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En la feria
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ace unos días visité la Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia. Es una confluencia de anhelos, de esfuerzos, de sueños. Del autor, del editor, del librero, del lector, de quienes vemos en el libro la extensión de la memoria y de la imaginación; la semilla segura de futuro. Porque el libro es la mayor muestra de civilización. Es uno de los instrumentos más preciados en la tarea de investigación, conservación y difusión del patrimonio cultural de nuestra nación, porque la lectura construye del modo más amplio y profundo al ser humano. Allí se crea una comunidad universal. Porque en un libro todo es diálogo, es la esencia de su vida cotidiana. Es un diálogo, sobre todo, entre los autores y sus lectores y, claro, un diálogo con uno mismo.

A la sombra del paraguas del Museo Nacional de Antropología, enmarcados nuestros pasos y visiones entre la Piedra del Sol de los mexicas y la Tira de la peregrinación grabada en la piedra, uno no puede sino pensar que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) es una institución llena de grandeza. Cuando estoy en uno de sus recintos me gusta imaginar que cuando Guadalupe Victoria, primer presidente del México independiente, firmó en 1825 el decreto de creación del Museo Nacional Mexicano, sabía que sembraba una vigorosa raíz institucional que era heredera de los mejores exponentes del pensamiento ilustrado novohispano de las postrimerías del siglo XVIII. En ese espacio se hizo realidad el propósito de albergar las antigüedades que, al cobrar significado patrimonial, daban fundamento a la recreación de una historia de la joven nación. Se asentó así el propósito de construir una identidad mexicana, con sus símbolos, sus referentes.

Desde esos días se dio acta de nacimiento a la institución donde, por obra de ilustres estudiosos mexicanos se sentaron las bases de las épocas más fecundas para el conocimiento de las grandezas de México. Al cabo de los años el proyecto de exploración e investigación en Teotihuacán fue el paradigma donde la antropología y la historia se entrelazaron con la arqueología para entender el presente. El impulso a la defensa y rescate del patrimonio cultural fue paralelo al énfasis que el sistema de educación pública puso en la escritura de una historia multicultural, común a todos los mexicanos.

En esa cauda de luz se concretó la fundación del INAH en 1939 por obra del presidente Lázaro Cárdenas, quien aglutinó a su alrededor la profunda complejidad del pensamiento y el trabajo de una pléyade de artistas y académicos orquestada por Alfonso Caso.

En los recientes años, a esa enorme tradición se ha sumado una gran vitalidad. El concepto de lo inédito se ha vuelto un elemento cotidiano de la vida del INAH. Así se abrió por primera vez una exposición del Louvre en nuestro suelo, Keramiká, materia divina de la antigua Grecia iluminó a sus decenas de miles de visitantes en México y Oaxaca. Se rompieron paradigmas y por primera vez en la historia de nuestro país se presentaron en una exposición los Códices de México, poniendo al alcance de todos las memorias y los saberes de los antiguos mexicanos. También por primera vez el gobierno de México, impidiendo que se subastara, repatrió uno de sus más importantes conjuntos de documentos, los manuscritos de Domingo Chimalpahin y Fernando Alva Ixtlilxóchitl conocidos como el Códice Chimalpain, que ya están digitalizados y se encuentra en la red, con acceso libre y universal a estudiosos de nuestro país y del mundo.

Después de Mayas, revelación de un tiempo sin fin, la exposición Máscaras mexicanas, simbolismos velados deslumbra en las galerías de Palacio Nacional. Allí también está lista la sala México: patrimonio mundial como un ejemplo de las novedosas posibilidades de difusión del arte y la creatividad mexicanas. La primera de ellas ya ha sido vista por más de un millón de personas a su paso por Sao Paolo, París y Liverpool. En Tabasco, Pekín y Yucatán, Mayas, el lenguaje de la belleza ha hecho comprender el alto contenido estético del arte de los mayas. El proyecto Templo Mayor sigue dando frutos desentrañando la grandeza de México-Tenochtitlán al descubrir el Tzompantli de su recinto sagrado.

Hoy la innovación es ya palabra clave en el INAH y permite generar nuevas formas de vincular el patrimonio con los ciudadanos del siglo XXI. La aplicación del Códice Mendoza lanzada a principios de este año permitió la primera repatriación virtual de un documento patrimonial mexicano. La máscara de Calakmul, universo de jade se abrió como la primera de acceso universal a personas con discapacidad y, única en el mundo, con la ayuda de la creatividad que ofrecen las nuevas tecnologías, permite explicar el esplendor de la cultura maya a través de una sola de sus obras maestras. Hace apenas unas semanas se puso al alcance del público el Códice Boturini, La Tira de la peregrinación, en una inédita edición facsimilar y una app gratuita que permite que niños, jóvenes y personas de toda edad tengan acceso a este documento fundacional de la identidad mexicana.

Aun cuando falta mucho por hacer, de esta y mil maneras en el INAH se ha logrado que por primera vez en la historia más de 23 millones de personas, de las que casi 15 millones son estudiantes, hayan cruzado en este 2015 el umbral de sus recintos para conocer y valorar la profundidad del contenido y la relevancia universal de nuestro patrimonio.

Formar parte de esta comunidad, nutrida por garantes del conocimiento, la conservación y la difusión del patrimonio de México, es un orgullo que siembra su raíz en el trabajo de generaciones de historiadores, arqueólogos, antropólogos, custodios, bibliotecarios, restauradores y museógrafos que han hecho que nuestra nación haya dialogado con nuestro pasado, y con ello, haya sumado su mirada a la construcción de nuestra identidad. Es un honor que, indeleble, queda grabado como un compromiso para siempre.

Twitter: @cesar_moheno