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Testimonios*
Florencio Lugo y Francisco Ornelas
“Pensé que moriría, pero es más Florencio Lugo Hernández Vengo de una familia de campesinos sin tierra, por ello anduvimos viviendo en varios ejidos como avecindados. Nací en el ejido del Apache, municipio de Galeana, Chihuahua; cuando yo tenía unos seis años, mi familia decidió cambiarse a la ciudad de Nuevo Casas Grandes. La situación económica era precaria y el trabajo escaso y mal pagado. Mis padres se separaron dos meses antes de que yo naciera, y mi mamá se dedicaba en esta ciudad a lavar platos en restaurantes o trabajaba como camarera en un hotel. Crecí y trabajé de todo, fui ayudante de albañil, estuve en una “pollera”, en temporadas era jornalero agrícola, y así llegué a la edad de 20 o 21 años. En Nuevo Casas Grandes me uní a un grupo de solicitantes de tierra. Lo dirigía Rosario Prieto Chavira y era asesorado por la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM). Hicimos tres tomas de tierra para que las autoridades resolvieran nuestra solicitud de tierras; en la tercera, el grupo se hizo acompañar de mujeres y familia para ejercer presión, llegó el ejército, tratamos de hacer resistencia y los soldados actuaron violentamente y nos desalojaron. Golpearon sobre todo a los dirigentes y los aprehendieron. La hija de Rosario Prieto organizó un mitin, yo tomé la palabra y hablé no del hecho sino de la situación que prevalecía, de las necesidades de la gente y de las injusticias. Me aplaudieron. Esto llegó a oídos de Arturo Gámiz, que entonces estaba en Chihuahua. [A varios participantes en un mitin] nos preguntaron si estábamos dispuestos a colaborar con ellos. Arturo Gámiz llegó a la sierra y pidió gente para reforzar el grupo. Siete salimos hacia allá. Guadalupe Scobell nos internó y nos juntó con los demás, incluidos Gámiz, Margarito Gonzáles, Ramón Mendoza… Así fue como me integré al Grupo Popular Guerrillero. El ritmo de la guerrilla es muy difícil, no resistía cualquiera, y del grupo de siete con que llegué, seis fueron pidiendo su baja. Sólo yo quedé. Por el ajusticiamiento del cacique Florentino Ibarra que miembros de la guerrilla habían cometido, el gobierno estatal mandó a soldados y a un grupo de judiciales rurales, lo que se conoce en Chihuahua como “acordada”, a perseguir a los Gaytán [tío y sobrino, Salomón y Guadalupe]. Detuvieron a dos de la familia Gaytán y los torturaron para que dijeran dónde estaban los perseguidos. Entonces el grupo guerrillero decidió actuar para demostrar a los campesinos que estábamos dispuestos a todo y demostrar al gobierno que la guerra estaba declarada y que era a muerte. Se planeó así un ataque al cuartel donde se encontraban los judiciales, que era la casa de los caciques Ibarra. Logramos vencerlos. En el plan estaba contemplado fusilar al jefe del cuartel, Rito Calderas, pero habiéndose rendido, pensé que no era conveniente ajusticiarlo, pues entonces la prensa y el gobierno nos consideraba locos, malaconsejados, roba-vacas, asesinos, en fin... Le pedí a Arturo Gámiz que no lo fusilara. Se le perdonó la vida. Posteriormente Arturo Gámiz decidió que el grupo bajara de la sierra y nos fuimos a la Ciudad de México a recibir entrenamiento, caminatas, campamentos, tiro al blanco, fabricación de granadas caseras, mantenimiento de las armas y cuestión política. Así estuvimos un tiempo. Después, ya integrado el grupo, Arturo Gámiz y el doctor Gómez decidieron que regresáramos a Chihuahua y llevar a cabo el asalto al cuartel de Madera. ¿Por qué me involucré en la guerrilla? En los Encuentros de la Sierra organizados por Arturo Gámiz, uno de los acuerdos fue la creación de clubes de la juventud trabajadora, con la intención de politizar, de concientizar a los jóvenes. En Nuevo Casas Grandes se formó uno de estos clubes, allí tuve oportunidad de leer literatura política revolucionaria. Cuando Gámiz pidió gente para ir a la sierra, yo ya iba con la convicción de la necesidad de impulsar un movimiento reivindicativo. Obviamente pensé que quizá no volvería a ver a la familia, que posiblemente moriría en el campo de batalla. Uno piensa eso, pero es más fuerte la convicción de llevar a cabo un movimiento a favor de los más necesitados. ¿Cuál fue mi experiencia en el asalto a Madera? Compañeros de Chihuahua nos proporcionaron autos para irnos de la ciudad de Chihuahua a la sierra, hubo una parte donde tuvimos que ir caminando, y un poco más allá secuestramos un camión maderero y con él llegamos a las cercanías de Ciudad Madera. Arturo Gámiz comisionó a un subgrupo a ir a la sierra a bajar las armas que teníamos allá, y se creó otro subgrupo que se acercó a Madera a recabar información (a ver cómo estaba la situación, cómo estaba el cuartel, cuántos soldados había), pero resulta que ninguno de estos dos subgrupos regresó con nosotros. Ya no hicieron contacto. El plan era realizar el asalto el 15 de septiembre, por tratarse de un día festivo y podría tener más repercusión la acción. Pero como no llegaban los subgrupos y había problemas por las lluvias, el asalto se pospuso hasta llegar al 22. Ese día Arturo dijo: “mañana en la madrugada vamos a llevar a cabo el asalto”. Pablo Gómez le pidió posponer otra vez el asalto, esperar un mejor momento donde tuviéramos más posibilidades de triunfo. Pero Gámiz fue tajante: “Si ganamos, qué bueno; si perdemos, ni modo. Pero tenemos que llevar a cabo una acción espectacular para que la gente de Chihuahua y la gente de México sepa lo que está sucediendo en Chihuahua”. A la fecha no sé qué pasó con el grupo que estaba comisionado para investigar, y los que fueron a bajar las armas se vieron obstaculizado por las lluvias y los ríos crecidos. El hecho es que en el Cuartel Madera había más de cien soldados, y nosotros éramos 13 nada más. Yo logré salir con vida, me hirieron. La señal de ataque era el primer disparo, y la de retirada era la palabra “águila”. Yo alcancé a oír “águila”. Al parecer, Salomón Gaytán estaba incendiando una granada cacera para lanzarla al cuartel, cuando fue herido y ya no pudo hacer el lance, le explotó y alcanzó también a Gámiz. Con ellos se encontraba Ramón Mendoza, pero éste no murió. Escuché “águila” en el estruendo de la balacera. Se lo hice ver a mis compañeros y uno de ellos dijo: “no, ha de ser algún grito de dolor de un soldado que cae herido”. Éste fue Rafael Martínez Valdivia. Y se dispuso a encender una granada para lanzarla. Un grupo de soldados corrieron de manera arrojada del cuartel hacia la barda donde estábamos parapetados. Hicieron eso porque sabían que otros soldados nos estaban rodeando. Cuando Rafael intentó encender la granada, lo hirieron y allí cayó. Ya entonces había caído Óscar Sandoval Salinas. Por eso me di cuenta que nos estaban rodeando. Quedábamos Guadalupe Scobell y yo; le hice saber la necesidad de abandonar el lugar, pero él dijo que no. Dijo: “aquí nos lleva la fregada pero no abandonamos el combate”. En ese momento siento el impacto de la bala, pero por suerte cayó en un cargador, porque yo tenía un rifle 3006 y traía yo un cargador extra en la cintura. La bala se fragmentó y recibí en mi cuerpo esquirlas de bala y pedazos del mismo cargador. Sentí el golpe y pude permanecer de pie. Disparé. Los solados se replegaron y yo corrí. A cierta distancia me detuve para proteger la salida de Scobell pero ya no estaba allí, entendí que corrió al mismo tiempo que yo pero no en el mismo rumbo. Tuve que caminar varios días en la sierra, sin comer, sin dormir... y sin conocer la sierra, porque por es parte donde salí no habíamos andado, y desconocía. Después de cinco seis días de caminar, decidí arriesgarme y pedir ayuda a los campesinos, pero en esa área no habíamos hecho trabajo político. Cuando oí que ladraban perros, pensé que había por allí una comunidad y en efecto era un lugar llamado El Presón del Toro; me acerqué a los campesinos, no les oculté nada, me hicieron curaciones, fueron las primeras; como sabía que no debía permanecer más de dos días en un mismo lugar, por seguridad, les dije que tenía que salir adelante. Me orientaron para llegar a la población lIgnacio Zaragoza. Allí llegue con un tío, él estaba ya algo politizado y reaccionó con comprensión y apoyo. Ordenó a su familia: “póngale agua para bañarse y alístenle ropa limpia”. De allí pasé a Nuevo Casas Grandes y a Valle de San Benaventura. Recibí curaciones y apoyo. Así salí de la zona de peligro. En la Ciudad de México hice contacto con algunas personas, con Raúl Álvarez Encarnación, padre de Raúl Álvarez Garín; también con Raúl Villegas. Me acercaron con la familia de Genaro Vázquez Rojas, que era vigiladísima en esos días porque él andaba en la guerrilla. De allí me fui a Guerrero, y con gente de la Asociación Cívica Revolucionaria de Genaro Vázquez anduve haciendo trabajo político en algunas poblaciones. En Iguala iba a hacer contacto con una persona que me llevaría hasta donde estaba Vázquez Rojas, pero nunca llegó. Estaba yo con el dueño de la casa donde me recogerían, de nombre Elpidio, su hijo de unos 11 años y otros compañeros. Esperábamos a esa persona que no llegaba. Un día nos dimos cuenta que la casa estaba rodeada de policías, tal vez buscaban a Genaro Vázquez, y se hizo una balacera tremenda. Por desgracia las balas le dieron al hijo de Elpidio. Nos rendimos y nos metieron a la cárcel. Resulté herido en la pierna derecha. Al otro día le dieron permiso a Elpidio para que sepultara a su hijo. Estuvimos unos ocho días detenidos y la Asociación Revolucionaria puso una abogada para defendernos. Nos liberaron a los dos. Regresé a la Ciudad de México; con la herida todavía fresca, hice contacto con un comando armado de apoyo a Vázquez Rojas. Me uní y en la primera acción que llevamos a cabo -una expropiación, me habían dicho, pero fue un asalto a una oficina del PRI-, me detuvieron junto con los otros, me llevaron a Lecumberri (a la Crujía O, un anexo de alta seguridad para presos peligrosos y guerrilleros) donde estuve casi cuatro años, hasta que me llegó la sentencia y de allí me pasaron a la cárcel de Santa Martha Acatitla, donde cumplí la sentencia de 5.5 años. En esa detención fui torturado, sufrí la famosa pozoleada -metieron mi cabeza en una pileta hasta que perdí el conocimiento-, me golpearon, me hicieron firmar un documento que ni siquiera leí. La acusación fue por asociación delictuosa y portación de armas. Cuando salí de la cárcel, me vine a Agua Prieta, Sonora. En ese tiempo, 1976-77 el movimiento armado seguía en México pero yo me retiré. Me dediqué a trabajar como obrero, pero seguí en lo mismo; busqué siempre apoyar a los trabajadores, los ayudaba a abrir los ojos en cuanto a sus derechos. Ahora estoy jubilado, me pensioné como obrero. Pero he seguido y sigo en la lucha social. Acudo a eventos donde me invitan, sobre todo este año que se cumple el 50 aniversario del asalto al Cuartel Madera. Tengo escritos dos libros. Uno es El asalto al Cuartel Madera, el otro es Del cuartel a Lecumberri. Para mí es un honor haber participado en ese asalto y haber sido un militante del Grupo Popular Guerrillero. Sufrimos una derrota en el asalto, una derrota militar, pero logramos un triunfo histórico político. Hasta la fecha sigue siendo ejemplo para las nuevas generaciones.
“Una lucha campesina, estudiantil y ligada Francisco Ornelas Gómez El asalto a Madera no fue una mera ocurrencia. Fue una lucha encadenada a otras, pues todas son una continuidad, un objetivo que no termina. Los cambios los generan los movimientos sociales, que tienen que entrar en un largo proceso de maduración para que se dé una acción contundente. Ese asalto fue la primera acción frente a los poderes de represión, que ejercen legalmente la policía y el ejército. Ocurrió para que el Estado se diera cuenta de que había un frente que buscaba otras vías, porque ya se habían agotado muchas de tipo legal. Nuestra lucha estuvo muy ligada a la lucha campesina pero también a la juvenil y al despertar estudiantil. Es un proceso que se dio en muchas partes del mundo y del país en los 60’s. ¿Por qué surgió la guerrilla en Chihuahua? El régimen de Miguel Alemán (1946-52) empujó la industrialización y sacrificó a los campesinos, abaratando los precios de los granos básicos para hacerlos accesibles a los obreros y que los empresarios pudieran pagar salarios precarios. Alemán dio certificados de inafectabilidad agraria a ganaderos, o sea protegió a los grandes empresarios que hacían negocios en el campo y que estaban ligados a los políticos que traicionaron la Revolución. Allí surgió el neo-latifundismo. Para 1965 se vencieron esos certificados y entró en auge la lucha campesina para rescatar esas tierras por medio de la figura Nuevos Centros de Población (NCP). Los demandantes eran hijos o nietos de los hombres que tomaron las armas en la Revolución. Campesinos de 20 y tantos, 30 y tantos o 40 y tantos años que no habían brincado la frontera como muchos de los braceros en los 40’s o 5’0s. Querían establecerse en unidades agrícolas. A principios de los 60s, para rescatar esas tierras, que eran nacionales o que estaban explotando los nuevos ricos aliados al gobierno, en Chihuahua, norte de Durango, Coahuila y parte de Sonora, se fue organizando una lucha agraria. En Chihuahua había dos Normales, y estaban ligadas a las luchas de la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM). Nosotros como normalistas acompañábamos a los campesinos a invadir latifundios, y sabíamos que el ejército llegaba y nos sacaba. No había represión. Era un proceso político, llegábamos, invadíamos, los poníamos en evidencia, poníamos el asunto en la prensa... Y le movíamos el tapete al gobernador Práxedes Giner Durán, un general que no había tenido mucha escuela y que finalmente fue el represor de esos movimientos. Arturo Gámiz era un joven muy maduro y decidido; escribió cinco documentos con temas como el neo colonialismo, el capitalismo, el papel de los estudiantes... documentos donde se analizaba en diez, 15 páginas, el contexto de entonces, nacional e internacional. Al Encuentro de la Sierra de Chihuahua, realizado en Madera en octubre de 1963, acudieron campesinos, líderes agrarios de la región de la sierra, líderes magisteriales, estudiantes universitarios y normalistas, y allí se acordó impulsar la lucha agraria en contra de la injusticia de los caciques. Luego vino el Encuentro en Durango, en Torreón de Cañas. Allí decidimos otra vía de lucha; en cortito se decidió quiénes íbamos a entrar a esa vía armada, pero sin dejar de seguir participando en la gestión agraria, sin descalificar la cuestión electoral y política. En esos meses fueron candidatos a puestos políticos los hermanos Gómez. La vía armada es cuando ya se va uno a enfrentar a la muerte, se va a morir o a matar a un enemigo. De otra manera no podría haber revolución. En mi libro, Sueños de libertad, lo decía: no íbamos a matar soldados, íbamos a combatir la injusticia, la pobreza, el hambre, la miseria, la desigualdad tan enorme, tan vergonzosa que había y sigue habiendo en México. En mi caso, el doctor Pablo Gómez era mi tío, hermano de mi madre -era la única hermana Gómez Ramírez-. Mi tío vio que andaba en las movilizaciones, en las invasiones de latifundios y en las luchas estudiantiles, pues entonces pusimos hasta 15 escuelas de varias ciudades de Chihuahua en huelga. Tenía 16-17 años, pero cuando llegamos al asalto a Madera ya tenía 18. A Madera no llegamos todos los que teníamos que llegar, no se cuidaron todos los detalles, no había la comunicación de ahora. Habíamos planeado contar con armas buenas, potentes, que se les había quitado a un pelotón del ejército a principios de 1965, en un ataque que hubo a una docena de soldados y a policías. Esas armas no llegaron al combate, porque las lluvias, las crecidas de los ríos julio-septiembre, no permitieron el traslado. Otro grupo de compañeros se adelantaron a Madera para recabar información; se veían muy obvios... el gobierno ya sabía que había una lucha abierta, frontal contra ellos. Ya nos estaban esperando. Algunos se preguntan por qué entramos a una lucha siendo tan pocos; éramos 13, entramos 12 al combate, el número 13 se quedó cuidando el equipo en una camioneta. A los 12 que entramos nos tocaron por cabeza diez soldados; había 120 soldados en el cuartel. De los guerrilleros mueren ocho y sobrevivimos cinco, de esos quedamos vivos dos nada más. Florencio Lugo, que vive en Sonora, y yo, que estoy en Chihuahua. Había cuatro puntos. En el más lejano a protegerse, a sobrevivir, a llegar a la sierra y protegerse, mueren los cuatro, Pablo Gómez Ramírez, Miguel Quiñónez, Emilio Gámiz (hermano de Arturo) y Antonio Scobell Gaytán. En el segundo punto, un poco más cercano a la seguridad, mueren dos, Arturo Gámiz y Salomón Gaytán, y se salva Ramón Mendoza, quien luego estuvo en las Islas Marías y se escapó, era un excelente compañero y tirador. En el tercer punto estaban cuatro, murieron dos: un estudiante normalista amigo migo, Óscar Sandoval Salinas y Rafael Martínez Valdivia. Se salvan Florencio Lugo y Lupito Scobell (hermano de Antonio). Después a Guadalupe, Lupito, le decía su familia: “hijo, tú ya hiciste tu aporte”, pero él sigue en la lucha y muere en 1968; lo apresaron, lo torturaron y lo fusilaron en Sonora junto con otros, siendo parte de uno de dos grupos guerrilleros que surgieron en la Ciudad de México después del asalto a Madera, Estaba en el grupo de Óscar González Iriarte. Yo lo decía en mi libro, “del lado de nosotros, los muertos, muertos fueron, y los heridos también”. En el lado de los soldados, ellos presentaron los muertos que decidieron y una mayoría de heridos. Nosotros calculábamos que hubo más de 20 muertos entre los soldados, pero para ellos son números… son gente del sur. Y ellos tapan lo que quieren tapar y por eso dicen que murieron menos que los nuestros. Ellos dieron su versión. Yo estaba en el punto más protegido, en la casa del señor Pacheco, que era el administrador de Bosques de Chihuahua; él no estaba en casa, estaba en Chihuahua en ese momento, vi a sus muchachitos allí asomándose. Yo disparaba desde las esquinas para enfrentar al cuartel. Cuando terminó el combate, como no tenía yo más referencias, no me quedó más que decir “esto se acabó”. Ya no escuchaba balazos. No me quedó más que cruzar una callejuela y esconderme en un jardín; los demás que sobrevivieron eran campesinos, pero yo era más citadino, aunque soy hijo de campesinos. Aquí la cuestión es que si los soldados nos hubieran buscado, yo no estaría presente. No buscaron. Cuando se acabó la balacera, los soldados pensaron que allí estaban todos, los muertos, los que remataron y los que habían puesto distancia. Yo salí al mediodía. Me asomaba y veía una pareja de soldados platicando. Me volvía a asomar e iban felices de la vida. Al ver que los soldados iban caminando tranquilos, salgo y me meto por campo traviesa rumbo a la sierra, y me disparan, pero ya les había yo ganado el jalón e iba yo en zig zag. No salieron a buscar porque estaban impactados con sus muertos y con eso que había pasado. A una distancia de 500 o 600 metros volteé y se veían los soldados yendo ya hacia el cuartel, pensaban “ya salimos vivos, ya no nos vamos a arriesgar”. Eso me permitió sobrevivir. Terminada la línea de la sierra, estaba una huerta. Llegué en la noche y no llegó ningún compañero. Eso era lo que habíamos acordado. Los sobrevivientes nos íbamos a encontrar en ese punto a la noche del tercer día. Llegué luego al segundo punto también por la línea de la sierra, que era un faro contra incendios y busqué metódicamente, despacito, como nos enseñaron en las prácticas de entrenamiento que habíamos tenido en los alrededores de la Ciudad de México; busqué piedras, un pedazo de rama quebrada, un pedazo de zacate aplastado, señas que al caminar uno hace eso, rompe una rama, aplasta un zacate... no encontré nada. Y efectivamente nadie llegó. Estuve ocho o nueve noches solo, caminando hacia el este, porque sabía que en esa orientación estaba Chihuahua; lo que me ayudo a salir adelante fue que la temperatura no cayó. Yo andaba muy desprotegido y me quedaba solo en la noche, mi cobija era las hojas delos pinos; en las madrugadas tenía que hacer ejercicio porque estuve a punto de congelarme. Fue terrible, estaba solo, perdido en la sierra, tenía la persecución de militares y los rurales. Estuve a punto de pedir auxilio a unos judiciales rurales que andaban a caballo, pero desistí. Ellos andaban detrás de los sobrevivientes. Dios se puso a mi favor. Había guardado un billete de 50 pesos, lo traía como una cosa perdida, pero me sirvió para tomar el tren y yo sabía que iba a haber soldados allí. Abordé como cualquier hijo de campesino, tranquilo; a mí me ha ayudado eso de que no me gana el pánico. Y he salido adelante. Traté de salir del país por Manzanillo. No pude. Me fui a Tabasco, trabaje allí en un aserradero. Me fui a Campeche y allí termine mi carrera de maestro normalista. Luego me fui a la Ciudad de México y de allí me mandaron a Tabasco y con el tiempo me regresé a Chihuahua. Acumulé 42 años como maestro. Mi compromiso social surgió por varias razones: mi familia, los Gómez Rodríguez, nos dieron de comer sopa de letras y pan de alfabeto, a mí y a mi hermano gemelo -que era líder de estudiantes y se incorporó como maestro, toda la vida hizo carrera magisterial-. Yo desde niño estaba leyendo los periódicos en una casa de ellos. Se me abrieron muchas expectativas. Leía la Revista Política, de Marcué Pardiñas (algo así como Proceso); Siempre, de Pagés Llergo; el periódico El Norte, que era un buen referente, El Heraldo que entonces era de la cadena García Valseca. Sigo en la lucha; son cosas que no terminan. Participo en la radio, en programa de televisión, dando opiniones. La lucha es una continuidad, un horizonte que va avanzando y atrás de uno vienen otros. Hoy los jóvenes y las redes sociales juegan un papel fundamental. Estamos hoy en un momento de quiebre, de injusticias, de combatir la partidocracia, que es la que hace y deshace y a nosotros nos quieren sólo para votar. Hay que empujar las candidaturas ciudadanas, apoyar a los familiares de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa...Tenemos que empujar el poder de los ciudadanos. * Testimonios obtenidos por Lourdes Rudiño.
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