na crisis económica neoliberal, larga y con escasas perspectivas de solución, va afectando todos los ámbitos, incluso los personales y, por supuesto, sistemas como salud, educación, justicia, procesos electorales. Y se vuelve más grave cuando se convierte en una crisis de gobierno (conducción deslegitimada y ausencia de propuestas creíbles), que corroe la confianza de los gobernados. La fuga del señor de los suelos, el peso que se devalúa y cuestiones de fondo, como los cerca de 25 mil desaparecidos (más, dolorosamente, 43 estudiantes), aparecen en medio de una violencia incesante, corrupción política desbocada e iniciativas de mejora
(en educación para empezar) a partir del dinero y el castigo, que hacen que esa confianza se deteriore inexorablemente. Y más cuando se comienza a usar la mano dura, la represión a la manifestación (como antier en Oaxaca), e incluso la persecución y el castigo a personas e instituciones.
Todo esto repercute de manera importante y directa en las universidades y escuelas. Porque son éstas espacios que congregan de manera cotidiana, permanente y a largo plazo, a cientos de miles de trabajadores universitarios y de la educación y millones de estudiantes. En su proceso de formación universitaria, estos últimos necesariamente entran en contacto con temas altamente significativos (salud, justicia, infraestructura, ambiente, urbanización, educación, pobreza, economía, subordinación y política) que son parte sustancial del currículo de carreras, incluyendo las ingenierías y las ciencias. A pesar de los intentos por presentar realidades asépticas, el conocimiento de la ciencia y sociedad necesariamente entra como sustrato indispensable en la formación de profesionistas, las investigaciones y la difusión del conocimiento, es la materia prima, lo constitutivo y esencial de la vida universitaria. Por eso de ahí surgen algunas de las críticas más profundas, y, también, movimientos de protesta históricamente relevantes. Precisamente por eso se convierten en objeto de la molestia y hasta la agresión soterrada o abierta de un poder cada vez más crispado y escaso de alternativas.
En esa hipótesis, los movimientos sociales más importantes (en 1994, el EZLN; 2000, la UNAM; 2006, la comuna de Oaxaca, y en 2013-2014, el magisterio y Ayotzinapa), representan los más importantes puntos de quiebre de la normalidad
y de creciente tensión de la relación universidad-gobierno, educación-Estado. Aunque en su mayoría, los acontecimientos mencionados no fueron originalmente universitarios, sí sacudieron profundamente las comunidades educativas. Y cuando éstas se hicieron espejo de las angustias y dolores cotidianos de una sociedad en crisis inmediatamente fueron objeto de campañas de descalificación y agresión. Recuérdese cómo a la UNAM se la concebía poblada de grillos
, y se decía que los empleadores expresamente rechazaban a sus egresados. Desde 1968 hasta 2000.
Hoy, a partir de la conmoción de 2014-Ayotzinapa, se ha abierto claramente un periodo de profunda inquietud universitaria y, además, en la educación toda. En consecuencia, viene la respuesta creciente de descalificación y agresión. Además de ir contra los maestros que resisten la reforma , también se va contra las instituciones de educación superior, públicas, autónomas. Por eso las amenazas de muerte contra el rector y su familia de la autónoma de Morelos; la agresión a los estudiantes, y la retención del subsidio en la Veracruzana y, más notoria por persistente, desde septiembre la agresión contra la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ejemplos: hombres armados en pleno día allanan el domicilio de una profesora de esa universidad, la increpan por su postura política y roban sus computadoras, y, otro ejemplo: policías federales a la entrada de un plantel universitario, toman fotos a estudiantes. Al mismo tiempo, en el Senado se anuncia un punto de acuerdo para juzgar a esta institución y en la ALDF, con argumentos peregrinos, se cuestiona su presupuesto. En suma, una campaña de asedio que busca dar una lección a todas, emprendiéndola contra la que consideran, por diferente, más vulnerable.
Lo más importante, sin embargo, es que los tiempos han cambiado. Si en 68 y todavía en 2000 fue posible ocupar militarmente a la nacional y encarcelar a un millar de estudiantes, ahora –en los tiempos de Ayotzinapa y de la lucha persistente de los maestros– eso ya no lo tolera una población escéptica del gobierno. Hasta procesos muy acotados, como el cambio de estafeta en la UNAM, no dejan de ser leídos desde la perspectiva de una posible preocupación (e intervención) gubernamental. Sin embargo, la persecución contra los que estudian y piensan obliga a maestros y estudiantes a construir en las escuelas, universidades y comunidades, nuevas y sabias formas de reflexión y resistencia. El poder gana muchas escaramuzas y algunas batallas, pero el largo plazo le es profundamente incierto. No sólo porque enfrenta una creciente resistencia, sino sobre todo, porque preso en la jaula del pensamiento neoliberal, carece de un derrotero que inspire y convoque al país y no tiene el poder creciente de la razón, que ayude a encontrarlo. Las fuerzas más poderosas, las del pensamiento y la conciencia colectivas se construyen hoy en otra parte, en los espacios de una educación que lucha por liberarse, y este poderoso aliento, al que nada le es ajeno, no es despreciable.
*Rector de la UACM