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Las guerras del hambre Para hacer frente a la crisis general y alimentaria que sacude a una modernidad capitalista fincada sobre las ruinas de la comunidad agraria y sobre la opresión colonial, propongo la revitalización y actualización del ancestral paradigma con que organizan su trabajo y su vida los campesinos. No sólo convoco a inspirarse en su forma de producir, también en su forma de vivir. Es este un viejo y a la vez nuevo modo de ser que, además de tener una vertiginosa profundidad histórica, anima a sujetos vigentes y actuantes. En el tercer milenio los indios, los campesinos y los afrodescendientes de Nuestramérica, es decir los colonizados, transterrados y explotados rurales, están en pie y están marchando. No sólo resisten el acoso del sistema defendiendo, como siempre, sus raíces ancestrales y su pasado mítico. También amanecieron utópicos y miran hacia adelante esbozando proyectos de futuro. El sistema en su conjunto es hostil a los campesinos como productores y atenta contra su modo de vida. Pero para fines analíticos podemos identificar algunas amenazas específicas que sobre ellos se ciernen. Una es la ancestral voracidad capitalista por tierras, aguas, minerales y en general por los recursos orgánicos e inorgánicos que originalmente estaban en manos de las comunidades. Otra son las relaciones asimétricas que los pequeños agricultores enfrentan en todos los mercados: el de productos, el de insumos, el de crédito, el de fuerza de trabajo… Otra más es el modelo tecnológico capitalista que, cuando lo adoptan, los carcome por dentro. Sin olvidar el modo de vida urbano que seduce a los jóvenes rurales. Y por último, aunque es lo primero en importancia, el pensamiento puramente analítico, lineal y reduccionista que va erosionando las aproximaciones intelectuales sintéticas, comprensivas y holistas propias de los pueblos agrarios y que Levy-Strauss llamó “pensamiento salvaje”. Hoy más que nunca el modo de ser de los campesinos es un paradigma de repuesto. Porque hoy como nunca la existencia de los campesinos se encuentra amenazada… Como está amenazada la existencia de todos. Y el filo más calador de esta amenaza es el despojo. El despojo omnipresente y la exclusión social que deja como saldo. Despojo del suelo y del subsuelo, despojo de las tierras y de las aguas, despojo de la biodiversidad y de los saberes, despojo del patrimonio cultural tangible e intangible, despojo del pasado y del futuro, despojo de la esperanza… Entonces el despojo debe ser detenido y los usos y costumbres campesinos deben ser respetados y restaurados, porque es de justicia. Pero también porque una parte principalísima del multidimensional descalabro civilizatorio que nos aqueja, la crisis agrícola, se traduce en un comportamiento errático de las cosechas y en la fluctuante pero persistente reducción tendencial de los índices de crecimiento de la productividad, de la producción y de la disponibilidad de los alimentos. Durante la segunda mitad del siglo XX las tasas de crecimiento de los rendimientos y de la oferta de los granos básicos fueron muy altas. Sin embargo, desde fines de la pasada centuria se han amodorrado. Así la oferta se hizo menos dinámica y más errática, dando como resultado que se redujeran coyunturalmente los inventarios, que aumentara la especulación y se encareciera la comida. En los tres lustros pasados, el comportamiento del precio de los alimentos ha sido errático y así como en 2007-2008 y en 2010-2011 hubo picos de precios altos, debido a que la especulación se montó sobre reales situaciones de escasez, en otros años, como los más recientes, vemos caer las cotizaciones. Sin embargo, en la perspectiva de dos décadas la tendencia es consistente: los precios de los bienes agropecuarios de primera necesidad ya no disminuyen como lo hicieron en la segunda mitad de la pasada centuria, ahora van aumentando progresivamente. Esta situación, que incrementa tendencialmente las rentas que paga la tierra fértil, ha puesto en primer plano una de las vertientes del despojo que en el arranque del tercer milenio devino escandalosa: el masivo acaparamiento, la concentración, financiarización y extranjerización de tierras y aguas originalmente en manos de campesinos y comunidades indígenas. Atraco social que se despliega sobre todo en el Sur simbólico: en Asia, en África y en América Latina. Compran tierra corporaciones trasnacionales y países, pero también aterrizan los grandes fondos de inversión. Las trasnacionales y los ahorradores invierten en tierras por que ven en ello una perspectiva de rentas. Algunos países como Corea, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos… lo hacen también porque enfrentan severa dependencia alimentaria y buscan protegerse de los altos precios. En cambio la estrategia de los chinos –que en lo fundamental producen su propia comida- es un neocolonialismo puro y duro en busca de materias primas, mercados, espacios de inversión e influencia política. Hay también capitales, como los Pools de Siembra de Argentina y otros países, que lucran con la agricultura pero no tocan piso y sólo financian la producción. No tenemos datos precisos sino estimaciones, pero se calcula que en algo más de diez años, mediante unas dos mil operaciones de compraventa, han cambiado de manos cerca de 300 millones de hectáreas. Tierras que por lo general no eran baldías sino campesino-comunitarias. De modo que es válido suponer que la expulsión poblacional resultante de la renovada hambre capitalista de tierras es responsable, cuando menos en parte, de que haya en el mundo unos 300 millones de personas que viven en países distintos de aquellos en los que nacieron. Y que haya, en las inhóspitas rutas de la diáspora, decenas de miles que mueren en el intento de emigrar. A fines del siglo XIX el rey Leopoldo II era dueño del llamado Congo Belga, hoy China es dueña de unos tres millones de hectáreas en la República Democrática del Congo. De la mano de la gran crisis, el viejo colonialismo está de vuelta. El capitalismo es el primer modo de producción histórico donde la riqueza deviene puramente cuantitativa y desterritorializada. Pero en su ocaso observamos pasmados el masivo y planetario aterrizaje de un gran dinero que por décadas prefirió inversiones etéreas, desvinculadas y “limpias” como las bursátiles. Operaciones que no ha abandonado, pero que ahora combina con la apropiación y especulación con los rudos bienes naturales. Es esta una reterritorialización obligada, un aterrizaje forzoso. Su origen estructural es la ontológica imposibilidad de que el capital produzca y reproduzca como mercancías los recursos humanos y naturales que sin embargo requiere para su valorización. Su explicación coyuntural debe buscarse en gran descalabro civilizatorio que nos aqueja, una crisis que a diferencia de las puramente recesivas no es de sobreproducción sino de escasez: de tierra fértil, de agua dulce, de combustibles fósiles, de climas propicios, de minerales útiles, de espacios geoestratégicos. Y su motor económico es la renta, un mecanismo ventajoso que permite a algunos capitales retirar de la bolsa común una porción extraordinaria e inequitativa de plusvalía. De este modo, la privatización de bienes naturales escasos deviene el mejor refugio contra la incertidumbre económica y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En el contexto de la gran crisis de escasez y ante la amenaza que representa el capitalismo rentista-predador del tercer milenio, cobra protagonismo una de las más caudalosas vertientes históricas de la lucha campesina: la defensa de la tierra y del patrimonio tanto familiar como comunitario. Ante la global ofensiva del capital sobre los ámbitos rurales y no rurales, el aún disperso movimiento por preservar los espacios comunitarios deviene asunto de vida o muerte. Confrontación civilizatoria en la que está en juego la existencia misma de la humanidad, pues si en lo económico el agronegocio especula con el hambre, su modelo tecnológico es ambientalmente predador. De modo que si le permitimos apropiarse de la tierra fértil y del agua dulce, hará del planeta un páramo, un desolado Armagedón. Quienes con más empeño resisten al ogro librecambista son las mujeres y los hombres del campo: las comunidades que tienen derechos de posesión sobre estas tierras porque las han habitado y las han trabajado, porque las han caminado y las han nombrado, porque las han cantado y las han llorado, porque –bien o mal- las han gobernado. Y si la ofensiva del rentismo predador es principalmente sobre los territorios indígenas y campesinos, la resistencia tendrá que ser campesina e indígena, tendrá que ser campesindia. En Nuestramérica, en el territorio de los autóctonos Túpac Amaru y Tetabiate, pero también de los mestizos Bolívar y Martí, se está conformando un nuevo actor continental etnoclasista. Un protagonista que en verdad es antiguo, pero que en los lustros recientes emerge y converge. Un sujeto campesino, indio y afrodescendiente cuyo reto mayor es frenar el saqueo territorial que practica el gran dinero. Ponerle un hasta aquí a un despojo que responde a la inercia de la macroeconomía y por tanto ocurre en los países que gobierna la derecha pero también en alguna medida en los que gobierna la izquierda. Lo que está en juego en esta gran batalla es el espacio vital de las comunidades rurales. Pero también está sobre el tablero la sobrevivencia de quienes no habitamos en el campo aunque de él comemos. Porque el capital quiere toda la tierra y toda el agua para adueñarse también por completo de los recursos de los que depende la alimentación del mundo y de esta manera controlar íntegramente el negocio de la comida. Lo que a su vez le permitiría lucrar ilimitadamente con la renta del hambre. Y la renta del hambre –que ya es enorme- puede hacerse aún más cuantiosa porque se sustenta en dos factores socio-ambientales inflexibles: la disponibilidad natural de tierra fértil y la necesidad humana de comer. Inflexibilidades que incrementan ilimitadamente el potencial especulativo del negocio territorial-alimentario. Los del surco siembran y consumen alimentos, mientras que los de banqueta dependemos por completo de una comida que no cultivamos. De modo que la lucha por frenar al capital rentista y predador, por restaurar la comunidad campesindia y afrodescendiente y por impulsar un modelo de producción agropecuaria inspirado en el paradigma campesino, es un movimiento que nos convoca a todos. Incluye a los productores y los consumidores, a los metropolitanos y los orilleros, a los urbanos y los rurales. Y es una lucha que no podemos perder, porque en ella nos va la vida.
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