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Del alba y otras apuestas Fritz Glockner ¿Cuál es el mejor momento para recibir una mala noticia? ¿Quién está preparado para asimilar que el ser querido ha caído en combate? ¿Dónde se podría albergar la idea de un ataque al cuartel militar de Ciudad Madera? ¿Cómo imaginar las apuestas que se sucederían sin tiempo al aliento? Los chillantes sonidos de las balas cesaron la mañana del 23 de septiembre de 1965 en Madera, Chihuahua, el resultado no fue el imaginado por los integrantes del Grupo Popular Guerrillero. El sabor de la derrota en ese instante parecía una fotografía que se quedaría plasmada inamovible por el resto de la historia. La autoridad dejó ver de inmediato el color de sus entrañas bajo la consigna de “puesto que era tierra lo que peleaban, denles tierra hasta que se harten”, en voz del gobernador del estado. A pesar de las bajas, la voz de anhelo comenzó a recorrer el territorio nacional, el eco de aquel enfrentamiento fue encontrando sus círculos donde alojar nuevas sensaciones, guiños, aspiraciones, gustos, deseos, sueños, intenciones, luchas… No existe casualidad en el hecho de que sea en los dos estados, de los cuales son originarios los dos íconos populares de la revolución mexicana, donde se aniden nuevas voces de libertad durante la segunda mitad del siglo XX; Rubén Jaramillo en el Morelos de Zapata y Arturo Gámiz y Pablo Gómez en el Chihuahua de Villa, desmoronando con sus actos las trompetas de estabilidad, justicia social y de economía para el bienestar que tanto pretendía perpetuar el nuevo régimen. Los acontecimientos de aquel jueves 23 de septiembre de hace cinco décadas van a colocar las miradas en ciertos vértices antes insospechados, convocando así a la sorpresa de los posibles actos provocados desde la población civil, la motivación de las mentes juveniles para hacer escuchar su voz y el origen de actitudes desde el Estado mismo cuyos focos rojos habían permanecido dormidos. Los actos del Grupo Popular Guerrillero son el primer impulso de una acción armada concertada desde los principios ideológicos y no sólo a partir de acciones producto de la sobrevivencia o la autodefensa, a pesar de que evidentemente existía una enorme carga de indignación por las afrentas recibidas, la injusticia como reina de todas las demandas sociales y el coraje por el descaro de la impunidad. La conformación de aquel foco guerrillero se genera dentro del análisis de la situación del estado de Chihuahua y del país entero, bajo una metodología social y ponderando una ideología específica. Como reacción, se despierta al ogro con piel de cordero que habitaba en los cuerpos de aquellos generales revolucionarios con medallas al pecho de las gestas de 1910 convertidos en clase política, como es el caso del general Práxedes Giner Durán, en Chihuahua, y cabe recordar también al general Raúl Caballero Aburto, gobernador de Guerrero. Ante la hazaña de aquellos ingenuos que osaron atacar por primera ocasión una instalación militar, y ante la posibilidad de que este acontecimiento sólo quedara en la anécdota llevada por los impulsos irracionales, el Estado mexicano inicia su zaga editorial contratando plumas a modo para que den fe de los hechos y se secuestre la información, la historia, la versión y la palabra misma; de ahí el surgimiento del libro ¡Qué poca mad...era! de un tal Prudencio Godines Jr., como versión que contrapone, contradice y reorienta lo que en su momento divulga José Santos Valdés en su libro Madera; y luego ya sería común la proliferación de distintos textos a modo, y para cada ocasión, como sería el caso de El Móndrigo, cuando el movimiento estudiantil de 1968 y El camarada Ernesto, en los albores del auge de la guerrilla urbana de los años 70’s. Una vez recibido el golpe y sabiendo que en el plano militar se había logrado el escarmiento, el Estado mexicano decide la profesionalización de sus cuerpos de seguridad, aumentando la matrícula de varios alumnos en la Escuela de las Américas, y conformando el grupo especial C-047 de lucha antiguerrillera, cuyo primer director fue Miguel Nazar Haro. Más valía estar preparado para el futuro que volver a permitir los impulsos aventureros de normalistas, profesores, médicos, estudiantes, campesinos o cualquier otro ciudadano con un manual de guerrilla en la mano, inspirado por lo que seis años atrás se habría conseguido en Cuba. La ola expansiva de lo ocurrido en Madera no se quedó a dormir en Chihuahua, otros ya estaban esperando el llamado de aquellas voces para continuar con la gesta; de ahí el surgimiento del foco armado comandado por Óscar González Eguiarte, cuyo trágico final en 1968 es similar al de 1965. Pero el impulso arriba a la ciudad de México y de ahí viaja a Guadalajara para convocar a todos aquellos cuya apuesta es similar por cambiar el estado de cosas en nuestro país, y un lunes 5 de marzo de 1973 dan inicio los trabajos para fundar lo que será la Liga Comunista 23 de Septiembre con su medio de difusión denominado Madera, grupo armado que tantos descalabros va a provocar al sistema, a la autoridad y a la clase empresarial durante cuatro años y que continúa en el imaginario colectivo hasta nuestros días. Según recuerdo de la memoria arrebatada a Carlos Montemayor, él con tan sólo 18 años se impacta con la noticia recibida durante aquellos lejanos días de septiembre de 1965; sus conocidos habían decidido la acción impensable, ¿cómo era posible que sucediera? ¿Por qué no estaba enterado de lo que pretendían? ¿Quién le había dejado fuera de la historia? Sabía de antemano que los nombres impresos en aquel periódico mural de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM no correspondían a unos vándalos, delincuentes, aventureros, o malhechores como la prensa pretendía encaramar sus existencias; por el contrario, podría atestiguar que los apellidos Gómez, Gámiz, Gaytán y Scobell pertenecían a familias honestas, con tradición de estudio y convicciones. Como fuerza por secuestrar la palabra, el Estado mexicano había venido desarrollando una estrategia de exterminio de los luchadores sociales no sólo a partir de una guerra de baja intensidad por medio del asesinato, la tortura y la desaparición, sino que también en un deleite por imponer su versión de los hechos. Por ello, es apenas en 1980 cuando Salvador Castañeda, con su novela ¿Por qué no lo dijiste todo?, inicia el resquebrajamiento del cerco para liberar palabra, pensamiento, acción, historia, hechos y verdades sobre el periodo oscuro de la existencia de la guerrilla en México, y que va a alimentar de manera inigualable Carlos Montemayor con la indignación atragantada desde aquel otoño de 1965, cuando sale a la luz en el año de 1991 su novela Guerra en el paraíso, como ejercicio de práctica para lograr sanar las entrañas y poder abordar la experiencia de sus antiguos amigos acribillados en Madera, que logra consolidar con la publicación de Las armas del alba en el 2003, La fuga en el 2007 y, para cerrar el ciclo con la experiencia de la visión femenina, Las mujeres del alba en el 2010. Otros nombres se han venido a sumar en la divulgación histórica por medio de la literatura de aquellos acontecimientos cuya claridad sigue siendo una apuesta de futuro en contra de los embates que ofrece la versión oficial de lo acontecido durante las décadas negras de los años 60’s y 70’s de nuestro país. El alba como figura primordial de la obra literaria de Montemayor sigue siendo un camino hacia el cual se dirigen nuestras miradas cuando atravesamos la historia de lo que sucediera hace 50 años.
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