econozco abiertamente mi gusto (tanto estético como intelectual) por la música minimalista, y mi aprecio particular por la música de Philip Glass. Ello me ha valido, una y otra vez, el oprobio de numerosos amigos músicos de reputación impecable, lo que me hace pensar que, claramente, el equivocado soy yo.
Por ello, el lunes en la noche peregriné hasta el Museo Nacional de Antropología para un recital con música para piano de Philip Glass, con el propio compositor encabezando a un elenco de pianistas que incluyó también a Aaron Diehl, Maki Namekawa, Jenny Lin y Timo Andres.
El recital tuvo como motivo la loable causa de recaudar fondos para el patronato del propio museo, lo que me lleva a agradecer cumplidamente a la generosa alma melómana que me invitó esa noche, ya que me hubiera resultado poco menos que imposible asistir debido a razones claramente compren$ible$. Dada la ocasión, el lunes se registró una sobrepoblación de hípsters, wannabes, fotógrafos de sociales, edecanes despistadas, notables de la alta sociedad, y una cierta cuota de caos y desorden.
Como suele ocurrir en este tipo de espectáculos, se abusó inmisericordemente de la publicidad y de los estímulos visuales y sonoros que resultaron, finalmente, agobiantes. Como cereza del pastel social, la presencia muy evidente de toda una serie de personajes de la vida pública nacional que han sido, son y serán moral y éticamente impresentables, pero que no pueden dejar de asomarse en cuanto sarao pueden ver y ser vistos. Así las cosas.
Debo decir, en honor a una objetividad difícil en tales circunstancias, que lo estrictamente musical del asunto fue bien seleccionado, bien ejecutado y satisfactorio en general. Es preciso señalar que, como suele ser la hiperbólica costumbre en este tipo de eventos, la presentación que se hizo de Glass lo señalaba como uno de los mejores pianistas del mundo
. Me permito corregir: Philip Glass es, entre los compositores de hoy, uno de los que mejor toca el piano, y su especialidad es interpretar su propia música. Hasta ahí, y nada más.
El programa musical fue enmarcado por el propio Glass, quien lo inició ejecutando Metamorfosis # 2 y lo cerró con Mad Rush. Piezas relativamente extensas, menos complejas que otras de sus obras para piano, y ambas con una cierta cualidad contemplativa. En medio, los otros cuatro pianistas convocados se encargaron de ejecutar 11 de los 20 Estudios de Glass (escritos entre 1994 y 2012) demostrando cada uno en lo individual una preparación sólida, buena técnica y, sobre todo, un conocimiento específico del lenguaje del compositor de Baltimore y de lo que se requiere para ejecutar apropiadamente sus complejas estructuras repetitivas.
En lo particular, me pareció que la pianista japonesa Maki Namekawa fue la que mejor combinó la eficacia interpretativa y la expresividad, en su versión a los Estudios Nos. 11, 12 y 13 de la serie. Esta percepción mía cuadra adecuadamente con el hecho de que Namekawa es la intérprete de la que hasta ahora es, me parece, la única grabación integral de los 20 Estudios.
No me detendré aquí para explicar las bien conocidas características de la música para piano de Philip Glass; prefiero en cambio comentar que durante estas buenas interpretaciones de su música fue posible hallar grandes gestos románticos, el espíritu de la canción sin palabras, referencias al blues bien integradas al lenguaje minimalista, disonancias inusuales aquí y allá, un potente y bien armado impulso motor en todos los estudios interpretados y, finalmente, una interesante variedad de planteamientos y soluciones musicales, variedad que los numerosos enemigos del minimalismo niegan que pueda existir. Sin duda, esta variedad es expresión puntual de la intención explícita de Glass en la composición de los Estudios, creados para volverme un mejor pianista
, en sus propias palabras. Imagino que una audición integral en vivo (y en orden) de los Estudios pianísticos de Glass debe ser una experiencia singularmente potente. ¿Quién dijo yo
?