Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Para salir de las trampas
S

alir del estancamiento relativo pero persistente requerirá de mucha y buena política. Política económica y, desde luego social, pero también de la otra que podemos llamar democrática, la que corresponde promover y encauzar a los políticos y a sus partidos para que desde el Congreso se geste el buen gobierno de las cosas, la gente y la economía con su cauda de relaciones sociales.

Poco o nada de eso han hecho los mandatarios de la era pluralista que arrancó en 1997 y desembocó en las alternancias presidenciales del nuevo siglo. De aquí la orfandad ciudadana y su descontento creciente con la política que algunos temen se convierta en repudio a la democracia representativa y sus órganos colegiados, los partidos y sus códigos, para caer en la ilusión del permanente plebiscito comandado por los iluminados.

Jaime Ros ha dedicado lo mejor de sus talentos y destrezas como economista político a desentrañar los enredos políticos y conceptuales que nos han llevado a caer y cavar desde lo profundo a lo más profundo en la trampa del lento crecimiento y la desigualdad. Luego de su espléndida disección de algunas hipótesis equivocadas sobre el estancamiento mexicano (2013), Ros pasó a la arena riesgosa pero indispensable de la propuesta de política para salir de la trampa (2015). Su batería empieza por el déficit de la infraestructura y el rezago del sur, desvela las trampas fiscal y financiera, se pregunta por los trazos y el perfil que debería tener una nueva política industrial, cuestiona el régimen de metas de inflación y el tipo de cambio real, para aterrizar en una tan sugerente como estimulante disquisición sobre el papel de la política salarial en la reducción de la desigualdad y la pobreza.

Este último apartado recoge la enorme desigualdad precisamente en estos días en que por fin se liberó el salario mínimo y podemos plantearnos una discusión seria y en serio sobre lo que podría ser una política laboral, salarial, de capacitación y empleo, que esté a la altura de nuestros impresentables déficit sociales y pueda enfilarse a cerrar la terrible brecha laboral abierta por el estancamiento estabilizador de los últimos lustros y la crisis global del presente.

La democracia sufre un vacío de comunicación que ha sofocado el debate y, en los hechos, negado la importancia crucial que la deliberación pública tiene para la forja de un buen gobierno. En particular, la política económica, secularmente encadenada a y en los corredores del poder financiero y hacendario del Estado, se ha convertido en el más opaco de los territorios: la más privada, la menos pública, de las políticas del gobierno es la política económica, cuyos misterios se busca aherrojar todavía más con una absurda manipulación de la información que no debe permitirse.

Las dos entregas de Jaime Ros, publicadas en la colección Grandes Problemas, que coeditan El Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México, constituyen un aporte valioso e importante para el intercambio que el país tiene que empezar ya, si en verdad está dispuesto a recuperar el sentido de su historia y dar alguna perspectiva civilizada a su futuro. Por lo pronto hay que insistir en que con obras como las comentadas se pone un alto a la demagogia vulgar del neoliberalismo corriente que insiste en la corrección de sus axiomas para desde ahí proponerse como pensamiento y camino únicos.

No hay tal ni la ha habido, y es momento para recalcarlo. Los loros de la estabilización a ultranza, que ahora enfilan baterías contra la revisión al alza del salario mínimo se van a quedar afónicos y hay que celebrarlo.