editado por la SRE
Domingo 27 de septiembre de 2015, p. 6
Hugo Gutiérrez Vega encarnó el prototipo del personaje romántico por excelencia. Fue un hombre que gustó del saber, de las artes, del bienvivir, de la convivencia, de la conversación y de la amistad, pero también de conocer y explorar diversos confines del planeta.
El poeta y abogado fue, literalmente, un trotamundos, un viajero infatigable. Condición que en gran medida se debió a su faceta de miembro de carrera del Servicio Exterior Mexicano, en el que se desempeñó de consejero cultural en Roma, Londres, Madrid y Washington.
También fungió de embajador en Grecia; concurrente en Líbano, Chipre, Rumania y Moldavia, y cónsul general de México en Río de Janeiro, Brasil, y en San Juan, Puerto Rico. A ello deben sumarse sus trabajos especiales para la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en Irán y la desaparecida Unión Soviética.
La faceta como representante diplomático de Gutiérrez Vega se inscribe en la otrora prestigiada tradición del Servicio Exterior Mexicano. Su nombre se une a la estirpe de grandes figuras del mundo intelectual y cultural mexicano que ocuparon diversos cargos en ese ámbito.
La lista incluye a Gilberto Owen, Jaime Torres Bodet, Renato Leduc, Octavio Paz, Fernando Benítez, Rafael Bernal, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Fernando del Paso, Rodolfo Usigli, José Luis Martínez y Jaime García Terrés, por mencionar a algunos.
Según apunta Alejandro Pescador en el segundo tomo del libro Escritores mexicanos en la diplomacia mexicana, desde un principio don Hugo se distinguió como un diplomático poco convencional
, en algo semejante a lo descrito por Alfonso Reyes en Andanzas mexicanas, de Lionel Vasse.
“En vez de conformarse con esa ‘estilización’ de la vida, igual más o menos en todas partes, que se encuentra en recepciones oficiales, en los salones mundanos, en los grandes hoteles, y cuyo trato y frecuentación acaban por convertir a los agentes internacionales en una casta exangüe y ociosa, en algo como un dialecto humano, este diplomático tuvo la peregrina idea de asomarse al balcón (...) Bajó del balcón a la calle. Se mezcló con la gente. La acompañó en sus fiestas, sus duelos y sus esperanzas.”
Una de las singularidades de Gutiérrez Vega como integrante del cuerpo diplomático mexicano fue su hermanamiento con los países donde representó al nuestro, como reconoció a Alejandro Pescador.
En todas las adscripciones donde he estado, he vivido los países en carne propia. He aprendido los idiomas; me he acercado a la gente, a la vida cultural.
Pero su interés iba más allá, pues el poeta, además de dar rienda a su creación literaria en cuanto país estuvo e incluso dar rienda a sus dotes de actor, se distinguió por su ímpetu y su empeño como promotor de la cultura y el arte mexicanos.
Botón de muestra es su desempeño de consejero cultural de la embajada de México en España, una vez restablecidas las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, a finales de la década de los 70 del siglo pasado.
Con pocos recursos y mucha imaginación, Gutiérrez Vega metía en su auto los rollos de cinco películas mexicanas, dos exposiciones de grabados, una muestra de revistas y otra de libros
, se narra en el mencionado volumen.
Con estos materiales, recorría los caminos de España. Unos días montaba una exposición de pinturas en la escuela del pueblo, otras conseguía el auditorio municipal y proyectaba algún clásico del cine mexicano.