a conducción del Estado por parte del gobierno federal ha sido errática, y cuando se han desplegado sus capacidades para encauzar voluntades y avanzar políticas promisorias, por razones ignotas se tiran por la borda las ganancias y se impone la sensación de fragilidad que a todos embarga. Así ocurrió hace más de un año con la tragedia de Iguala y los jóvenes normalistas desaparecidos y probablemente asesinados, y vuelve ocurrir ahora con el fenómeno natural de Patricia.
Luego de una movilización sin precedentes, en la que todo parecía funcionar como maquinaria de relojería, el meteoro chocó contra la Sierra Madre y en el país digital, el de las llamadas redes sociales, se dio un carnaval de especulación degradada que reclamaba a la naturaleza que no hubiera dejado caer sobre los habitantes del litoral del Pacífico toda su furia. Lo malo es que frente a la irracional andanada, en Los Pinos no se pensaron en otra salida que acogerse a la fe y la oración como vectores salvíficos y lo logrado, con esfuerzo y destreza por los organismos de la protección civil y las fuerzas armadas, se fue a la cuneta.
Mal fario o jettatura es lo que permanentemente acompaña a los grupos dirigentes, quienes topan una y otra vez con la maraña de inercias que desde antes ahogaban el ingenio y el músculo estatales y que el jolgorio panista no hizo sino enmarañar todavía más. Lo que hoy impera es la confusión en los mandos y la pasividad resignada de los operadores, porque se ha perdido el horizonte que marcaba el gran propósito del desarrollo y los objetivos se difuminan en un manglar de metas e instrumentos confundidos unos con otros, sin que haya a la vista alguna clave para salir del pantano que se extiende sobre todo el territorio físico y mental a medida que la crisis fiscal se torna páramo inclemente.
Más que una democracia sin adjetivos, como la pedía Enrique Krauze, lo que se ha instalado entre nosotros es una pluralidad sin objetivos, ausencia que hasta festivamente comparten las oposiciones y los personeros del oficialismo. La recentralización buscada por el gobierno federal no aterriza en parte alguna y ahora tiene que encarar una puja distributiva por los recursos públicos que la opacidad y arbitrariedad de los tijereteros de Hacienda no hace sino distorsionar día a día.
Los ominosos anuncios sobre los recortes a las universidades públicas, para hoy y no para mañana en 2016, han empezado a generar incertidumbre y desaliento en las comunidades universitarias, para no recordar los extremos de incuria que en esta materia se ha llegado en Veracruz y su dolida universidad. Las más de sesenta organizaciones de la sociedad civil que han convocado al Congreso y la ciudadanía a poner un enérgico alto a la pobreza ignominiosa que amenaza con ahogarnos como comunidad nacional, proponen que no haya un solo recorte en el gasto en salud y deberían hacer algo similar con el caso dramático de la educación básica, después del censo realizado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) para la Secretaría de Educación Pública.
La iniciativa de esas y otras organizaciones va a ser recibida y supongo que discutida la semana próxima por la junta de coordinación política de la Cámara de Diputados. Bienvenido y hasta celebrado el encuentro, porque sin encarar el gran ausente de nuestra modernidad, que nos marca para mal como sociedad moderna, no digamos desarrollista, el país no avanzará y seguirá dando vueltas a la nefasta noria del extravío fundamental, el que nos ha traído al olvido del desarrollo y a la negación militante del Estado.
Ojalá y el sentimiento que impere sea el de que hemos empezado a vivir una cuenta regresiva que sólo puede revertirse con la acción organizada y consciente de la ciudadanía organizada dispuesta a ilustrarse sobre la marcha. Por lo pronto, nos hará a todos muy bien si dejamos de lado la estigmatización automática del gasto público y asumimos que en realidad nuestro gran problema es el opuesto: una crisis de estatalidad, de falta de Estado, que en su avance no deja ámbito alguno sin perforar y vaciar de contenido y sentido de interés general y bien común.