los 26 años, Mathieu Vasseur (Pierre Niney) tiene todo para triunfar en la sociedad parisina. Es joven, apuesto y elegante, y combina en su carácter dosis parejas de vanidad y osadía. Lo único que le falta para ser un hombre ideal, dadas sus pretensiones literarias, es poseer un auténtico talento de escritor, mismo que las editoriales le escatiman contrariando la opinión satisfecha que tiene él de sí mismo. Luego del rechazo de su novela El hombre de espaldas, el joven debe resignarse a trabajar en una compañía de mudanzas, hasta el momento de descubrir por accidente en el departamento de un anciano recién fallecido, un manuscrito inédito, un diario de antiguo combatiente en la guerra de Argelia, cuya genialidad lo deslumbra. Luego de breves vacilaciones, decide apropiarse del texto, suplantar con su nombre la identidad del escritor desaparecido, cambiar el título del diario, novelizado ahora como Arena negra, hasta alcanzar la celebridad literaria gracias al plagio enorme, un engaño laboriosamente preparado y sostenido.
El argumento de Un hombre ideal (Un homme idéal), segundo largometraje del francés Yann Gozlan (Cautivos, 2009), semeja casi a un punto de suplantación al de la cinta estadunidense El ladrón de palabras (The words, Brian Klugman, Lee Sternthal, 2012), interpretada por Bradley Cooper. La apuesta de Yann Gozlan, sin embargo, ha sido crear el drama de un hombre atrapado en su propia red de simulaciones, incapaz de encontrar una salida honorable, orillado después al crimen, todo en un formidable clima de suspenso.
Sin acentuar los escrúpulos de conciencia que hacían del filme estadunidense un melodramático asunto de culpas angustiantes y redención fallida, el escritor plagiario en Un hombre ideal aparece como un personaje más complejo, a ratos insolente y calculador, luego pusilánime y temeroso, rebasado siempre por las circunstancias, cuyo modelo inalcanzable sería el talentoso impostor Tom Ripley (Alain Delon) en A pleno sol (Plein soleil, René Clément, 1959), según un relato de Patricia Highsmith.
El actor teatral Pierre Niney (Yves Saint-Laurent, Jalil Lespert, 2014), consigue aquí una caracterización estupenda. A pesar de las no pocas inconsistencias de un guion que ofrece algunas salidas inverosímiles a las mil peripecias por las que atraviesa el protagonista, y que desde el inicio revela su desenlace fatídico, el joven comediante logra transmitir, de modo convincente, la angustia y desesperación del falso escritor asediado por los editores que le exigen la continuación del primer gran éxito, por los banqueros que le reclaman el pago de las múltiples deudas contraídas, por un inesperado y perverso chantajista, por la presión de un nuevo círculo familiar (los padres de su novia acaudalada) ante quienes debe ensayar todo tipo de imposturas nuevas, y por el pánico ante la página blanca. Paradójicamente, a partir de ese mismo bloqueo de creación, Mathieu se transforma a sí mismo en un fascinante personaje de ficción.
Al apropiarse de un texto ajeno en el que es protagonista de una vieja guerra en un país distante, el joven va creando, sin proponérselo, la historia fantástica que su talento vacilante le tenía vedada. Esa nueva historia es la de su propio autoengaño tenaz, plagado de simulacros sociales, con un desenlace cruel parecido al de aquel pintor frustrado (Edward G. Robinson) sometido a una pasión destructora, que en Scarlet Street (Fritz Lang, 1945) contemplaba en una vitrina su propia obra exitosa, sin poder ya reclamar la autoría. Aquí no hay una mujer fatal que conduzca al personaje a un abismo, como en aquel buen cine negro, sino sólo un personaje víctima de sus ambiciones, con un éxito efímero de triste embaucador a quien una suma de desventuras precipita en una mediocridad más lamentable aún de la que había querido librarse. Una de las mejores propuestas en el 15 Tour de Cine Francés actualmente en cartelera.
Se exhibe hoy en la sala 2 de la Cineteca Nacional: 15:15 y 18:15 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1