l mundo está lleno de nostalgia, y la nostalgia es peligrosa consejera.
La añoranza del pasado es muy explicable. La transformación social de los pasados 40 años ha sido tan veloz y ha trastocado tanto la cara de las ciudades como la vida en el campo, tanto las estructuras familiares como las relaciones políticas. ¿Como no va a estar el mundo enfermo de nostalgia? Hoy día, en medio de lo más conocido, aparece de pronto lo más extraño. Lo tradicional es poco más que un disfraz de carnaval.
Hace 10 días una estampida incontrolable causó una terrible tragedia en La Meca, durante la peregrinación anual del Haj. Más de 700 personas murieron, según fuentes sauditas, más de mil según las de Irán, quienes acusaron a las autoridades del reino de Saud de irresponsabilidad en el manejo de la peregrinación más importante en la vida de cualquier musulmán.
La tragedia sucedió en una porción de la peregrinación conocida como la lapidación de Satán
, en Mina, ya bastante cerca de la gran mezquita de La Meca. La lapidación de Satán
, según aprendí leyendo acerca del desgraciado suceso reciente, emula un episodio que, según la tradución musulmana, le sucedió al patriarca Abraham, quien aparece en la tradición musulmana como profeta. Según esta versión, cuando Abraham se dirige al cerro a sacrificar a su hijo Isaac, se le aparece el Diablo en tres ocasiones para disuadirlo y tentarlo a desistir, pero Abraham le lanza piedras y no se deja distraer. Sigue decidido a sacrificar a su hijo por la petición de Dios.
Hace ya más de 150 años, el filósofo Soren Kierkegaard escribió un gran libro acerca de la proeza inimitable de Abraham, en el que habla de la dificultad que alberga concebir en qué consiste la fe de quien se muestra dispuesto a sacrificar a su propio hijo. El viaje a La Meca pide a los peregrinos que imiten a Abraham en su camino al sacrificio de Isaac y que lancen piedritas al pilar en el que el Diablo se le apareció al patriarca. Difícil pensar en un momento más solemne; difícil concebir un momento más grave que aquel en el que el peregrino se identifica con Abraham y se proclama listo para sacrificar incluso a su propio hijo a cambio de la fe.
Pero la levedad existe siempre (a Dios gracias, según yo), y la posmodernidad tiene la capacidad casi infinita de amplificar la levedad. Por eso seguramente resultó que este año hubo como trending topic en Twitter el hashtag #Hajjselfie, según el cual los peregrinos suben selfies a la red –contra toda indicación en La Meca, por cierto– mostrando a sus amigos que están a punto de realizar aquello que Kierkegaard había declarado prácticamente imposible: ser Abraham. Hoy día la solemnidad del peregrino va acompañada siempre de la imagen de la solemnidad del peregrino. (Y como dijo en alguna canción Chava Flores: “El retrato es pa’ tus ojos y el original pa’ ti…”; la imagen piadosa es pa’ tus ojos y el jocoso que tomó la foto es para ti.)
Si esto sucede en solemnidades tan tradicionales como las del Haj, ¿qué decir del papel de la tradición en la política? El político que pretenda regresar el reloj y volver a la tradición está mintiendo. Vende algo. Hay que dudar de él (o de ella). Véase, por ejemplo, la cachucha de beis roja que utiliza Donald Trump en campaña, que reza: “ Make America great again”. Estados Unidos ha sido grande –qué duda cabe–, pero la deportación imaginada de 11 millones de migrantes indocumentados difícilmente hará que regresen las manecillas del reloj a los días plenipotenciarios de la guerra fría. La nostalgia no será sino el mecanismo para parapetar un pillo rumbo al poder.
No es lo mismo tradición que tradicionalismo.