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Monsanto, “la semilla del diablo”; su bandera, combatir el hambre y la pobreza Sin duda, la trasnacional Monsanto es protagonista en el debate sobre transgénicos. El 90 por ciento de los cultivos genéticamente modificados en el mundo cuenta con rasgos desarrollados por esta empresa, la cual en su portal web afirma que diariamente invierte dos millones de dólares en investigaciones tecnológicas agrícolas. La compañía da su mejor cara en su página web. Dice confiar en que el sector agrícola de “Latinoamérica Norte”, o sea México, es un motor productivo que puede contribuir al desarrollo económico del país, “utilizando herramientas de la agricultura moderna […]”. Afirma que “a través de nuestra Visión 2020, estrategia central de nuestro negocio en Latinoamérica Norte, buscamos hacer una región autosuficiente en la producción de maíz y algodón”, además por supuesto de “combatir la pobreza del campo, ya que en Latinoamérica, más 160 millones de personas viven en pobreza y la situación se agrava en el sector rural donde el 56 por ciento de las personas viven en extrema pobreza; reducir la migración de nuestros agricultores, y garantizar la seguridad alimentaria de la población”. Estadísticas publicadas por Esther Vivas en el periódico Público de España (29 de mayo de 2014) muestran que, además de ser líder indiscutible en el desarrollo de cultivos transgénicos y su paquete tecnológico, Monsanto controla el 26 por ciento de la comercialización mundial de semillas (seguida de DuPont-Pioneer, con 18 por ciento, y Syngenta, con nueve por ciento), “lo que les da un poder enorme a la hora de imponer qué se cultiva y, en consecuencia, qué se come”, situación que erosiona la seguridad alimentaria del planeta. Según Vivas, “La avaricia de estas empresas no tiene límites y su objetivo es acabar con variedades de semillas locales y antiguas, aún hoy con un peso muy significativo especialmente en las comunidades rurales de los países del Sur. Unas semillas autóctonas que representan una competencia para las híbridas y transgénicas de las multinacionales, las cuales privatizan la vida, impiden al campesinado obtener sus propias simientes, los convierten en ‘esclavos’ de las compañías privadas, aparte de su negativo impacto medioambiental, con la contaminación de otros cultivos, y en la salud de las personas […] La introducción en los países del Sur, en particular en aquellos con vastas comunidades campesinas capaces todavía de proveerse de semillas propias, es una prioridad para estas compañías”. Además, “Monsanto es la quinta empresa agroquímica mundial y controla siete por ciento del mercado de insecticidas, herbicidas, fungidas, etcétera, detrás de otras empresas, líderes a la vez en el mercado de las simientes, como Syngenta que domina el 23 por ciento del negocio de los agrotóxicos, Bayer el 17, BASF el 12 y Dow Agrosciences casi el diez por ciento. Cinco empresas controlan así el 69 por ciento de los pesticidas químicos de síntesis que se aplican a los cultivos a escala mundial. Los mismos que venden al campesinado las semillas híbridas y transgénicas son los que les suministran los pesticidas a aplicar. Negocio redondo.” El texto de Público habla de los efectos tóxicos de los agroquímicos de Monsanto, en particular el glifosato, y habla también de que muchos de los productos que antes manufacturó Monsanto (nacida en 1901 como industria farmacéutica) han sido prohibidos, “como los PCB, el agente naranja o el DDT, acusados de provocar graves daños en la salud humana y el medio ambiente. Sólo el agente naranja en la guerra de Vietnam fue responsable de decenas de miles de muertos y mutilados, así como de pequeños nacidos con malformaciones. La somatotropina bovina también está vetada en Canadá, la Unión Europea, Japón, Australia y Nueva Zelanda, a pesar de que se permite en los Estados Unidos. Lo mismo ocurre con el cultivo de transgénicos, omnipresente en Norteamérica, pero prohibido su cultivo en la mayoría de países europeos, a excepción, por ejemplo, del Estado español”. Y remata: “Monsanto, asimismo, se mueve como pez en el agua en las bambalinas del poder. Wikileaks lo dejó claro cuando filtró más de 900 mensajes que mostraban cómo la administración de Estados Unidos había gastado cuantiosos recursos públicos para promocionar a Monsanto y a los transgénicos en muchísimos países, a través de sus embajadas, su Departamento de Agricultura y su agencia de desarrollo USAID. La estrategia consistía y consiste en conferencias ‘técnicas’ desinformando a periodistas, funcionarios y creadores de opinión, presiones bilaterales para adoptar legislaciones favorables y abrir mercado a las empresas del sector, etcétera. El gobierno español es en Europa el principal aliado de Estados Unidos en dicha materia“. Ante ello, dice, el 25 de mayo ha sido declarado desde 2013 “jornada de acción global contra Monsanto y centenares de manifestaciones y acciones de protesta se llevan a cabo alrededor del globo”. Menciona las resistencias: “América Latina es, en estos momentos, uno de los principales frentes de lucha contra la compañía. En Chile, la movilización logró, en marzo del 2014, la retirada de la conocida como Ley Monsanto que pretendía facilitar la privatización de las semillas locales y dejarlas a manos de la industria. Otra gran victoria fue en Colombia, un año antes, cuando el masivo paro agrario, en agosto del 2013, logró la suspensión de la Resolución 970, que obligaba a los campesinos a usar exclusivamente semillas privadas, compradas a las empresas del agronegocio, y les impedía guardar las suyas propias. En Argentina, los movimientos sociales están, asimismo, en pie contra otra Ley Monsanto, que pretende aprobarse en el país y subordinar la política nacional de semillas a las exigencias de las empresas transnacionales. Más de diez mil argentinos han firmado ya contra dicha ley en el marco de la campaña No a la Privatización de las Semillas. “En Europa, Monsanto quiere ahora aprovechar la grieta que abren las negociaciones del Tratado de Libre Comercio Unión Europea-Estados Unidos (TTIP) para presionar en función de sus intereses particulares y poder legislar por encima de la voluntad de los países miembros, muchos contrarios a la industria transgénica. Las resistencias en Europa contra el TTIP, esperemos, no se hagan esperar”. El texto cierra con una frase demoledora: “Monsanto es la semilla del diablo, sin lugar a dudas”. FAO: declaraciones pro transgénicos Si bien la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) reconoce constantemente que el problema del hambre en el mundo, que afecta a más de 800 millones de personas, responde más al desigual acceso a los alimentos que a una insuficiente producción agrícola, también genera planteamientos públicos en pro de los cultivos transgénicos. Así se observó en declaraciones de José Graziano da Silva, director ejecutivo de la FAO, realizadas en Perú en el marco de la 33 Conferencia Regional para América Latina y el Caribe de la FAO, en mayo de 2014. Graziano da Silva afirmó que el uso de transgénicos va más allá de la discusión sobre el monopolio en la producción de semillas (atribuido a Monsanto). “Por una discusión que tiene un fondo político, no se puede echar a perder todo un esfuerzo que puede contribuir a hacer frente al cambio climático”, señaló. En América Latina y el Caribe, 47 millones de personas sufren hambre y el objetivo de la FAO es lograr hambre cero para el 2025, dijo. “No descarto ningún arma en la lucha contra el hambre. Es una lucha sin tregua. El hecho de que podamos erradicarla, amerita pensar que debemos utilizar todos los esfuerzos, y si los transgénicos son una posibilidad no hay que descartarlos”, afirmó. Da Silva reconoció que, así como la energía nuclear, los transgénicos tienen sus riesgos y que se debe tener todo un sistema de protección. Y dar al consumidor la opción de decidir libremente si los utiliza o no en su alimentación.
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