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Argentina K: recambio y consolidación
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uenos Aires. A inicios de mes, el diario La Nación preguntó a Mario Vargas Llosa: ¿Cuál es el mejor candidato en Argentina?. El octogenario novio de Isabel Preysler (ex de Julio Iglesias) respondió: “Creo que no hay ninguna duda: si fuera argentino votaría por Macri (Mauricio). Es el único que representa una alternativa real, clara y contundente a lo que ha sido la tragedia de la Argentina, que es el peronismo… una verdadera plaga”.

Tres días después, el 8 de octubre, a pocas cuadras de la Casa Rosada, Macri inauguró un monumento a Juan Domingo Perón con motivo de cumplirse un nuevo aniversario de su nacimiento. En compañía del ex mandatario Eduardo Duhalde, el titular de la CGT opositora Hugo Moyano y otros referentes de la derecha peronista, el candidato del neoliberalismo duro y puro destacó la labor de Perón y Evita, quienes a su juicio “…hicieron algo histórico en la Argentina”, como “…darle derechos sociales a los trabajadores”. Agregó: Perón marcó varias guías para mí. Para Ripley.

En fin, tras haber preguntado a más de un ciudadano de a pie ¿y a usted, cómo le va?, la respuesta fue unívoca: a mí bien, pero al país mal. Y es que ambas cosas se retroalimentaban. Con la una, el interlocutor admitía que su situación había mejorado durante los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner. Y con la otra, ponía en evidencia las distorsiones que el poder mediático inyecta a diario en la proverbial predisposición a la queja de los argentinos.

Como fuere, no hay necesidad de simpatizar con los K para reconocer el periodo más positivo y auspicioso de la historia política argentina (2003-15). Recordemos el estado del país en 2002: 17 monedas en circulación; bonos que los estados provinciales emitían para hacer frente a sus obligaciones con empleados y proveedores; uno de cada cuatro argentinos no tenía trabajo; el ingreso per cápita había caído de 7 mil a 2 mil 200 dólares; índice de pobreza cercano a 57 por ciento, y el de indigencia oscilando alrededor de los 30 puntos. La deuda externa representaba más de 150 por ciento del PIB; la deuda en default sobrepasaba los 100 mil millones de dólares, y 80 mil millones de dólares de deuda púbica, contraída a partir de la salida de la convertibilidad (paridad del peso con el dólar).

Con muestras de cretinismo ideológico, los troscos de domingos alegres proponían crear soviets para la toma del poder, mientras las empresas privatizadas de luz presionaban al todavía endeble gobierno de Kirchner para aumentar las tarifas de los servicios públicos. La respuesta del ignoto presidente fue contundente:

“No vamos a ceder a la extorsión… les vamos a subir a los grandes productores, a los grandes industriales, a los que exportan en dólares y pagan los servicios en pesos… Y van a tener que invertir. Si no, vamos a tomar todas las medidas y decisiones para garantizar el servicio… Hay que decirle la verdad a la gente aunque esos sectores digan lo que quieran desde los lobbies de proaganda que tienen (Gabriel Pandolfo, El presidente militante, Aguilar, Buenos Aires, p. 171).

En el discurso que pronunció al asumir la presidencia (25/5/03), Kirchner dijo: “No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento… No se puede volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos… Nuestra prioridad en política exterior será la construcción de una América Latina políticamente estable, próspera, unida, con base en los ideales de democracia y de justicia social… No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Esto constituye, en verdad, un ejercicio de hipocresía y cinismo”.

Doce años más tarde, el investigador Eduardo Halliburton constató que la pobreza había bajado de 50 a 15 por ciento, habiendo salido de ella alrededor de 14 millones de personas. Halliburton destaca el notable proceso de desendeudamiento desde principios de 2003, cuando la deuda bruta del país alcanzaba 166.4 por ciento del PIB, y se la redujo aproximadamente a 44 por ciento a finales de 2013 (Miradas al Sur, 13/1/15).

En 12 años de gestión, los gobiernos kirchneristas impulsaron la creación de puestos de trabajo, disminuyeron el empleo no registrado, subieron los salarios reales; aumentaron el salario mínimo vital y móvil; establecieron negociaciones colectivas de trabajo a través de las paritarias, aumentaron la cobertura del sistema de seguridad social (incorporación de nuevos jubilados), aumentaron los haberes mínimo y medio con la asignación universal por hijo (y por embarazo), estatizaron los fondos de pensión, etcétera.

Logros que, a su vez, hacen a la única coincidencia entre gobierno y oposición. Que, desde ya, adelantan el triunfo arrollador del Frente Para la Victoria, liderado por el binomio Daniel Scioli/ Carlos Zannini en los comicios presidenciales del domingo próximo.