En la tercera corrida en la Plaza México, otra mansada
Primer petardo del juez Morales
Público aplaudidor llena medio coso
Lunes 9 de noviembre de 2015, p. a48
Hace unos días saludé al inolvidable matador en retiro –de novillero en la Plaza México hacía entradas iguales o mejores que la de ayer– y ahora incipiente ganadero, Raúl Ponce de León, quien con la llaneza que lo caracteriza, confesó: Ante la impericia de los toreros para ejecutar la suerte suprema, ahora estoy buscando un toro sin huesito
. Entre broma y broma, Ponce el bueno aludía a uno de los talones de Aquiles de la fiesta: la impericia, en el campo, en el ruedo y en las empresas.
En el Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), antes Plaza México, nadie acaba de aprobar el diplomado Diseño de carteles interesantes, no sólo atractivos
, por lo que para la tercera corrida de la temporada anunció un desalmado mano a mano, tanto por los alternantes cuanto por la mansa, sosa, deslucida y anovillada corrida de Fernando de la Mora, al que algún maldoso rebautizó como De la Mofa
.
Para este mano a mano de la manga, sin trayectoria común, sin encuentros reales y sin rivalidad demostrada, los cecetlos se trajeron al ex llena plazas madrileño Julián López El Juli –33 años, 17 de alternativa y 39 corridas este año– y al queretano Octavio García El Payo –26 años de edad, siete de matador y 22 tardes en lo que va de 2015–, para lidiar un encierro, es otro decir, de la pres-ti-gia-da ganadería del mencionado De la Mora, sin el trapío y la cara que sólo da la edad.
El pecado de la mansedumbre
Pero como a la delegación Benito Juárez, con otro alemán a la cabeza –el panista Christian von Roehrich, pariente del que ocupó el cargo hace 12 años– y al gobierno de izquierda
del Distrito Federal, con otro posmoderno al frente, no les interesa velar por la tradición taurina de la ciudad, a nadie le convino rechazar el vergonzoso encierro. ¿Exigido por quién?
Las figuras comodinas en el pecado de la mansedumbre llevan la penitencia de las apoteosis de opereta, así que al no tan joven Julián el juez de plaza Jesús Morales, sin que hubiese méritos ni necesidad, le obsequió las dos orejas de su segundo, Ser de luz, ¡bolas!, discreto de cuerna –como sus hermanos–, manso y deslucido, al que un público conformista y aplaudidor valoró como bravo, pues en México El Juli se vuelve especialista en mesas cornisimbólicas a las que acorrala y marea con habilidades de resonancias cavazianas. Cobró una entera trasera.
Octavio García El Payo, con un año de evolución y de triunfos, aceptó la creatividá del Cecetla y apechugó con tan vitriólico cartel arrancándole una oreja a su segundo luego de variada faena con capote y muleta. Ligó hasta cinco derechazos de rodillas en los medios, el de pecho y un cambio de mano. Siempre quieto y vertical, estructuró una faena recia por ambos lados, dejó una entera delantera y recibió la oreja que el público demandó y el ahora exigente juez concedió, tras haber devuelto uno de los chivos que había aprobado.