n estos días se efectuará un acto muy especial convocado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y muchas instituciones. Se trata del primer Congreso Internacional sobre la Comunalidad, un tema que de entrada pone a temblar al sistema, y que es ante todo un merecido homenaje a ese conjunto de intelectuales indígenas oaxaqueños, que durante las décadas recientes han disertado y reflexionado sobre ese legado de sus culturas originarias. Se trata de una corriente del pensamiento mesoamericano que tras cinco siglos de marginación no sólo continúa vigente, sino que se volverá decisivo ante la crisis de la civilización moderna o industrial. Se trata de las reflexiones filosóficas, éticas y políticas de notables pensadores indígenas, como Floriberto Díaz, Benjamín Maldonado, Adelfo Regino, Mario Enrique Fuente y sobre todo Jaime Martínez-Luna, quien ha logrado desarrollar con detalle ese concepto en su libro Eso que llaman comunalidad (2009). El congreso reúne a unos 500 participantes de una docena de países que atenderán 315 ponencias en 60 mesas de trabajo y que en conjunto proyectarán la idea de comunalidad a los contextos actuales, a las resistencias ciudadanas, y a la construcción de alternativas societarias y civilizatorias de un país y un mundo en crisis. No es exagerado afirmar que el concepto de comunalidad es en cierta forma la contraparte mesoamericana (y complemento perfecto) a la idea del buen vivir andino. Por ello el futuro de América Latina se ilumina doblemente porque confirma que la salida a la crisis provocada por el neocolonialismo y el neoliberalismo es factible y debe construirse llevando como fundamentos los valores de las culturas originarias o tradicionales. Como se veía, las soluciones no vendrán del norte industrial y desarrollado, sino del sur profundo, tropical, comunitario y ecológico, pues no hay solución europea a la crisis de la modernidad (O. Fals-Borda; B. De Sousa-Santos). Una tesis sostenida y demostrada en mi reciente libro Ecocidio en México, la batalla final es por la vida.
De las muchas definiciones de comunalidad, me quedo con la formulada por J. Martínez-Luna por su enorme fuerza telúrica y su contundente posición contestataria: Somos comunalidad, lo opuesto a la individualidad, somos territorio comunal, no propiedad privada; somos compartencia, no competencia; somos politeísmo, no monoteísmo. Somos intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad también se nos oprima. Somos interdependientes, no libres. Tenemos autoridades, no monarcas. Así como las fuerzas imperiales se han basado en el derecho y en la violencia para someternos, en el derecho y en la concordia nos basamos para replicar, para anunciar lo que queremos y deseamos ser
.
La comunalidad es la ideología, pensamiento y acción que ha permitido a las comunidades originarias enfrentar y resolver retos y problemas tanto históricos como actuales. La cooperación, el altruismo, la solidaridad y el reciprocamiento son valores que cruzan a la comunalidad y dictan su devenir y sus relaciones con la naturaleza. Todos contrastan con aquellos que impone la modernidad industrial basada en el individualismo, la competencia, el afán por el poder y el interés egoísta.
La comunalidad es entonces la fórmula secreta de los principales movimientos de resistencia que hoy enfrentan, detienen y vencen a las fuerzas destructivas de la modernización neoliberal: los neozapatistas de Chiapas, las comunidades y municipios de la Sierra Norte de Puebla, las comunidades unidas de Morelos y de la Meseta Purépecha, los frentes de la región de Xochicuautla, Atenco o del istmo oaxaqueño, las comunidades mieleras mayas de Campeche y Quintana Roo, y hasta las policías comunitarias de Guerrero o las autodefensas de Michoacán. La comunalidad ha llegado incluso a las ciudades en momentos de alta crisis, como en el terremoto de 1985 en la ciudad de México, y se transfigura en el mundo moderno e industrial en la forma de cooperativas, que es la forma antitética a las empresas y corporaciones que hoy dominan a escala global.
Hay todavía una dimensión más de carácter histórico e incluso evolutivo que proyecta las reflexiones surgidas desde las intrincadas montañas del norte de Oaxaca, enclaves de la no-modernidad, a los escenarios universales de la discusión científica y del debate político actual. La publicación de la obra de Charles Darwin en el siglo XIX dio lugar a una polémica que se ha extendido hasta la actualidad: ¿Es el ser humano un individuo por naturaleza individualista y competitivo o altruista y cooperativo? En plena sintonía con el despliegue del capitalismo el darwinismo social dio como verdad científica que los seres humanos nacieron para competir y ganar en la cruenta lucha por la vida
. Fue Pior Kropotkin uno de los primeros en cuestionar esa idea al ofrecer evidencias del papel del apoyo mutuo en las sociedades animales. A ello siguió la sociobiología de Edward O. Wilson y más recientemente, una secuencia de obras etnográficas, paleontológicas, sicológicas, matemáticas y bioevolutivas que muestran que el ser humano es esencialmente cooperativo, tanto por razones genéticas como culturales. Entre esas destacan The Evolution of Cooperation (1984), de R. Axelrod; Hierachy in the Forest (2001), de Ch. Boehm, y el monumental libro de S. Bowles y H. Gintis, A Cooperative Species (2011).
Por ello hoy se puede afirmar que el triunfo de la modernidad neoliberal y su esencia, el capital corporativo, no sólo es moralmente imposible, sino científicamente inviable. El mundo moderno que busca imponerse, una fracción de 300 años en el larguísimo trayecto de la historia humana, es antinatural e involucionario. La cooperación es la kriptonita del superhombre moderno. El comunalismo no solamente resurgirá, sino que será la clave para el futuro de la especie.