|
||
Madera* Elizabeth Henson Doctora por la Universidad de Arizona. Escribe un libro que se titulará Madera 1965: Obsessive Simplicity, the Agrarian Dream, and Che, basado en su tesis En 1899, el ranchero de Arizona William C. Greene compró una mina de cobre en Cananea, Sonora, y más adelante prosiguió con la compra de decenas de minas y millones de hectáreas de bosques en Chihuahua. También compró la vía férrea de El Paso a Terrazas, en el norte de Madera, con la expectativa de extenderla para proveer de madera a la mina de Cananea. Él construyó el pueblo-aserradero de Madera y formó la Sierra Madre Land and Lumber Company. Madera comenzó así como un pueblo-compañía, con cien casas de madera estilo estadounidense –conocidas aún ahora como el barrio americano- para gerentes extranjeros, y otro barrio, sin agua potable ni electricidad, para los trabajadores mexicanos. En 1906, los trabajadores mexicanos de la mina de Cananea se declararon en huelga, demandando igualdad salarial con los trabajadores estadounidenses y una jornada de ocho horas. La huelga derivó en motín; los mineros rebeldes quemaron instalaciones de la empresa y varias personas murieron. En respuesta, Greene llamó a un grupo de vigilantes estadounidenses dirigidos por los Rangers de Arizona y sometió a los huelguistas. La huelga exhibió las endebles bases del incipiente imperio de Greene, quien se fue a la quiebra en la recesión de 1907. En Madera, dos mil trabajadores fueron despedidos después de meses de trabajo sin paga. La propiedad de Greene en la sierra pasó a las manos del estado de Chihuahua, que vendió una parte a inversionistas estadounidenses. Estas vastas posesiones, junto con las inmensas propiedades agrarias de la familia del magnate de la prensa, William Randolph Hearst, que conformaban la Hacienda de Babícora, fueron disputadas durante décadas por campesinos locales, muchos de ellos pequeños propietarios despojados por la expansión de las haciendas y la construcción del ferrocarril en la década de 1880. En los años que precedieron a la Revolución de 1910, el distrito de Guerrero -al que Fernando Jordán llamó la “Longitud de Guerra”- se rebeló una y otra vez. En 1938, tras décadas de protesta, el presidente Lázaro Cárdenas otorgó una porción de Babícora a la Unión de Veteranos de la Revolución, pero guardias blancas al servicio de los Hearst evitaron que la comunidad tomara posesión. Al siguiente año, los campesinos invadieron la tierra y su líder Socorro Rivera fue asesinado. Durante el sexenio de Miguel Alemán Valdés (1946-52) los intereses empresariales concentrados en el Banco Comercial Mexicano adquirieron aserraderos, vías férreas y cientos de miles de hectáreas de bosques, y formaron la compañía Bosques de Chihuahua, con sede en la ciudad de Madera. Entre los fundadores se encontraban el ya expresidente Alemán; Eloy Vallina, un empresario español que había fundado también el Banco Mercantil y cuyos descendientes siguen siendo terratenientes importantes en Ciudad Juárez; el general Antonio Guerrero; el banquero Carlos Trouyet; un viejo gobernador, Teófilo Borunda, y miembros de las poderosas familias Terrazas y Almeida. La compañía era dueña de cerca de 270 mil hectáreas en total, además de la madera obtenida de propietarios privados y ejidales. El grupo llegó a fundar Comermex, una de las instituciones financieras más poderosas de la República. También construyó muchas fábricas en las inmediaciones de la Colonia Anáhuac para producir triplay y celulosa, esta última para cubrir la demanda de pulpa de madera, derivada de los cambios en el proceso de fabricación del papel. El grupo Chihuahua vendió lotes a los ganaderos aunque a veces se tratara de territorios nacionales habitados desde hacía muchos años. Por esta vía, José Ibarra Ronquillo, Tomás Vega Portillo, Alejandro Prieto García y Roberto Schneider formaron la compañía Cuatro Amigos en 1956, dedicada a la compra-venta de ganado. José Ibarra se destacaba por su crueldad y por las violaciones a las mujeres serranas que perpetraban él y sus familiares. Con el agresivo empuje de la extracción maderera de los bosques de la sierra, los industriales respaldados por las autoridades estatales emplearon a los caciques locales, sobre todo a los Cuatro Amigos, para apropiarse de la tierra por medio de la intimidación y la violencia. La avidez de tierra de los manifestantes reflejaba la condición precaria de cientos de rancheros en toda la zona que contaban con títulos endebles, pese a que muchos de ellos habían vivido por generaciones en las tierras ahora reclamadas por Bosques de Chihuahua o por los Cuatro Amigos. Las zonas mineras, como Batopilas y Dolores, cerca de la frontera con Sonora, hacía tiempo que contaminaban el área circundante y consumían sus bosques por la demanda de madera y combustible. Sin embargo, el impacto de la minería fue local comparado al de la extracción de madera, cuya producción se estaba incrementando exponencialmente para abastecer las necesidades de un mercado en crecimiento. El aumento de la tala no sostenible también amenazaba la supervivencia de los pueblos indígenas, al socavar las bases materiales de su cultura. Estos fueron algunos de los antecedentes de la histórica lucha del pueblo chihuahuense en pro de la justicia agraria y social durante la década de 1960. La guerrilla de Chihuahua se colocó en un punto de inflexión entre los viejos métodos de lucha que se remontaban a la Revolución de 1910 y a batallas anteriores en la frontera, y expresiones derivadas de la nueva izquierda y su repudio hacia los movimientos comunistas ortodoxos; esto abrió la puerta a una serie de movimientos armados cuyas demandas iban más allá del cumplimiento de las disposiciones agrarias de la Constitución de 1917. En medio del llamado “milagro mexicano” –crecimiento económico, urbanización y el ascenso de la clase media-, esto revelaba un profundo descontento, tanto de los campesinos destinados a pagar el precio, como de los estudiantes que se suponía iban a ser los beneficiarios. Los acontecimientos en Chihuahua y en toda la República en los años 1960 y 1970 hicieron añicos lo que quedaba de las pretensiones del régimen priista de poseer una herencia revolucionaria, y abrieron el camino a los movimientos sociales autónomos que proliferaron en las siguientes décadas. Los primeros vientos barrieron lo viejo e hicieron espacio para lo nuevo. *Traducción del texto, por Adela Cedillo.
|