Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de noviembre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La república francesa en guerra
U

n sobreviviente de la matanza ocurrida el viernes 13 en la sala de conciertos parisiense denominada Bataclán confía haber visto las caras de los asesinos mientras disparaban a matar sobre seres humanos como ellos, ¿semejantes a ellos?

El testigo y sobreviviente dice haber visto sus caras: rostros de muertos vivos. ¿Qué significa esto? No eran zombis ni robots, eran hombres de carne y hueso ya muertos. ¿Habían anticipado su propia muerte, cargados de explosivos como estaban, con la firme disposición de un inminente suicidio? ¿Estaban muertos desde antes? El testimonio es contundente: muertos vivos.

¿Qué les pasó? ¿Cuándo murieron? Sin duda, adoctrinados, fanáticos, pero no sólo eso. Habían dado otro paso. Al más allá. Y, sin embargo, seguían siendo personas humanas. En apariencia, nada más que ya muertas.

Meterse en su piel, tratar de saber lo que pensaban, si pensaban todavía, lo que sentían, si aún eran capaces de sentimiento, es casi imposible. Y, sin embargo, eran parte de la especie humana, como usted, como yo. ¿Qué les pasó para llegar a disparar fríamente contra sus semejantes, de frente, viéndolos a la cara, muy cerca, casi tocándolos y escuchando su respiración que los disparos detenían para siempre?

Es una tentación pensar que esos pobres monstruos han dejado de pertenecer a la especie humana, pero sería quizás ceder a la facilidad del maniqueísmo: el mundo se divide en buenos y malos. Quien piensa de esta manera se coloca en general del lado de los buenos. El eje del bien, el eje del mal. Maurice Blanchot decía a un amigo que prefiere, por ahora, no ser nombrado: “Mira, lo peor es pensar que el monstruo, quieras o no, pertenece a la misma especie que tú. De alguna manera, como dicen los cristianos, es tu hermano, en el interior de la especie humana. L’espèce humaine es precisamente el título del libro de Robert Anthelme, quien escribió las memorables, y deslumbrantes, páginas sobre su experiencia de la guerra a su regreso del campo de concentración nazi donde fue internado y donde sobrevivió de milagro, pero marcado para siempre de una duda sobre el sentido que era necesario dar a esta palabras: la especie humana.

El domingo, en la catedral Notre-Dame de París, donde tenía lugar un oficio en homenaje a las víctimas inocentes, se produjo un acontecimiento raro, si no único: el músico del gigantesco órgano de la iglesia hizo escuchar La Marsellesa, himno nacional de los franceses y canto revolucionario de 1789. Fue necesario un evento extraordinario para que pudiese escucharse este himno bajo las bóvedas de Notre-Dame.

Ayer, François Hollande, presidente de la república francesa, se desplazó a la Universidad de la Sorbona para guardar, a mediodía, un minuto de silencio como se guardó en todas las escuelas de Francia en el mismo momento.

Por la tarde, en el magnífico recinto, dedicado a estos eventos, del palacio de Versalles, ante los integrantes de la Asamblea Nacional y del Senado reunidos en Congreso, Hollande leyó un discurso muy preparado e importante. En resumen, dijo: Francia está en guerra. La república ha superado otras pruebas. No es una guerra de civilizaciones. Estamos en guerra contra el terrorismo islamista, que no es una civilización. Y no está fuera de nuestro alcance. Nuestro enemigo es Daesh. Voy a hablar con los presidentes Obama y Putin. Restablecí el control de las fronteras. Voy a declarar el estado de urgencia durante tres meses. Debemos expulsar a quienes amenazan nuestro país y hacer perder su nacionalidad francesa a aquellos que, con un doble pasaporte, quieren destruir el país donde nacieron o donde han sido acogidos.

Discurso marcial, como se esperaba, saludado de nuevo con un patriótica Marsellesa entonada por los parlamentarios y los integrantes del gobierno.

¿Bastará esto para calmar la cólera creciente que ha sucedido al luto y a la tristeza? Las palabras no bastarán para satisfacer a los padres de los muchachos asesinados.