Pero sin alimentos se muere
a comenté en este espacio que el antropólogo francés Maurice Godelier, al irse años atrás de nuestro país, declaró que lo que más le había impactado era nuestra tolerancia a la miseria. Entonces me juré nunca padecerla, pero ayer protagonicé un lamentable episodio: compré 16 bolillos en el centro de Coyoacán y de regreso a casa pasé frente a la iglesia de San Juan Bautista, en cuya escalinata suelen agruparse hombres con discapacidad y mujeres artesanas rodeadas de sus niños, donde se conmueven más fácilmente los corazones prestos a la oración. Continué mi camino y un pequeño, peloncito y de cara oscura o sucia, me alcanzó jalándome la bolsa… Estúpidamente no entendí lo que quería ni lo que decía y le dije un después
que acaso tramposamente uso para evitar decir un vergonzoso no
. Se desprendió de mí y yo di todavía un par de pasos, cuando de pronto me cayó en el fondo del cerebro la palabra pan, como si fuera un eco de algo dicho desde muy lejos y desde hacía tiempo… ¡El niño me había pedido un pan, de los que se adivinaban en la bolsa repleta, y yo le había dicho: después! ¿Después de qué? ¿De llevármelos? ¿De comerlos?
No pretendo ser mejor que nadie: regresé avergonzada a las escalinatas y pregunté a todos los presentes lo obvio: todos quisieron un bolillo fresco y crujiente y sigo avergonzada porque este acto no me exculpa, aunque sí me sirve para reflexionar sobre los después en el tema de la alimentación. Pues son puros y duros después: la alimentación en la planeación de la economía, en la investigación científica, en la responsabilidad de los gobernantes de todos los niveles, en los currículums de la educación media y superior, en el destino de las superficies terrestres, en el cuidado de los insumos que necesita el campo, en la calidad de los ingredientes que se ponen al alcance de las poblaciones, en el acceso equitativo a los comestibles…, en el nombre mismo de la institución que se supone debe ocuparse de tan fundamental asunto, como la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).
Sin embargo, en cada casa de nuestro planeta la primera ocupación o preocupación es: ¿qué vamos a comer hoy? Que sean familias o individuos todos nos preguntamos eso antes de comer y, si el uno sobre un millón de la población mundial espera como respuesta un menú de gratas posibilidades, dos tercios de la humanidad saben que tendrán que elegir entre lo disponible y lo accesible según sus ingresos, mientras para el tercio restante la respuesta está en lo que tendrán que hacer ese día: o buscar afanosamente y, si es posible, con ventaja sobre otros en su misma situación, en los páramos secos del entorno rural o en los urbanos basureros algo qué comer; o bien provocar la fortuna, con humildad o por la fuerza, para llevarse algo o mucho a la boca.
Cuando 11 millones de niños mexicanos entre cero y cinco años sufren la mayor pobreza (datos del Fondo Internacional de Protección a la Infancia de las Naciones Unidas), y la mejor respuesta del Estado que encontramos es un después (hasta que se controlen los monopolios), pero dicho por el titular de Desarrollo Social de la siguiente manera extraordinaria: un buen entorno de precios e ingresos y una focalización donde hay una intensidad de pobreza mayor podría mejorar la dinámica de formación de precios, pues los pobres son los que más sufren con el conjunto de precios distintos, distorsionados y la volatilidad que amenaza con regresar (sic) a la pobreza a miles de familias que cuentan con menos de mil 250 pesos al mes (será que esa cantidad no significa pobreza)…
O cuando organizaciones campesinas del país reclaman la urgencia de poner la soberanía alimentaria en las manos de la agricultura familiar con propiedades de menos de cinco hectáreas (otros las extienden a un máximo de 20), sobre todo con base en los granos básicos, maíz y frijol sin transgénicos, y cuando todas las organizaciones campesinas del país, sin excepción, piden, no apoyos al campo ni mayores presupuestos, sino tan sólo que baje el precio del diesel, la electricidad para riego, fertilizantes y semillas que subieron de precio un 30 por ciento, así como que se impidan las prácticas estadunidenses de competencia desleal respecto al maíz, frijol y manzana, y que se paguen las pérdidas por la sequía del año pasado, y se entreguen al fin los subsidios a la comercialización y desarrollo de mercados agropecuarios dependientes de la Sagarpa, y ésta y las demás secretarías de las que dependen las soluciones a tales demandas, con el Ejecutivo a la cabeza, el Legislativo a la cola y el Judicial pagado para vendarse los ojos, sólo saben decir un después perfectamente calculado desde hace decenios, es que no saben aún que los después necesitan veracidad en la intención de cumplir y paciencia basada en la confianza de que las promesas serán cumplidas.
Pues, si hasta ahora la explosión del hambre se ha manifestado ingresando en el crimen organizado en un extremo, y en el otro ejerciendo la pequeña y mediana corrupción, la explosión de la carencia y de los instintos de supervivencia y de protección sobre los dependientes podría reunir el fuego de los extremos quién sabe de qué modo y con cuáles consecuencias para todos.