l 30 de noviembre de 2018 se acabará la farsa del gobierno de Enrique Peña Nieto. El día después, el 1º de diciembre, alguien más tomará las riendas del Poder Ejecutivo. Si el nuevo superior jerárquico del secretario de la Defensa Nacional y la Policía Federal es otro títere de la corrupción, continuarán las desapariciones de estudiantes y periodistas, el saqueo del país y las masacres a sangre fría.
El Estado mexicano merece ser encabezado por una persona que deba su cargo no al dinero y el poder, sino a la ciudadanía movilizada. De lo contrario, los colectivos nacionales y los organismos internacionales jamás tendrán respuesta favorable a sus importantes exigencias en favor de la paz y el respeto a los derechos humanos en el país.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) no aceptará fácilmente su derrota. Desde ahora prepara todas las herramientas de fraude electoral para garantizar su permanencia en el poder. Recurrirá a las estrategias de siempre: la censura mediática, la fabricación de encuestas a modo, la compra de voluntades, los esquemas de triangulación financiera, el rebase de topes de campaña, el robo de urnas, la alteración de actas electorales y la violación del secreto del voto, entre otras. También se fomentará tanto el boicot violento como el purismo anulista con el fin de desanimar la participación ciudadana en la jornada electoral. Y si el régimen percibe que aun así su hegemonía se encuentra en riesgo, desarrollará calculados actos de represión durante los días previos a las elecciones para infundir miedo entre la población, tal como ocurrió en Veracruz antes de los comicios de 2015.
En este contexto, simplemente acudir a votar en 2018 será un acto de enorme valentía y de rebeldía, un gesto utópico en favor de un nuevo régimen. Pero no será suficiente. Tanto en 2006 como en 2012 la ciudadanía ya salió en masa para votar en favor de un cambio político de fondo en el país. En ambas ocasiones las instituciones electorales trabajaron con los poderes fácticos y la vieja clase política para imponer un resultado a modo y garantizar la continuidad del sistema autoritario.
Es necesario organizarnos desde ahora para asegurar que en 2018 finalmente se respete la voluntad popular. El partido Morena hará su trabajo. Andrés Manuel López Obrador y su equipo saben perfectamente bien que la única manera de asegurar que se cuenten correctamente los votos es con una cobertura de ciento por ciento de las casillas electorales con representantes propios. El Instituto Nacional Electoral (INE) ha demostrado que no es un aliado de la sociedad, sino de la corrupción. Los verdaderos demócratas el día de la elección presidencial serán los observadores de Morena, no los funcionarios del INE.
Pero los ciudadanos también tenemos una enorme responsabilidad. Ya basta de esperar pasivamente a que los partidos políticos hagan nuestro trabajo de defender la democracia y después quejarnos cómodamente de que no han cumplido con nuestras expectativas. Los principales responsables del actual estado de consolidación autoritaria somos nosotros, tú y yo.
Desde hoy habría que articular un programa ciudadano de organización y movilización nacional en defensa de la soberanía popular. A todos y a todas nos conviene que el siguiente presidente de la República no sea ni Manuel Velasco, ni Manlio Fablio Beltrones, ni Rafael Moreno Valle, ni José Antonio Meade, ni Jaime Rodríguez, ni Margarita Zavala, ni Jorge Castañeda, ni ninguna persona al servicio del dinero y el poder. Y a todos y a todas nos conviene que una eventual victoria de López Obrador no sea solamente de un solo hombre, sino de la sociedad mexicana en su conjunto. Solamente así podemos garantizar que el gobierno del tabasqueño implique una verdadera transición a un régimen cercano a la sociedad y en favor de la justicia.
Tiene razón Omar García, quien la semana pasada, en la presentación del libro El mito de la transición democrática en el Palacio de la Antigua Facultad de Medicina, emplazó a los casi mil presentes a trabajar arduamente para evitar la necesidad de escribir una vez más, después de un eventual gobierno federal encabezado por Morena, otro libro sobre la fallida transición democrática en México.
Un hombre no puede por sí solo cambiar al país. El fallido sexenio de Vicente Fox nos demostró la inutilidad de apostar a un mesías
salvador al servicio del dinero. Hoy El Bronco busca reditar este mismo proyecto de gatopardismo individualizado. Lo que México necesita es la construcción de un gran movimiento social nacional con profundo arraigo popular y una clara perspectiva electoral.
Aunque sea difícil de imaginar, el siguiente sexenio presidencial podría ser mucho peor que el actual. Es nuestra responsabilidad ciudadana asegurar que ello no ocurra.
Twitter: @JohnMAckerman