xiste la pretensión, de la Comisión de Educación de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal –a cargo de una diputada priísta–, de revisar
el presupuesto asignado a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), por considerar que recibe un monto de recursos altísimo en comparación con el número de egresados
.
La ofensiva presupuestal contra la universidad capitalina no es un hecho novedoso ni aislado. Desde febrero pasado, el rector de la institución, Hugo Aboites, denunció los recortes presupuestales que la administración a su cargo se vería obligada a hacer debido a los insuficientes recursos asignados para este ejercicio fiscal. Es cierto que esa ofensiva se inscribe en un contexto general de menosprecio de autoridades y representantes populares por la educación en todos los ámbitos, que se traduce en restricciones presupuestarias sistemáticas para las instituciones de educación superior y en la exclusión de millones de jóvenes de los ciclos de enseñanza superior.
En el caso de la UACM, sin embargo, a esa circunstancia se suma la reiteración de argumentos tan viejos como improcedentes relativos al modelo educativo de la casa de estudios: el rezago
en la eficiencia terminal y el ritmo de avance de sus estudiantes; la supuesta ausencia de criterios de productividad, eficiencia, evaluación y calidad educativa en los planteles de la UACM, e incluso su presunta función como semillero
político. Todos esos elementos son, en realidad, la repetición irreflexiva de una visión tecnocrática de la educación superior, que apuesta a formar profesionistas exclusivamente volcados al mercado laboral y preconiza un modelo de darwinismo social en la educación.
Inaugurada en 2001 por la administración de Andrés Manuel López Obrador, la UACM tuvo el doble mérito de erigirse en un modelo de educación superior alternativo a la doctrina neoliberal dominante entonces y ahora, y de hacerlo con un proyecto cultural y de educación pública, laica, gratuita, científica, humanista y universal; comprometido con la sociedad y atento a las necesidades de los habitantes de la ciudad de México. Es explicable y hasta natural que, en un modelo como el descrito, los criterios tecnocráticos pasen a segundo plano. Pese a ello, en los tres lustros transcurridos desde su fundación, la Universidad Autónoma de la Ciudad de México ha dado muestras de ser una institución educativa comprometida con la transmisión y generación de conocimiento, con una planta académica y de investigadores de calidad incuestionable, y con programas académicos innovadores.
La razón de ser de la UACM se mantiene vigente en un momento como el actual, cuando la ciudadanía capitalina se resiste a retroceder en los avances logrados durante el presente siglo en cuanto a civilidad, libertades, equidad y solidaridad con los menos favorecidos. Cualquier intento por revertir el avance que representa la UACM debe ser visto como una acción contraria al mandato ciudadano.