ace algunas semanas me invitaron a presentar mi libro más reciente a un par de ferias en Colombia, una en Bogotá, la otra en Manizales, en el centro, zona rica en café. Como en Bogotá me presentaría Luis Fernando Afanador no preparé ninguna intervención especial; pero sí un texto para Manizales, que titulé Me encuentro en la ficción
. En él establecía un incompleto instructivo para leer la novela motivo de la invitación.
En vista de que habría de ser mi primera visita a Manizales, también quise preparar mi llegada. Leí que estos días acababan de inaugurar un funicular que facilitaría modernamente el desplazamiento por la montañosa ciudad. La información me bastó para imaginar que llegaría de Bogotá a Manizales en funicular, y admito que la fantasía me creó una expectativa de aventura que de niña me habría hecho feliz. Sin embargo, antes del viaje de casualidad me encontré a Carlos Pellicer, apasionado conocedor de Colombia, en particular de Manizales, adonde de niño empezó a viajar con su tío, creo que por la afición del tío a los toros. Carlos desbarató mi ilusión de funicular y casi de Manizales apenas me centró en la realidad con dos datos: que por carretera el traslado de Bogotá a Manizales era demasiado largo como para solamente un día de estancia, y que en avión el problema solía ser la imprevisibilidad de aterrizar. Así que me subí al avión a sabiendas de que lo más probable era que en Manizales no iba a aterrizar.
Mi compañera de asiento en el avión de hélices, que tomé a las seis de la mañana aquel día de septiembre, quizás el último del verano, era una mujer en sus cuarentas que, por una u otra razón, de inmediato despertó mi confianza. Sin embargo, en el vuelo, aparte de darnos los buenos días, no cruzamos palabra, por más que yo sentí que, si por cualquier motivo, yo tuviera que dejar momentáneamente mi asiento al lado de la ventanilla, podría hacerlo confiada en que mi compañera cuidaría por mí mis pertenencias, cosa que, por otra parte, no fue necesaria, pues ese viaje no duró ni siquiera una hora. Fue cuando el capitán avisó que, de hecho, no aterrizaríamos en Manizales, el mal tiempo lo impedía, hizo dos intentos, ambos imposibilitados. Como si hubiera atendido el clamor de los pasajeros experimentados, procuró incluso hacer escala en Pereira, lo que tampoco fue posible, así que, en conclusión, en ese momento giraba para emprender el regreso a Bogotá.
A pesar de que el vuelo a Manizales, incluso impedido como el presente, según fui averiguando no era novedad para mi compañera de asiento, en esta ocasión dio muestras de inquietud. En cambio, armada con las advertencias de Pellicer, yo enfrentaba el desenlace tranquila, aunque algo frustrada, no sólo por la ilusión del funicular perdida, sino porque de igual modo había perdido la ocasión para leer la presentación que había preparado, asimismo ilusionada.
Tras preguntar a mi compañera, María Isabel Sánchez, cuál era el propósito de su viaje a Manizales, y enterarme de que, en tanto sicoanalista especializada en niños, en Manizales llevaba a cabo un proyecto oficial que consistía en hacer a los niños conscientes, mediante la lectura, el canto y la actuación de especies de fábulas ilustradas, cuál podía ser su problema de relación específico, para entonces prevenir su estallido y el conflicto subsiguiente, a su vez ella quiso saber el plan de mi propia visita a Manizales.
A grandes rasgos le referí el contenido del texto que había escrito, que era precisamente la otra cara del programa sicológico con el que ella, mediante el juego, intentaba destapar el posible problema particular de cada niño para de ahí prevenir que se convirtiera en su conflicto existencial. Mi novela es la otra cara de tu programa, sinteticé; pues presenta a la protagonista en el florecimiento completo del conflicto existencial que la consume y que habría prevenido si de niña, mediante la lectura, el canto y la actuación, un juego hubiera destapado por ella su posible problema individual.
Al aterrizar de regreso en Bogotá, para alcanzar Manizales la aerolínea proponía en unas horas un vuelo vía Armenia, desde donde en unas horas podríamos tomar un autobús para cumplir con nuestros compromisos en Manizales. No lo tomé, aparte de porque el tiempo ya no me alcanzaba, debido a que, en las alturas, yo ya había cumplido con el compromiso de presentar mi libro.