poco o nada informado un toro dizque a su gusto, de muchos pases bonitos y escasa o nula fiereza?, le preguntaba.
En todo caso, haber apostado por una bravura que no ‘aperreara’ a los diestros, como decía Martínez, es lo que a la postre empezó a cavar la tumba de una tauromaquia con ética y misterio, entendido éste como el encuentro sacrificial entre dos individuos, como el mayor o menor dramatismo del choque entre dos energías completas, no manipuladas por las exigencias de un espectador de reducidas expectativas y unas figuras de mermada grandeza.
Recordaba lo anterior mientras veía desfilar el encierro decorosamente presentado de Barralva, encaste mexicano, en la séptima corrida de la temporada en el coso de Insurgentes, que registró una entrada simbólica más, gracias a otro vicio de los controladores del espectáculo taurino en el mundo: reducir la tauromaquia a media docena de famosos que a cambio de garantizar la afluencia del desinformado público enfrentan
reses jóvenes pero repetidoras para faenas de ases tres eme: muleteros monótonos modernos.
Un muy delgado Octavio García El Payo –26 años de edad, siete de alternativa y 22 corridas este año–, aún reponiéndose de una fuerte infección pero siempre bien plantado, quieto y poniéndole a sus trasteos la emoción que faltaba a sus toros, se topó con el lote más potable del fallido encierro para realizar trasteos por ambos lados con estructura y continuidad, coronados con una entera muy lenta a su primero y una media trasera a su segundo, que por cierto lo cogió en dos ocasiones pasándoselo de un pitón a otro. Tuvo el decoro de no dejarse llevar en hombros.
El primer espada Federico Pizarro –42, 22 y sólo siete tardes este 2015– toreó por templadas chicuelinas a su primero, que acabó soso y repetidor pero sin emoción, sin que a la postre Federico lograra remontar con la muleta aquellas condiciones. Con su segundo, con más cara, que empujó en el puyazo y permitió que el banderillero Gustavo Campos fuera sacado al tercio, la sobria tauromaquia de Pizarro tampoco encontró colaboración. Se tardó en matar y escuchó un aviso.
Y el español Diego Urdiales, que ahora sustituyó a su paisano el intervenido José María Manzanares, se sorprendió de que casi nadie fuera a verlo después de su bella faena de hace 15 días. Enfrentó primero a una mesa con cuernos, de esas que apetece El Juli y dejó cuatro pinchazos. Con su segundo, un castaño tocado del izquierdo que llegó a la muleta con recorrido y violencia, el riojano, en vez de someterlo para luego templarlo, lo aguantó en derechazos eléctricos y en naturales bien intencionados. Dejó una entera muy caída y una sensación de frustración.