l Gobierno del Distrito Federal anunció ayer el inicio de una campaña denominada Ojo con el Ciclista, que consiste en la colocación de calcomanías con esa leyenda en diferentes puntos viales de la ciudad, con el propósito de reducir los atropellamientos de quienes utilizan la bicicleta como medio de transporte. El titular del Ejecutivo local, Miguel Ángel Mancera, subrayó que su gobierno seguirá trabajando y escuchando opiniones para que la población pueda seguir conduciendo estos vehículos de manera más segura y ordenó una nueva entrega masiva de por lo menos 30 o 40 mil chalecos fosforescentes.
Estos anuncios ocurren con el telón de fondo de las dos muertes de ciclistas ocurridas en el curso de la semana que concluye: la primera, de 21 años de edad, fue arrollada por una unidad de transporte público cuando circulaba por el carril confinado de Paseo de la Reforma; el segundo murió el pasado jueves, al ser atropellado por un tráiler en la lateral de Periférico Oriente.
Sin restar importancia ni gravedad a esas muertes, da la impresión de que, con la campaña referida, el gobierno capitalino centra la atención en uno solo de los grupos afectados por un desorden y una barbarie vial generalizados que, de acuerdo con datos del propio Miguel Ángel Mancera, se traduce en un promedio anual de mil 91 muertes, la mayoría de ellas de peatones.
Tal es el correlato, en la esfera de la cultura vial, de un modelo socioeconómico que postula la libre competencia sin cortapisas y el aplastamiento del fuerte por el débil y cuyos valores supremos distan mucho del respeto, la tolerancia y la solidaridad que se requieren en una sociedad sana. Ese deterioro cívico y moral se traduce, en las calles de esta capital, en decenas de episodios de agresiones contra ciclistas, pero también contra automovilistas y, sobre todo, contra ciudadanos de a pie.
Ante este panorama, la campaña anunciada por el Ejecutivo local parece un acto sectorial e insuficiente de cara a la degradación y la inseguridad en que se desenvuelve el tránsito urbano. Para ello sería necesario que las propias autoridades adoptaran, como prioridades, la promoción del civismo en todos los ámbitos de la vida pública; la capacitación y moralización de los integrantes de corporaciones de tránsito metropolitanas; la contención de las mafias que controlan porciones sustanciales del transporte público, y la difusión de una cultura vial respetuosa e incluyente entre todos los grupos que coexisten e interactúan en las calles y avenidas de la ciudad capital: automovilistas, motociclistas, ciclistas y peatones.