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Estados Unidos Maíz transgénico:
Francisco Ávila En los años recientes, el sistema agrícola estadounidense se ha dibujado en el imaginario de millones de productores y campesinos mexicanos como un modelo eficiente e ideal para la producción empresarial, teniendo como base el liderazgo mundial que ese sistema presenta en la producción y exportación de maíz. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) estima que en el ciclo productivo 2015 la producción de maíz de ese país sumará 345 millones de toneladas, con un rendimiento promedio nacional de 10.6 toneladas por hectárea, sobre una extensión mayor respecto al resto de los demás cultivos. El sustento de altos volúmenes y ser el principal país productor de maíz no está en el empleo de semillas genéticamente modificadas, sino en las condiciones climáticas, tipos de suelos y fertilidad que prevalecen en una de las zonas más importantes e industrializadas en la producción de este grano en el Medio Oeste de Estados Unidos, en el denominado Cinturón Maicero. Las políticas de subsidios fortalecidas desde la Ley Agrícola o Fam Bill de 2008 favorecen a sus productores grandes y medianos y los inducen a sostenerse en la producción de maíz. Es importante mencionar los subsidios que reciben los agricultores estadounidenses, ya que sus costos de producción son elevados. De acuerdo con datos oficiales, en 2014 se registró un costo de producción promedio nacional de mil 704 dólares por hectárea; los principales gastos se enfocaron a la compra de fertilizantes y de semilla. Sin embargo, el precio de la tonelada para ese año fue de 139 dólares, lo que representó una pérdida de 217 dólares por hectárea, pero esto no afectó al productor, ya que recibe subsidios gubernamentales cercano al 50 por ciento de los costos. Las empresas productoras de semillas e insumos mantienen lazos comerciales fuertes con la producción de maíz. Esto se debe principalmente a la superficie que se siembra con semillas genéticamente modificadas. En el ciclo agrícola 2015-2016, el 92 por ciento del área cultivada fue con maíces transgénicos resistentes a herbicidas o insectos o la combinación de ambas características. Ello refleja el poder de las industrias semilleras representadas por seis grandes compañías: Monsanto, Syngenta, Dow AgroSciences, Dupont, Bayer CropSciences y BASF. Monsanto es la de mayor relevancia, pues abastece 90 por ciento del mercado estadounidense. Estas empresas obtienen beneficios de la protección intelectual que implica esta tecnología, así como de estrategias de mercado, de la diferenciación del producto y de un esquema de discriminación de precios. La adopción del maíz transgénico en Estados Unidos no ha propiciado un incremento significativo de los rendimientos en comparación con los años anteriores a su introducción. De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Ohio con datos del USDA, el aumento en el rendimiento del maíz entre 1940 y 1995 fue de 118 kilos por hectárea, mientras que en el periodo de 1996 a 2011 fue de 128, es decir, se tuvo un aumento de sólo uno por ciento en la producción. En contraparte, se ha triplicado el precio de la semilla desde la introducción de los transgénicos. Es importante remarcar que los rendimientos no dependen de un solo factor, como la expresión de una característica genética, como pretenden las empresas promotoras de su tecnología; dependen de múltiples factores biológicos, ambientales y sociales en el proceso del cultivo. Las repercusiones que se están presentando con la producción de maíz transgénico en Estados Unidos son el aumento de malezas tolerantes a los productos químicos para su control, particularmente al glifosato, comúnmente empleado por los agricultores de ese país. Ejemplo de ello es la detección de malezas que no pueden ser erradicadas con productos químicos en el sur de la Unión Americana, mismas que comienzan a expandirse al oeste y al norte. La situación tiene un impacto ambiental y biológico, pero también económico, al triplicarse la compra de herbicidas y duplicarse su precio en el mercado a partir de la aparición de los transgénicos. Este panorama también se viene observando en los cultivos de maíz resistente a insectos; en este caso aún no se conoce con precisión el impacto que puede ocasionar a los ecosistemas, pero se tiene latente el riesgo de desarrollo de plagas resistentes, como ha sido en el caso de las malezas. Los cultivos transgénicos son una de las tecnologías más controversiales y fueron adoptados rápidamente por miles de productores en Estados Unidos. Recordemos que la difusión o aceptación de un nuevo desarrollo tecnológico en la agricultura sugiere la existencia de impactos sociales favorables y desfavorables. En este sentido, se desconocen en su totalidad los efectos que los transgénicos pudieran tener. Paralelo a ello, dichos organismos por si solos no resuelven los problemas socioeconómicos que padecen los productores estadounidenses, ya que la implementación de cualquier técnica está inmersa en un contexto económico y social. Se deja entrever la ilusión que representa esta tecnología. Venezuela Campaña Venezuela Libre de Transgénicos: Ana Felicien Aquí en Venezuela estamos trabajando, hemos prohibido un ensayo que nos querían meter por ahí con transgénicos y estamos poniendo la barrera respectiva a nivel nacional a los transgénicos, que le hacen mucho daño a la agricultura y sobre todo a la soberanía de nuestros pueblos A partir del proceso de transformación que se inició en Venezuela con la llegada del ex presidente Hugo Chávez, se han venido gestando una serie de cambios estructurales importantes en el ámbito agrícola impulsados desde la lucha de los movimientos sociales y la gestión pública comprometida con esos cambios. Así, a lo largo de los 15 años del proceso que llamamos Revolución Bolivariana, hemos avanzado en el rescate de tierras del latifundio, e implementación de políticas públicas agroecológicas, como otorgamiento de créditos a la producción campesina, creación de una red de laboratorios de bioinsumos, impulso a experiencias de innovación tecnológica para la producción de semillas, y aprobación de leyes de tierras, salud agrícola integral y seguridad y soberanía alimentaria. Todo esto sin duda ha ocurrido en un escenario de pugnas y contradicciones, como sucede en todo proceso de transformación social, que para nuestro caso está determinado además por la histórica dependencia de los ingresos petroleros y el rol asignado por el capital global a nuestro país: mero importador de mercancías e insumos agrícolas y alimentos a cambio de lo que llamamos en Venezuela petrodólares. Este rol de país exportador de petróleo ha configurado una serie de elementos como: el alto grado de urbanización del país, con más de 90 por ciento de la población viviendo en las ciudades, y el moldeado de nuestros hábitos alimentarios a partir de la firma de tratados de libre comercio para la importación de alimentos procesados, así como de la producción de hortalizas como brócoli, berenjena, zanahoria, entre otras, para su consumo en los campos petroleros. Como producto de este proceso, se configuró entonces un paisaje agrícola signado por el rentismo petrolero, mismo que ha estado sufriendo grandes transformaciones a partir del surgimiento del chavismo. Estas transformaciones han venido revitalizando la identidad campesina a nivel nacional, el resurgimiento de la organización social en torno a los temas agrarios y alimentarios y la idea de vuelta al campo. Hoy en Venezuela, a dos años de la pérdida física del ex presidente Chávez, nos encontramos en una coyuntura global de caída de los precios del petróleo, guerra económica o guerra contra el pueblo y contradicciones en la política agrícola. Es en este marco que surgió hace casi tres años la campaña Venezuela Libre de Transgénicos, para reivindicar la postura del presidente en contra de las semillas y los alimentos genéticamente modificados ante la pretensión de los latifundistas de solicitar la entrada de semillas transgénicas al país. De nuestras principales acciones, podemos compartir el debate popular constituyente en el tema de semillas, ejercicio de democracia protagónica desde el cual se construyó colectivamente el proyecto de la nueva ley de semillas, que posteriormente fue consensuado entre las organizaciones sociales, la Asamblea Nacional, los ministerios del poder popular para Agricultura y Tierras y Ecosocialismo y Aguas. Este proyecto de ley se encuentra a la espera de su aprobación y tiene como elementos fundamentales la prohibición de transgénicos y patentes sobre semillas, y el reconocimiento diferenciado de la semilla campesina, indígena y afrodescendiente, así como mecanismos de garantía participativa de calidad. También se proponen las licencias libres para la semilla. De este largo proceso hoy aterrizan propuestas del debate en acciones concretas como: la feria agroecológica en Caracas, espacio que lleva ya un año ensayando la distribución de alimentos agroecológicos, intercambio de saberes y tecnologías apropiables desde la organización popular en espacios de agricultura urbana y espacios productivos agroecológicos cercanos a la ciudad; y el plan popular de semillas, que busca articular alrededor de diez espacios en el país, que van desde Fundos rescatados de latifundio, comunidades indígenas y campesinas, y espacios de agricultura urbana para el fortalecimiento de las experiencias productivas intercambio, escalamiento en la producción, investigación militante en cultivos nativos, agrobiodiversidad y cambio climático. Y no menos importante la agitación por medio de campañas en medios comunitarios, movilizaciones en las jornadas mundiales contra Monsanto, y la articulación con políticas públicas como la declaración de patrimonio de los conocimientos y comunidades guardianes de las papas nativas. En todo este proceso, han sido claves los aprendizajes de las experiencias mexicanas en defensa del maíz como la Campaña Sin Maíz no Hay País, red en defensa del maíz, además de las referencias de la Revolución Mexicana para la construcción de lo que llamamos poder popular.
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